VISLUMBRES
PRELUDIOS DE LA CONQUISTA
Capítulo 14
PROFR. Abelardo Ahumada GLEZ
ALGUNAS REVELACIONES DE “LA CAMPANA.
Finalmente, tras de dos largas, pero venturosas temporadas de trabajo, las autoridades del INAH decidieron que los primeros espacios ya casi totalmente despejados del centro arqueológico de La Campana pudieran ser visitados por el público, y se anunció la apertura del sitio para el 4 de diciembre de 1995.
Yo, como varios otros curiosos, había tratado de dar seguimiento a los trabajos que allí se llevaban a cabo, pero como mis obligaciones me lo impedían, sólo pude acudir esporádicamente, y hasta me perdí la inauguración. Pero a los pocos días me obligué a ir y…
La calle de acceso, que tres años antes ocupó el campamento de los “paracaidistas” del PFCRN, ya estaba perfectamente empedrada y delimitada con una malla ciclónica.
Al entrar me regalaron una especie de códice moderno doblado en cinco partes que contiene, como para los turistas, un apretado resumen informativo del que, sin embargo, me parece muy interesante lo que dice en el segundo párrafo:
“El sitio tiene su origen en épocas muy tempranas, pues se han detectado vestigios que dan cuenta de una ocupación prehispánica relacionada con la fase cerámica denominada Capacha, que data del año 1500 antes de nuestra era. Por otra parte, la última evidencia arquitectónica actualmente observable en superficie, corresponde al período comprendido entre los años 700 y 900 de nuestra era, ÉPOCA EN QUE ALCANZÓ SU MÁXIMO EXPLENDOR”.
Siendo algo muy digno de “destacar – dice- la presencia de calles” (que no fueron las que abrieron las máquinas que mencioné); la existencia “de un drenaje pluvial y de un centro religioso, así como también, áreas habitacionales, que se levantaron sobre plataformas tanto circulares como rectangulares, con paredes de caña y lodo, y techumbres de palma originaria de la región”, etc.
Colateralmente precisa que fue “el Ing. José María Gutiérrez, quien, en 1917, realizó un plano que incluye sólo algunas de las estructuras” y que, como ya lo habíamos dicho, la extensión del antiguo pueblo fue muchísimo mayor a la que hoy se advierte, puesto que los frailes que construyeron el convento de San Francisco a mediados del siglo XVI, y varias otras gentes que vivieron por aquellos rumbos, “utilizaron como materia prima para sus construcciones, material extraído de las plataformas prehispánicas”.
Pero, ¿Qué nos dice todo esto a nosotros?
REFLEXIONES Y CORRELACIONES.
En la Introducción del libro “La Campana de Colima”, que ya he citado aquí, y que se presentó en la Pinacoteca de la Universidad de Colima en diciembre de 2012, dice muy honestamente lo siguiente:
“Hasta hace algunos años, las sociedades que en la época antigua habitaron el mundo occidental de Mesoamérica, del que formaba parte el actual territorio del estado de Colima, eran desconocidas”.
Por otra parte, en la muy larga entrevista que tuve con la doctora Jarquín, ella fue muy enfática al precisar que no fue sino hasta la temporada de 1994, cuando, “La Campana se comenzó a revelar”, y ella empezó “a tener un diálogo con los edificios y las estructuras que poco a poco habíamos ido desenterrando”.
Así que, si reunimos esas dos aseveraciones, y las confrontamos con las opiniones que algunos arqueólogos habían emitido antes, ASEGURANDO QUE EN EL OCCIDENTE EN GENERAL, Y EN COLIMA, PARTICULAR, NO HUBO ARQUITECTURA MONUMENTAL PREHISPÁNICA, podemos muy bien inferir que el descubrimiento de los basamentos y las estructuras arquitectónicas de Almoloyan debió de significar para ellos UN DESMENTIDO TAMBIÉN DE TAMAÑO MONUMENTAL. Y que, quienes participaron en tales hallazgos (o se fueron enterando de ellos), debieron, igual, de revisar y cuestionar lo que sobre ese mismo tema se había dicho y publicado.
En cuanto a lo que concierne a los productos cerámicos que allí se encontraron, no parece, sin embargo, que (más allá de la individualidad y de la originalidad que cada pieza pudo tener), hayan descubierto algunas “novedades nunca vistas”, porque muy pronto llegaron a la conclusión de que las vasijas, los instrumentos y las estatuillas que fueron hallando, “cabían” perfectamente en “la secuencia cerámica” establecida por la doctora Isabel Kelly, y de la que con algún detalle estuvimos hablando en capítulos anteriores.
Y fue esa relativa seguridad la que les marcó la pauta para saber cuándo, poco más o menos, empezó a poblarse ese sitio, y cuándo, asimismo, entró en decadencia y se despobló.
Siendo por ello que, los doctores Jarquín y Martínez, tras conversar, seguramente, con otros especialistas de tales asuntos, pudieron afirmar que las piezas encontradas durante sus exploraciones, “en la zona arqueológica de La Campana […] corresponden a las fases cerámicas de Ortices, Comala, Colima y Armería”. Las que, en su conjunto, como se recordará, abarcarían, aproximadamente, desde el año 100 a. C., hasta el 1,150 de nuestra era.
Y si nosotros extrapolamos estas dataciones y las relacionamos con las estructuras arquitectónicas desenterradas allí mismo, estaríamos hablando de una ciudad que no sólo fue mucho más antigua que la de El Chanal, sino que, mínimo, duró “activa” alrededor de 1200 años, antes de que finalmente se despoblara y fuera cayendo en el olvido.
CAMBIO DE ESQUEMAS O MODIFICACIÓN DE PARADIGMAS.
No sé si a los lectores que han llegado hasta aquí les parezca esto que afirmo algo trascendental, pero en cuanto mi visión alcanza creo que sí lo es. No sólo porque ya hay pruebas indubitables de que también en Colima hubo arquitectura monumental, sino porque eso obligó a los arqueólogos a cambiar de opinión y de perspectiva en varios aspectos. Debiendo, entre otros interesantes detalles, modificar sus antiguas cronologías y mapas, para insertar lo correspondiente a esta “nueva” ciudad, de la que al menos hasta 1993, ningún arqueólogo profesional tenía idea que hubiere existido.
A mí no me gusta sentirme orgulloso de acciones que no realicé, pero sí me siento emocionado al estar comentando todos estos “pequeños detalles” delante de ustedes, lectores, porque, sin querer, sin soñar, sin imaginar siquiera, me tocó conocer el sitio cuando era un simple potrero lleno de lomas cubiertas de huicilacates, guamúchiles, huizaches, zarzales y otras breñas más, y ser testigo directo de todo el proceso de trasformación, destrucción y redescubrimiento de la muy antigua ciudad sepultada bajo el producto del abandono.
Y quiero ser muy enfático, en este sentido, al resaltar que, cuando entrevisté a la doctora Jarquín, ella, muy entusiasmada, pronunció una enjundiosa frase que casi textualmente repitió ante el público que asistió a la presentación de su libro:
“Ha sido asombroso lo que nos encontramos. Es algo de lo que deben estar orgullosos los colimenses. Algo que deben esforzarse por preservar, porque los litigios siguen, y porque el espacio que hasta la fecha tenemos explorado superficialmente no sólo abarca estas seis hectáreas que llevamos trabajadas, sino que alcanzaría ciento treinta y ocho”.
Lo que equivale a decir que, dada la época en que fue fundada, Molone, Almolonia o Almoloyan llegó a ser una ciudad muy grande, antes de que finalmente, por causas que se desconocen, se despoblara.
UNA EXTRAORDINARIA E INSOSPECHADA CONVERGENCIA.
Aparte de lo que acabo de comentar, hubo, en aquella entrevista, algunas “revelaciones” muy especiales que la doctora me transmitió, y que transcribiré aquí para que también los lectores se emocionen:
“Hasta antes de que se descubriera lo que ya llevamos estudiado, El Chanal fue considerado como la ciudad más grande del Occidente, pero ahora es claro que fue más grande ésta, que operó como una capital regional y que fue anterior a El Chanal… Los hallazgos nos permiten conjeturar que Almoloyan, La Campana, o como se le prefiera decir, representa un algo que fue netamente colimote, mientras que El Chanal es otra cosa, pues cuenta con muchos elementos típicamente michoacanos, y comenzó a desarrollarse casi inmediatamente después a la primera de las grandes invasiones purépechas que se dieron sobre esta región, muy probablemente en el siglo VII después de Cristo… Yo creo que la gente de Almoloyan comerciaba con la de Teotihuacán, en el momento en que esta ciudad alcanzó su mayor esplendor, y era la metrópoli que reclamaba el mayor número de productos y satisfactores de todas cuantas regiones productivas había entonces en Mesoamérica. Pero también advierto en este sitio que, cuando Teotihuacán finalmente cayó, ese declive impactó también a los pobladores de Almoloyan, que de repente ya no tuvieron a quiénes venderles sus excedentes… Y luego, también, al desaparecer la predominancia teotihuacana, comenzaron a generarse otros centros de poder y de dominio, como fue el caso de los purépechas, que se expandieron incluso hasta acá, y que, desdeñando una parte de lo colimote, pero utilizando otra, prefirieron edificar su propia urbe en El Chanal, obligando a los ya conquistados de Almoloyan, a despoblar su sitio y a trasladarse al nuevo. Aunque no quiero decir que ese proceso de despoblamiento se haya dado en días o semanas, sino durante un lapso mucho mayor, en la medida de que una población dominante iba creciendo en demérito de la otra”.
Antes de revisar punto por punto esto que acabo de citar, quiero recordar a los lectores que una buena parte de todo eso la empecé a insinuar desde que escogí el título de este trabajo, y redacté el primer capítulo. Pero no hagamos confuso el relato y realicemos una breve glosa de al menos un par de esas “revelaciones”:
La primera que habremos de revisar se refiere a que: “la gente de Almoloyan comerciaba con la de Teotihuacán, en el momento en que esta ciudad alcanzó su mayor esplendor”. Y la segunda, se remite al dato de que “al desaparecer la predominancia teotihuacana, comenzaron a generarse otros centros de poder y de dominio, como fue el caso de los purépechas, que se expandieron incluso hasta acá”.
Así que, iniciemos con la primera:
Partiendo del supuesto de que todos, ustedes, amigos lectores, han tenido acceso a reportajes o documentales de Teotihuacán, creo que no les será difícil entender y correlacionar lo que diré en los siguientes párrafos. Aunque tengo la seguridad de que lo entenderán mejor quienes hayan estado físicamente allí, porque al ser ésa una ciudad tan impresionantemente bella y trazada, desde que los visitantes salen del Palacio de Quetzalcóatl y enfrentan la Pirámide de La Luna y la amplísima Calzada de los Muertos, no les queda más que quedarse un momento “lelos”, llenos de asombro, sin entender cómo pudieron, los teotihuacanos, con la tecnología que hubo hace 2000 años, haber diseñado y construido todos esos grandiosos edificios. Y más, cuando plantado uno en la parte central de la Calzada de los Muertos”, ve hacia el Oriente la gigantesca y simétrica mole de la Pirámide del Sol. Junto a la cual toda la magnificencia de los demás edificios queda pálida, empequeñecida.
Tomando en cuenta esa monumentalidad, y la organización que fue necesaria para lograrla y mantenerla, debo confesar que nunca pasó por mi mente la más mínima idea de que los pobladores de tan impresionante urbe hubiesen tenido algo que ver con nuestros “humildes y primitivos” ancestros colimecas.
Así que cuando la doctora Jarquín me dijo que ella tenía bases para creer que los pobladores de La Campana (o Almoloyan) tuvieron tratos comerciales con los teotihuacanos, lo primero que hice fue dudar de su aseveración. Pero como ese día sólo me tocaba escucharla, callé y, con respeto, la seguí escuchando hasta que se terminó la entrevista.
En este 2020 puedo afirmar, sin embargo, que al referirse a las excavaciones que hizo en Comala, la doctora Isabel Kelly dijo haber encontrado “una vasija de antepasados desconocidos que […] tiene una decoración, francamente de Teotihuacán”; por lo que no estando muy lejos Comala de La Campana, no es imposible que algunos de los elementos que encontró el equipo de la doctora Jarquín hayan sido, asimismo, producidos en Teotihuacán, o elaborados con técnicas que fueron aprendidas allá. Y que por eso ella haya deducido el intercambio comercial que mencionó.
Ahora, aun cuando algunos lectores me puedan juzgar de loco, quiero decir que, cuando la doctora me estaba explicando todo esto que les acabo de contar, mi mente, por decirlo de algún modo, se “desdobló”, y mientras que, por una parte, con mis oídos abiertos seguía muy atento a lo que ella seguía diciendo, en mi imaginación comencé a ver, desplazándose por las antiguas veredas ancestrales, a muy fuertes tamemes llevando algunos de los productos que se manufacturaban en Almoloyan hacia Teotihuacan “y puntos intermedios”, o viniendo desde allá hasta acá con similares cargas.
Y llevado por esa misma inercia, hubo un momento también en el que me vi, afortunadamente inadvertido por los habitantes del lugar, encaramado en una de las estructuras más altas del centro ceremonial, observando al gentío que llenaba el antiguo tianguis, y presenciando, desde un poco más lejos, el instante también en el que un par de tlamacazques (o sacerdotes), provistos con pavorosos cuchillos de obsidiana o pedernal, abrían el pecho de una víctima, le sacaban el corazón latiente, y lo ofrecían a Xiuhtecuhtli, su venerado ‘Dios del Fuego’, muy presente para ellos en la majestad rocosa del volcán humeante.
Pero una cosa es imaginar lo que pudo ser, y, otra, imaginar lo que nunca fue. De manera que, si queremos tener una base firme incluso para nuestra imaginación, deberemos tratar de dilucidar si el mencionado comercio entre Almoloyan y Teotihuacan pudo ser posible o no.
En una de las páginas que el INAH tiene en la Internet, y que según quienes la manejan dice que fue “actualizada el 17 de febrero de 2020”, al referirse al centro arqueológico de La Campana, afirma:
“Este sito se desarrolló en el occidente de México paralelo a otros desarrollos regionales como Teotihuacán y Monte Albán hacia el Clásico Temprano, por lo que también es un ejemplo de los primeros asentamientos urbanos en Mesoamérica”.
El INAH, como bien se sabe, es “la máxima autoridad” en nuestro país en cuanto a los estudios arqueológicos corresponde, y aun cuando hay arqueólogos a los que (como a mí) les da también por echar a volar su imaginación, es de creer, entonces que, si ellos afirman que la Almoloyan colimota tuvo un “desarrollo paralelo” al de Teotihuacán, podemos contar con la relativa certeza de que así fue. Pero de los detalles inherentes (o derivados de lo anterior), les comentaré después.
En todos los libros de arqueología mesoamericana publicados antes del año 2000, nada se dice (por razones que hoy parecen obvias) de la ciudad prehispánica de la que hemos venido hablando aquí.
Presentación del libro “La Campana de Colima”, en la Pinacoteca de la U. de C., diciembre de 2012.
Los invito a que le den “zoom” a esta foto para que puedan observar la cercanía que hay entre el centro ceremonial de la antigua Almoloyan y el de la ciudad de Villa de Álvarez. Donde destacan, al fondo, las torres del templo de San Francisco de Asís.
Por increíble que hoy nos pudiera parecer, existen las bases para considerar que la pequeña ciudad de Almoloyan y la grandiosa Teotihuacan, no sólo fueron contemporáneas, sino que tuvieron tratos comerciales.
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