miércoles, 30 de septiembre de 2020

Vislumbres Preludio de la Conquista Capitulo 14; "Algunas revelaciones de la Campana

VISLUMBRES
PRELUDIOS DE LA CONQUISTA
Capítulo 14
PROFR. Abelardo Ahumada GLEZ
ALGUNAS REVELACIONES DE “LA CAMPANA.

Finalmente, tras de dos largas, pero venturosas temporadas de trabajo, las autoridades del INAH decidieron que los primeros espacios ya casi totalmente despejados del centro arqueológico de La Campana pudieran ser visitados por el público, y se anunció la apertura del sitio para el 4 de diciembre de 1995.
Yo, como varios otros curiosos, había tratado de dar seguimiento a los trabajos que allí se llevaban a cabo, pero como mis obligaciones me lo impedían, sólo pude acudir esporádicamente, y hasta me perdí la inauguración. Pero a los pocos días me obligué a ir y… 
La calle de acceso, que tres años antes ocupó el campamento de los “paracaidistas” del PFCRN, ya estaba perfectamente empedrada y delimitada con una malla ciclónica.
Al entrar me regalaron una especie de códice moderno doblado en cinco partes que contiene, como para los turistas, un apretado resumen informativo del que, sin embargo, me parece muy interesante lo que dice en el segundo párrafo:
“El sitio tiene su origen en épocas muy tempranas, pues se han detectado vestigios que dan cuenta de una ocupación prehispánica relacionada con la fase cerámica denominada Capacha, que data del año 1500 antes de nuestra era. Por otra parte, la última evidencia arquitectónica actualmente observable en superficie, corresponde al período comprendido entre los años 700 y 900 de nuestra era, ÉPOCA EN QUE ALCANZÓ SU MÁXIMO EXPLENDOR”
Siendo algo muy digno de “destacar – dice- la presencia de calles” (que no fueron las que abrieron las máquinas que mencioné); la existencia “de un drenaje pluvial y de un centro religioso, así como también, áreas habitacionales, que se levantaron sobre plataformas tanto circulares como rectangulares, con paredes de caña y lodo, y techumbres de palma originaria de la región”, etc.
Colateralmente precisa que fue “el Ing. José María Gutiérrez, quien, en 1917, realizó un plano que incluye sólo algunas de las estructuras” y que, como ya lo habíamos dicho, la extensión del antiguo pueblo fue muchísimo mayor a la que hoy se advierte, puesto que los frailes que construyeron el convento de San Francisco a mediados del siglo XVI, y varias otras gentes que vivieron por aquellos rumbos, “utilizaron como materia prima para sus construcciones, material extraído de las plataformas prehispánicas”.

Pero, ¿Qué nos dice todo esto a nosotros?

REFLEXIONES Y CORRELACIONES.

En la Introducción del libro “La Campana de Colima”, que ya he citado aquí, y que se presentó en la Pinacoteca de la Universidad de Colima en diciembre de 2012, dice muy honestamente lo siguiente:
“Hasta hace algunos años, las sociedades que en la época antigua habitaron el mundo occidental de Mesoamérica, del que formaba parte el actual territorio del estado de Colima, eran desconocidas”. 
Por otra parte, en la muy larga entrevista que tuve con la doctora Jarquín, ella fue muy enfática al precisar que no fue sino hasta la temporada de 1994, cuando, “La Campana se comenzó a revelar”, y ella empezó “a tener un diálogo con los edificios y las estructuras que poco a poco habíamos ido desenterrando”. 
Así que, si reunimos esas dos aseveraciones, y las confrontamos con las opiniones que algunos arqueólogos habían emitido antes, ASEGURANDO QUE EN EL OCCIDENTE EN GENERAL, Y EN COLIMA, PARTICULAR, NO HUBO ARQUITECTURA MONUMENTAL PREHISPÁNICA, podemos muy bien inferir que el descubrimiento de los basamentos y las estructuras arquitectónicas de Almoloyan debió de significar para ellos UN DESMENTIDO TAMBIÉN DE TAMAÑO MONUMENTAL. Y que, quienes participaron en tales hallazgos (o se fueron enterando de ellos), debieron, igual, de revisar y cuestionar lo que sobre ese mismo tema se había dicho y publicado.
En cuanto a lo que concierne a los productos cerámicos que allí se encontraron, no parece, sin embargo, que (más allá de la individualidad y de la originalidad que cada pieza pudo tener), hayan descubierto algunas “novedades nunca vistas”, porque muy pronto llegaron a la conclusión de que las vasijas, los instrumentos y las estatuillas que fueron hallando, “cabían” perfectamente en “la secuencia cerámica” establecida por la doctora Isabel Kelly, y de la que con algún detalle estuvimos hablando en capítulos anteriores.
Y fue esa relativa seguridad la que les marcó la pauta para saber cuándo, poco más o menos, empezó a poblarse ese sitio, y cuándo, asimismo, entró en decadencia y se despobló. 
Siendo por ello que, los doctores Jarquín y Martínez, tras conversar, seguramente, con otros especialistas de tales asuntos, pudieron afirmar que las piezas encontradas durante sus exploraciones, “en la zona arqueológica de La Campana […] corresponden a las fases cerámicas de Ortices, Comala, Colima y Armería”. Las que, en su conjunto, como se recordará, abarcarían, aproximadamente, desde el año 100 a. C., hasta el 1,150 de nuestra era. 
Y si nosotros extrapolamos estas dataciones y las relacionamos con las estructuras arquitectónicas desenterradas allí mismo, estaríamos hablando de una ciudad que no sólo fue mucho más antigua que la de El Chanal, sino que, mínimo, duró “activa” alrededor de 1200 años, antes de que finalmente se despoblara y fuera cayendo en el olvido.

CAMBIO DE ESQUEMAS O MODIFICACIÓN DE PARADIGMAS.

No sé si a los lectores que han llegado hasta aquí les parezca esto que afirmo algo trascendental, pero en cuanto mi visión alcanza creo que sí lo es. No sólo porque ya hay pruebas indubitables de que también en Colima hubo arquitectura monumental, sino porque eso obligó a los arqueólogos a cambiar de opinión y de perspectiva en varios aspectos. Debiendo, entre otros interesantes detalles, modificar sus antiguas cronologías y mapas, para insertar lo correspondiente a esta “nueva” ciudad, de la que al menos hasta 1993, ningún arqueólogo profesional tenía idea que hubiere existido.
A mí no me gusta sentirme orgulloso de acciones que no realicé, pero sí me siento emocionado al estar comentando todos estos “pequeños detalles” delante de ustedes, lectores, porque, sin querer, sin soñar, sin imaginar siquiera, me tocó conocer el sitio cuando era un simple potrero lleno de lomas cubiertas de huicilacates, guamúchiles, huizaches, zarzales y otras breñas más, y ser testigo directo de todo el proceso de trasformación, destrucción y redescubrimiento de la muy antigua ciudad sepultada bajo el producto del abandono.
Y quiero ser muy enfático, en este sentido, al resaltar que, cuando entrevisté a la doctora Jarquín, ella, muy entusiasmada, pronunció una enjundiosa frase que casi textualmente repitió ante el público que asistió a la presentación de su libro:    
“Ha sido asombroso lo que nos encontramos. Es algo de lo que deben estar orgullosos los colimenses. Algo que deben esforzarse por preservar, porque los litigios siguen, y porque el espacio que hasta la fecha tenemos explorado superficialmente no sólo abarca estas seis hectáreas que llevamos trabajadas, sino que alcanzaría ciento treinta y ocho”. 
Lo que equivale a decir que, dada la época en que fue fundada, Molone, Almolonia o Almoloyan llegó a ser una ciudad muy grande, antes de que finalmente, por causas que se desconocen, se despoblara.

UNA EXTRAORDINARIA E INSOSPECHADA CONVERGENCIA.

Aparte de lo que acabo de comentar, hubo, en aquella entrevista, algunas “revelaciones” muy especiales que la doctora me transmitió, y que transcribiré aquí para que también los lectores se emocionen:
“Hasta antes de que se descubriera lo que ya llevamos estudiado, El Chanal fue considerado como la ciudad más grande del Occidente, pero ahora es claro que fue más grande ésta, que operó como una capital regional y que fue anterior a El Chanal… Los hallazgos nos permiten conjeturar que Almoloyan, La Campana, o como se le prefiera decir, representa un algo que fue netamente colimote, mientras que El Chanal es otra cosa, pues cuenta con muchos elementos típicamente michoacanos, y comenzó a desarrollarse casi inmediatamente después a la primera de las grandes invasiones purépechas que se dieron sobre esta región, muy probablemente en el siglo VII después de Cristo… Yo creo que la gente de Almoloyan comerciaba con la de Teotihuacán, en el momento en que esta ciudad alcanzó su mayor esplendor, y era la metrópoli que reclamaba el mayor número de productos y satisfactores de todas cuantas regiones productivas había entonces en Mesoamérica. Pero también advierto en este sitio que, cuando Teotihuacán finalmente cayó, ese declive impactó también a los pobladores de Almoloyan, que de repente ya no tuvieron a quiénes venderles sus excedentes… Y luego, también, al desaparecer la predominancia teotihuacana, comenzaron a generarse otros centros de poder y de dominio, como fue el caso de los purépechas, que se expandieron incluso hasta acá, y que, desdeñando una parte de lo colimote, pero utilizando otra, prefirieron edificar su propia urbe en El Chanal, obligando a los ya conquistados de Almoloyan, a despoblar su sitio y a trasladarse al nuevo. Aunque no quiero decir que ese proceso de despoblamiento se haya dado en días o semanas, sino durante un lapso mucho mayor, en la medida de que una población dominante iba creciendo en demérito de la otra”.
Antes de revisar punto por punto esto que acabo de citar, quiero recordar a los lectores que una buena parte de todo eso la empecé a insinuar desde que escogí el título de este trabajo, y redacté el primer capítulo. Pero no hagamos confuso el relato y realicemos una breve glosa de al menos un par de esas “revelaciones”:
La primera que habremos de revisar se refiere a que: “la gente de Almoloyan comerciaba con la de Teotihuacán, en el momento en que esta ciudad alcanzó su mayor esplendor”. Y la segunda, se remite al dato de que “al desaparecer la predominancia teotihuacana, comenzaron a generarse otros centros de poder y de dominio, como fue el caso de los purépechas, que se expandieron incluso hasta acá”. 
Así que, iniciemos con la primera:
Partiendo del supuesto de que todos, ustedes, amigos lectores, han tenido acceso a reportajes o documentales de Teotihuacán, creo que no les será difícil entender y correlacionar lo que diré en los siguientes párrafos. Aunque tengo la seguridad de que lo entenderán mejor quienes hayan estado físicamente allí, porque al ser ésa una ciudad tan impresionantemente bella y trazada, desde que los visitantes salen del Palacio de Quetzalcóatl y enfrentan la Pirámide de La Luna y la amplísima Calzada de los Muertos, no les queda más que quedarse un momento “lelos”, llenos de asombro, sin entender cómo pudieron, los teotihuacanos, con la tecnología que hubo hace 2000 años, haber diseñado y construido todos esos grandiosos edificios. Y más, cuando plantado uno en la parte central de la Calzada de los Muertos”, ve hacia el Oriente la gigantesca y simétrica mole de la Pirámide del Sol. Junto a la cual toda la magnificencia de los demás edificios queda pálida, empequeñecida.
Tomando en cuenta esa monumentalidad, y la organización que fue necesaria para lograrla y mantenerla, debo confesar que nunca pasó por mi mente la más mínima idea de que los pobladores de tan impresionante urbe hubiesen tenido algo que ver con nuestros “humildes y primitivos” ancestros colimecas. 
Así que cuando la doctora Jarquín me dijo que ella tenía bases para creer que los pobladores de La Campana (o Almoloyan) tuvieron tratos comerciales con los teotihuacanos, lo primero que hice fue dudar de su aseveración. Pero como ese día sólo me tocaba escucharla, callé y, con respeto, la seguí escuchando hasta que se terminó la entrevista.
En este 2020 puedo afirmar, sin embargo, que al referirse a las excavaciones que hizo en Comala, la doctora Isabel Kelly dijo haber encontrado “una vasija de antepasados desconocidos que […] tiene una decoración, francamente de Teotihuacán”; por lo que no estando muy lejos Comala de La Campana, no es imposible que algunos de los elementos que encontró el equipo de la doctora Jarquín hayan sido, asimismo, producidos en Teotihuacán, o elaborados con técnicas que fueron aprendidas allá. Y que por eso ella haya deducido el intercambio comercial que mencionó.
Ahora, aun cuando algunos lectores me puedan juzgar de loco, quiero decir que, cuando la doctora me estaba explicando todo esto que les acabo de contar, mi mente, por decirlo de algún modo, se “desdobló”, y mientras que, por una parte, con mis oídos abiertos seguía muy atento a lo que ella seguía diciendo, en mi imaginación comencé a ver, desplazándose por las antiguas veredas ancestrales, a muy fuertes tamemes llevando algunos de los productos que se manufacturaban en Almoloyan hacia Teotihuacan “y puntos intermedios”, o viniendo desde allá hasta acá con similares cargas.
Y llevado por esa misma inercia, hubo un momento también en el que me vi, afortunadamente inadvertido por los habitantes del lugar, encaramado en una de las estructuras más altas del centro ceremonial, observando al gentío que llenaba el antiguo tianguis, y presenciando, desde un poco más lejos, el instante también en el que un par de tlamacazques (o sacerdotes), provistos con pavorosos cuchillos de obsidiana o pedernal, abrían el pecho de una víctima, le sacaban el corazón latiente, y lo ofrecían a Xiuhtecuhtli, su venerado ‘Dios del Fuego’, muy presente para ellos en la majestad rocosa del volcán humeante. 
Pero una cosa es imaginar lo que pudo ser, y, otra, imaginar lo que nunca fue. De manera que, si queremos tener una base firme incluso para nuestra imaginación, deberemos tratar de dilucidar si el mencionado comercio entre Almoloyan y Teotihuacan pudo ser posible o no.
En una de las páginas que el INAH tiene en la Internet, y que según quienes la manejan dice que fue “actualizada el 17 de febrero de 2020”, al referirse al centro arqueológico de La Campana, afirma: 
“Este sito se desarrolló en el occidente de México paralelo a otros desarrollos regionales como Teotihuacán y Monte Albán hacia el Clásico Temprano, por lo que también es un ejemplo de los primeros asentamientos urbanos en Mesoamérica”. 
El INAH, como bien se sabe, es “la máxima autoridad” en nuestro país en cuanto a los estudios arqueológicos corresponde, y aun cuando hay arqueólogos a los que (como a mí) les da también por echar a volar su imaginación, es de creer, entonces que, si ellos afirman que la Almoloyan colimota tuvo un “desarrollo paralelo” al de Teotihuacán, podemos contar con la relativa certeza de que así fue. Pero de los detalles inherentes (o derivados de lo anterior), les comentaré después.


En todos los libros de arqueología mesoamericana publicados antes del año 2000, nada se dice (por razones que hoy parecen obvias) de la ciudad prehispánica de la que hemos venido hablando aquí.

Presentación del libro “La Campana de Colima”, en la Pinacoteca de la U. de C., diciembre de 2012. 
Los invito a que le den “zoom” a esta foto para que puedan observar la cercanía que hay entre el centro ceremonial de la antigua Almoloyan y el de la ciudad de Villa de Álvarez. Donde destacan, al fondo, las torres del templo de San Francisco de Asís.
Por increíble que hoy nos pudiera parecer, existen las bases para considerar que la pequeña ciudad de Almoloyan y la grandiosa Teotihuacan, no sólo fueron contemporáneas, sino que tuvieron tratos comerciales.


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martes, 29 de septiembre de 2020

Las faenas agrícolas ligadas con los cambios lunares y las estaciones del año en Comala

TRABAJOS AGRICOLAS LIGADOS CON LOS CAMBIOS LUNARES Y ESTACIONES DEL AÑO EN COMALA, FORMARON LAS TRADICIONES Y COSTUMBRES QUE LE DAN LA MAGIA A NUESTRO PUEBLO.

Nuestras costumbres y trabajos agrícolas que aún prevalecen, pero muy pocos luchan por conservar., esto sin duda es; porque la mayoría de ellas son poco rentables., pero como unos amigos dicen; “¡¡Ya tengo el terreno, aunque no me rinda esa chamba, tengo que trabajar la tierra!!”, y precisamente por eso; por ser “Una costumbre agrícola” heredada por generaciones de padres a hijos.
Nuestra naturaleza es sabia y por sus estaciones del año se van midiendo los cambios y ajustándose a las nuevas necesidades que la misma vida nos presenta.
Por muchos años nuestros padres y ancestros llevaron a cabo actividades agrícolas regidos precisamente por las estaciones del año, así como los cambios lunares y hoy nos referiremos a ellas, que en tiempos pasados daba trabajo a nuestros campesinos y de ahí resultaron otras tangentes con iguales beneficios para quienes nos dedicamos en ese tiempo a labrar la tierra. 
Aquí hare un paréntesis y de refilón comentaré, que de esta actividad nacieron las costumbres y tradiciones pegadas a la actividad agrícola y ganadera, como las fiestas charro taurinas y patronales., el uso de las bestias de carga en actividades de diversión, y las rutinas de los demás implementos y accesorios como: la soga, la reata, la vestimenta de los vaqueros, charros, y muchas herramientas y accesorios más; que en otra ocasión haremos otro aporte con este tema, tan basto y rico en tradición y mejor centrémonos en el tema.



Cuando pasaba la luna llena del mes de marzo, y nosotros empezábamos a ayudar en la faenas del campo, nuestros progenitores, nos indicaba que era tiempo de ir a limpiar de maleza el campo que escogimos para la siembra del maíz, frijol, arroz o cualquier producto agrícola y a esa actividad le llamábamos “El Desmonte”, o “La tarea de la Tumba” otros que trabajaban como jornaleros, le decíamos “Vamos a las tareas del desmonte”, aquí usábamos herramientas para cortar con machete, guango, hacha, guadaña y otras herramientas, todo el monte bajo y medio alto para hacer montones de esa basura y apartábamos los más gruesos para “La leña”; de las cuales íbamos cortando y haciendo trozos y con ellos formábamos “trinchas”, para terminando el desmonte iniciar con el acarreo con bestias mulares o burros. 


Esa leña llegaba a nuestros hogares y le hacíamos una casita para que no se mojara con las lluvias del verano y era utilizada para cocinar los alimentos.

Después, al finalizar la temporada de la primavera y a fines de mayo empezábamos con otro trabajo, que se denominaba “La Quema” y se refería a trabajar quemando los “montones de basura”; a los cuales les poníamos en uno costado y a favor del viento unos medios manojos de zacate seco, que sirvieran como “yesca” y con unos “hules” de llanta que se les prendía una punta del montón para asegurar que ardiera toda la basura y con ello dejar listo para las primeras lluvias de fines de mayo. (Hay una canción de los aguaceros de mayo), hace unos 45 o 50 años se daban pasando la primer quincena de mayo y los “Cabrestos” bueyes de Don Toño que pasteaban en los terrenos de las faldas del volcán, solos comenzaban a llegar al corral que estaba a un costado de la entrada vieja del panteón (por la calle Alvaro Obregón entrando al ejido del pedregal o colonia López Mateos), ahí estaba un corral de ordeña donde hace 50 años ordeñaba Domingo Jiménez (a) “Mingo El Murcia”.
Pues recuerdo que mi padre (qepd) Pancho González Amezcua, muy pequeño me llevaba a ver cuántos habían amanecido en el corral y comenzaba a hablarles por el nombre y los bueyes y estos se le acercaban y les daba maíz y comían y después bajaban por el camino del bonete pegado al arroyo hasta los terrenos de “la tejería” donde hoy es la colonia Lomas del Pedregal desde el corral y de ahí se iban a la parcela de “La Tepamera”, donde esta la loma y por muchos años. 
Normalmente los cabrestos (bueyes), llegaban solos, pero cuando faltaban algunos, entonces le avisaban a Don Toño Aguirre y se juntaban con el grupo de vaqueros en bestias se iban a buscarlos a los terrenos del volcán y encontraban algunos huesos de ellos, porque se habían desbarrancado, a otros se los habían comido “Los animales de uña” como el león de montaña, la onza, tigrillos y pumas y como los cabrestos eran bueyes viejos mancitos, presas fáciles para animales carnívoros y regresaban con el resto para uncirlos al arado e incorporarlos en las labores agrícolas. 

 

Ese tiempo a fines de mayo, mi padre estaba atento a los rayos y truenos que desde comala se ven en las faldas del volcán y me decía: “De mañana a pasado empezarán a llegar los bueyes” y efectivamente, al otro día como a las 5 de la mañana se escuchaba el “mugir” del “buey cajeto”, “el palomo”, “el galleto” y muchos más; y pues había una identificación entre animal y hombre para cumplir con ese llamado de la naturaleza en los trabajos agrícolas., y eso amigos QUEDO GRABADO CON FUEGO EN MIS RECUERDOS.
Hay una canción de Gerardo Reyes que hace alusión a estas épocas, se llama: “Sin fortuna y sin nada”. (Esa es mi gente que por nada dejo, aunque volviera a sufrir igual).
  
En este punto quiero detener mi relato y recordar que la familia de “mi abuelo Chema”, (qepd) José Ma González Córdova, incluido mi padre Francisco González Amezcua (qepd) y sus hermanos J. Cruz, Alfonso y mi padre; estuvieron trabajando con Don Antonio Aguirre en ese tiempo, propietario o arrendatario de los terrenos del pedregal, allá por los años de 1967 0 69, sembraban casi todo ese basto terreno y traía mozos de las rancherías aledañas y muchos más que emigraban desde Zapotitlán, Tolimán, San Gabriel, San José del Carmen, Canoas, Aliseca y demás puntos del sur de jalisco, que llegaban a Comala desde a mediados de marzo y se regresaban cuando se terminaba la “Escarda y Paleteada” y regresaban otra vez en tiempos de corte de hoja.
Pero bueno ese será otro tema que después les compartiré; seguimos diciendo que las lluvias llegaban en la 2da quincena de mayo y los campos se humedecían y empezaba a surgir el zacate, que con el arado empezaba la chamba de “La rompida”, que nos es otra cosa más que preparar el terreno volteando la tierra para que el zacate que fuera naciendo se cociera en la tierra de un día para otro; después venia el trabajo de “La Cruzada”, que no era otra cosa más que cruzar con el arado en equis la tierra para verificar que el zacate estuviera bien cocido y seguir preparando la tierra para el tercer ciclo de trabajo con el arado, que era el de “surcar” o hacer los surcos para que el sembrador deposite las semillas y dejar germinar. 
  

Este proceso de “La siembra” debía llevarse a cabo a partir de los ocho días después del inicio de la estación del verano o sea a partir del 21 de junio y terminar de sembrar a más tardar el 24 de julio (cierre siembras) para que el maíz pueda estar listo para piscar antes de las cabañuelas de diciembre.
A los 22 días de haber sembrado el maíz, empezaba el trabajo de la fertilización y en aquel tiempo se usaba mucho el “Guano”, que era una especie de abono proveniente de las heces fecales del murciélago y de algunas aves marinas y con este se garantizaba la multiplicación de las cosechas.
Detrás de ellos venía otros trabajos que se llamaba “El Acordone”, que no era otra cosa más que acomodar en el surco las piedras y evitar que al paso del arado aplastaran las pequeñas milpas, que también era otro trabajo llamado “La escarda” que era la limpieza manual y con el arado tirado por bestias mulares o bueyes con un puyón y arado de palo para voltear con el ala el zacate y la tierra para tapar el abono al pie de la mata; también en este mismo tiempo había otro trabajo que se llamaba “Desretoñe”, donde con una guadaña, se cortaba los retoños de los huizaches, tepames, granjenes, garabatos y demás troncones que habían sobrevivido a la “Quema” y las espinas y ramas eran sacadas de la milpa y se colocaban como en las cercas y callejones para que no estorbaran.

A los ocho días después de terminada “La abonada, Escarda, Desretoñe,” se llevaba a cabo el trabajo de “La paleteada” y ese se hacía con una bestia que jalaba “El arado pato”, que le daba una segunda raspada al surco y como este arado de “dos manceras” tenía dos alas más grandes que las del arado normal, iba raspando el surco y dejando la milpa; limpia de zacate y de aquí al termino, se llevaba a cabo el famoso “ACABO”, que no era más que una fiesta con todos los jornaleros agrícolas y que el patrón en agradecimiento daba una birria, arroz con pedacera de pollo y frijoles fritos o puercos con totopos y forrado de chile jalapeño y queso seco y un excelente ponche de granada o unos jaiboles con alcohol de lata, para todos los que tuvimos o llevamos a cabo trabajos agrícolas de esa labor y normalmente se hacía bajo la sombra de alguna gran parota o higueras del callejón donde estaba la siembra o en el ranchito, donde se guarecía uno de las tormentas o era el paraje donde colgábamos los bules de agua y costalillos y también fungía como depósito de las herramientas de trabajo.

   

Pero eso no terminaba ahí; porque cuando la milpa empezaba a espigar y e emerger los primeros jilotes, había que ir trabajar en otra chamba, que era “El desenquelite (quelite) o despitillar (zacate pitillo)”, que por esos tiempos como llovía mucho, había grandes partes de la labor que se llenaba de esa maleza que en muchos casos le quitaba los nutrientes a la milpa y con ello bajaba la calidad del maíz., esta tarea también ayudaba, para que la milpa estuviera lista en los días por venir y se iniciaba otra jornada de trabajo que era el famoso “Corte de Hoja”.
Posteriormente al término de la jornada del “Desenquelite” y comenzando haber elotes, que es normalmente después que termina el verano y empieza el otoño, según el día y especie de maíz sembrada a fines de septiembre o entrando octubre, daba comienzo otra jornada de trabajo denominada “El Callejoneo o Zacaponeo”, que no era otra cosa más que limpiar de maleza las orillas de los campos sembrados y poder caminar con claridad y evitar ser mordido por alguna de las serpientes que abundan por ese tiempo; como las malcoas, apalcuates, tilcuates, solcuates y peor aún por alguna víbora de cascabel.
Después de la temporada elotera (para los tamales y elotes cocidos) y ya pasando la luna llena de octubre, hay una canción que es un himno a la vida de Pedro Infante, “La Luna de Octubre”, (según el tiempo de siembra de cada especie de maíz) daba inicio el corte de hoja, que nos mas que otra actividad de limpieza de la milpa para prepararse para el tiempo de las pizcas o cosecha. 
Esta consistía en “agarrar un corte de hoja”, según los patrones te daban 10, 15 0 20 surcos para cortar la hoja y se usaban los surcos de en medio de ese corte para “Encañar” los manojos cortados y que estos quedaran en forma inclinada, por si llegaban los serenos de fines de octubre o inicios de noviembre, la hoja sola se secara por escurrimiento y cuando trabajaba uno por tarea, normalmente era cortar un ciento de manojos de hoja para recibir el jornal del día de trabajo y como a los 15 o 22 días después de cortada, se iniciaba otra faena agrícola, que es la del “Amarre de Hoja” y cuando era por tarea este trabajo, normalmente se iniciaba a amarrar la hoja después de la luna de noviembre y este trabajo se hacía en cuanto oscurecía por las tardes noches, a las cuales acudíamos con nuestro bastimento y un bule de agua para hidratarnos por la extenuante jornada nocturna y regresar a nuestras casas por la madrugada después de haber amarrado la hoja y sacarlas al callejón para que otro día esta fuera recogida por los empleados del propietario de la labor y trasladar en bestias mulares o caballares hasta las trojas o casas del patrón y con los manojos hacer “Pilas de Hoja” que también tienen su trabajo y forma de elaboración en forma de casas con dos aguas para evitar que estas se pudrieran al mojarse con las lluvias de las cabañuelas.

Una vez que se terminaba de acarrear los manojos de hoja; llegaba el tiempo de “Las pizcas o de la cosecha” y esta faena consistía en trabajar por tarea (3 cargas de costales de pie doble) recolectar o pizcar las mazorcas de maíz con una canasta piscadora, (recibían este nombre porque en esta jornada agrícola se usaba piscalón) y recorrer los surcos sacando el maíz del farol de las milpas y depositándolos en la canasta y de ahí al costal de henequén y dejarlo en el lugar por donde pasarían las 

bestias mulares o caballares o los mozos para subirlos a los carromatos para trasladarlos a las trojas a la espera de la desgranadora de “Sergio el Chilpa” o de otras de las muchas camionetas que traían esa máquina desgranadora.
Una vez terminada la pizca, entraban una parvada de chavos al moteche; que era una actividad que las familias de las cercanías del pueblo llevaban a cabo por su propia cuenta y recolectaban el maíz que se había quedado y para eso ya era alimento de tesmos, (ardillas de tierra), güilotas, codornices y demás animalitos y aves silvestres y nos chavitos le sacaban provecho al recolectar, desgranar e ir a vender en las tiendas del pueblo como un maíz pollero; porque en su gran mayoría traía muchas semillas semipodridas.


Muchas veces algunos propietarios de las labores en la pizca, a la hora de la comida era costumbre el dar de comer a los piscadores al medio día un exquisito caldo de res, con mucha costilla y hueso y la mayor parte de los patrones invitaban la comida del caldo de res a los motechadores; que alegres disfrutábamos de la charla y del abundante plato de caldo de res.

En esos tiempos todos los miembros de la familia participábamos en las faenas agrícolas y de ahí la convivencia familiar y los recuerdos que hacen resonar las voces de un Comala que por la modernidad se va quedando poco a poco en el olvido de las nuevas generaciones porque sus actividades y forma de vida cambiaron y consiguen su sustento diario de actividades nuevas y mucho, pero por mucho más rentables que les dan una mejor calidad de vida con sus familias.

Saludos amigos y como se darán cuenta con mi relato, "Hemos hecho camino al andar"; dice mi pariente Luis Armando Fuentes Valencia, “al que junta estas letras” le dará gusto leer sus comentarios.
 


















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