¿A QUIEN QUIERES MAS?...
Por Aarón Torres Santana
Las preferencias y los rechazos son un fenómeno común en todo el género humano y la familia no es una excepción.
Se les hizo una pregunta a un grupo de jóvenes universitarios, ¿Cuál persona real es tu héroe o heroína predilecta? el 56 % decía que era su padre o su madre y las razones para ello eran la grandeza de los héroes, es sacrificar su vida por el bienestar de otros; me han cuidado, su dedicación en lo que le gusta; salió de la pobreza extrema de manera honrada; salió de los vicios porque se lo propuso; son mi ejemplo; es una persona llena de amor, entre otras. La realidad es que un ser humano no puede "controlar" su vida afectiva de tal modo que sus sentimientos por todos y cada uno de los miembros de su familia sean exactamente iguales; por lo que cuando se le pregunta a una persona ¿A cuál de tus padres quieres más? Se siente sorprendida, incómoda e incluso angustiada. La clásica respuesta casi es automática diciendo: "yo los quiero a los dos igual". La realidad es que no es una pregunta fácil de contestar, en algunos casos, admito que hay excepciones. La falta de aceptación de la realidad de las preferencias y rechazos hacia los miembros de nuestra familia, repercute negativamente en las relaciones que se establecen en la misma.
Las razones por la que un hijo prefiere a uno de los padres en particular son innumerables y es la persona la que elige el objeto de su predilección en el contexto de sus sentimientos, su razón y de la situación particular en la que vive. En las relaciones humanas existe por tanto una interdependencia entre las personas: Yo dependo de los demás para satisfacer mis necesidades de afecto, reconocimiento, poder… pero por otro lado los demás dependen de mí para satisfacer las suyas. La interdependencia positiva lleva a comportamientos cooperativos y la interdependencia negativa lleva a la competencia, rivalidad, hostilidad y a veces a la agresión.
Una antigua anécdota cuenta de una campesina madre de 12 hijos a la que en una ocasión alguien preguntó a cuál de sus hijos prefería por encima de los demás. Su respuesta encierra en su sencillez un mensaje profundo: "Al que está ausente hasta que vuelve, y al que está enfermo hasta que sana…" La misma resume de una forma simple la necesidad de tratar a cada hijo de acuerdo con sus características propias y con las circunstancias particulares del momento concreto que está viviendo. No se puede tratar un hijo pequeño, como un adolescente o un adulto joven; en la medida que los hijos crecen necesitan mayor libertad y la oportunidad de ensayar; probar, cometer errores y por tanto crecer. Crecen las responsabilidades y la libertad para hacerlo. Un error muy frecuente que cometen los padres al tratar de manejar este fenómeno consiste en querer tratar a los hijos de un modo exactamente igual. El ser justo y equitativo no está en darles a todos lo mismo. La justicia se refiere, por ejemplo en dar a cada uno de los hijos lo que merece y necesita, a la luz de lo que más le conviene en forma integral. No podemos tratar a nuestro dedo meñique del mismo modo que tratamos el pulgar, puesto que probablemente nos lo romperemos. Como dijo Aristóteles: "Es tan injusto tratar a iguales en forma desigual; como tratar a desiguales igualmente". El conocimiento surge del trato continuo, de compartir nuestro tiempo con la persona amada, de escucharla con paciencia, de mostrar interés en aquello que le interesa y de darnos generosamente.
Reconocer que existe un amor sensible, que hará que nos inclinemos más hacia algún hijo en especial, tenemos también un amor racional que es capaz de entender siendo justos la necesidad de buscar el bien, la conveniencia y la felicidad de todos y cada uno de los miembros de la familia. Es este amor racional el que nos lleva a ser consistente y justos en forma recíproca en el trato de nuestras relaciones personales.
En resumen, los padres se deben interesar e involucrar mucho en la vida de sus hijos y los hijos les confían los sentimientos, dudas y necesidades a cambio de confianza e interés, sin gritos.
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