LOS CRISTEROS DEL VOLCÁN DE COLIMA
Crónica del 27 de abril a los primeros de agosto de 1927
Viene de la edición anterior
"EN LA BOCA DE EL LOBO"
El día 13 de mayo por la tarde se intentó salir de Caucentla para atravesar, ya al obscurecer, el camino carretero que va a Colima, y durante la noche, la vía férrea: paso el más difícil, pues era el más cuidadosamente guarnecido.
Ya el sol se había puesto y la luz del crepúsculo apenas alumbraba, cuando se llegó a las cercanías de la hacienda de Quesería, Col., en donde había que atravesar la carretera que lleva a Colima.
Con toda tranquilidad, y sin suponer nada adverso en aquellos momentos, empezaron nuestros libertadores a ver una larga polvareda que se acercaba, suponiendo que eran las carretas que, cargadas de caña de azúcar, llegaban a la hacienda después del trabajo del día, como sucedía regularmente.
Lo obscuro ya de aquellos momentos, el color verdinegro de los uniformes enemigos, impidieron que los cruzados se dieran cuenta del peligro. En cambio los cristeros, con sus vestidos blancos -calzón y camisa de manta y en descubierto, pudieron ser vistos por los callistas con gran facilidad.
En previsión de algún peligro, los libertadores hicieron alto sobre una pequeña loma, a no larga distancia del camino.
Y principiaron a opinar: unos, que aquellos bultos que entre las sombras avanzaban, eran bestias; otros, que carretas de caña; otros, que eran los enemigos.
El toque del clarín y las primeras balas los sacó de la duda: tenían a los soldados callistas en toda la línea del camino, apoderándose de la cerca de piedra que les serviría de trinchera; estaba también ganado el flanco y el enemigo trataba de cercarlos.
Había pues que salir de allí precipitadamente, antes de que éste lograse su intento.
A todo correr, en medio de una lluvia de balas y entre los matorrales y piedras de la montaña, lograron los cruzados salir de aquel peligro.
Serían las 8 de la noche cuando los cruzados llegaron de nuevo a las ruinas de su viejo campamento de Caucentla, de donde habían salido aquella tarde.
La luna en esos momentos estaba un poco arriba del horizonte; sus rayos penetraban apenas por entre las frondas del bosque, dando al cuadro un aspecto solemne y fantástico.
Ahí, en la semioscuridad, junto a las viejas trincheras, se hizo alto un momento; todos estaban en completo silencio y se mantuvieron sobre sus caballos, esperando una orden del jefe.
Entre tanto éste, montado, igualmente, conferenciaba casi en secreto, con dos o tres de sus compañeros de más confianza que se acercaron a él y, un minuto más tarde, se trasmitían los soldados, unos a otros y en voz baja, la orden de continuar adelante.
En efecto, había necesidad de pasar a la región de Pihuamo, Jal., cuanto antes, y por donde posible fuera. CONTINUARA.
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