domingo, 15 de abril de 2018

El Jefe Cristero Dionisio Ochoa y Jerónima Zamora

LOS CRISTEROS DEL VOLCÁN DE COLIMA “EL JEFE CRISTERO DIONISIO OCHOA Y JERÓNIMO ZAMORA”

Crónica del 27 de abril a los primeros de agosto de 1927.  
Libro 4 Capitulo 5
Viene de la edición anterior
A la mañana siguiente, después de aquella noche tremenda, estuvieron nuestros dos viajeros cerca de la vía del ferrocarril que, bordeando el río de Tuxpan, corre por toda esa región. ¡Había que atravesar la vía y el río! ¡Otra vez el problema de hacía algo más de un mes! La vía estaba custodiada. Y, huyendo de los enemigos, descubiertos y perseguidos en más de una ocasión durante aquella mañana, viéndolos aquí, viéndolos allá; así como iban, rendidos de fatiga, hubieron que desviarse, río arriba, hasta cerca de la estación Tonilita, evitando el caer en sus manos.
Hubo un momento en que Dionisio Eduardo no pudo más: los golpes y fatigas del día anterior durante el combate del Cerro del Cacao, la huída penosa, el camino de toda la noche y las dificultades de la mañana le habían extenuado.
- Mira, hermano -dice a Jerónimo Zamora-, me vas a dejar dormir veinte minutos. Con veinte minutos tengo para poder seguir.
Era como el mediodía. Ambos, Dionisio Eduardo y Jerónimo Zamora, se encontraban en una hondonada cubierta por el bosque y la maleza. Arriba, a cortísima distancia, a pocos pasos, se encontraba el enemigo.
- Mientras yo duermo un momento, tú vigila. Fíjate en mi reloj. A los veinte minutos me hablas. Luego continuaremos.
Y el jefe cristero de alma heroica se tendió bajo la maleza e inmediatamente quedó dormido.
Largos fueron para Jerónimo aquellos instantes. Estaban, en realidad, a un paso de los soldados callistas de quienes durante toda la mañana habían estado huyendo. Se oían las voces de ellos. - Don Nicho, ya son los veinte minutos. - Vámonos. Ya fue bastante -contestó Ochoa, incorporándose. 
Cuando cayó aquella tarde y llegó la noche, Dionisio Eduardo Ochoa y Jerónimo Zamora estaban en terrenos de la hacienda de Buena Vista; pero como por una parte, no iban por los caminos, para no ser sorprendidos por el enemigo, y, por otra, la noche estaba muy oscura y lluviosa, se perdieron a tal grado en aquellos grandes terrenos, entonces
sembrados de arroz, que no sabían ni en dónde estaban, ni en qué dirección quedaba el caserío. Con el fango a la rodilla, cayendo y levantando, anduvieron y desanduvieron los arrozales. Al fin, mareados por la oscuridad y el cansancio y viendo que era inútil continuar, porque no sabían ni la dirección que habrían de tomar, se sentaron sobre el fango y el agua.
Ya ahí iban a pie, pues los caballos habían quedado al otro lado del río. Por fin, en la madrugada, el cantar de los gallos y el ladrar de los perros los orientó un poco y continuaron su marcha, llegando al cabo de tanta aventura, a la casa humilde de un señor don Aniceto Valle, de la ranchería de Buena Vista, Col., que siempre daba albergue a nuestros cruzados, cuando por allí pasaban.
Después de unos dos días de descanso, que se aprovecharon en comunicarse con Colima y despachar algunos asuntos urgentes, los dos cruzados siguieron su camino hacia el volcán.....  CONTINUARÁ




















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