viernes, 28 de mayo de 2021

Vislumbres, Preludios de la Conquista, Capitulo 47, "Defender a un indefenso"

VISLUMBRES
PRELUDIOS DE LA CONQUISTA
Capítulo 47
Profr. Abelardo Ahumada González
DEFENDER A UN INDEFENSO.

Presiento que los párrafos que integran este capítulo no tienen casi nada que los haga parecer “emocionantes”, porque quiero realizar una defensa sobre un fragmento de la obra que don Ignacio Navarrete, abogado y profesor de historia, publicó en 1872, y que, como ya dijimos, se titula “Compendio de la Historia de Jalisco”.
El asunto es que, al ver que lo acusaron de haber inventado “una patraña”, sin valorar las otras aportaciones que hizo para que no se perdiera la memoria de nuestros antepasados, me siento moralmente obligado a tratar de revindicar el esfuerzo que él hizo para dar a conocer la historia antigua de nuestra región.
Y para iniciar quiero decir que cuando el licenciado Navarrete se vio ante la necesidad o el gusto de tener que dar clases de historia, no había un libro de texto que pudiese ser accesible para sus alumnos, y decidió escribir uno que supliera dicha carencia. Obligándose a partir de entonces (o desde antes si ya era su afición la historia) a estudiar para tomar los apuntes con los que posteriormente dio forma a su librito, siguiendo el esquema de los antiguos catecismos.
En uno de los primeros capítulos de esa obra se mencionan (con inocultables errores) dos nombres: el de “Tangaxoan Bimbicha” (…) “cazonci de Mechoacan”. Y el de “Vehechilze o Wichilze”, un militar de alto rango que habría comandado al ejército michoaque, durante los últimos combates de la guerra teco tarasca en el año de 1510.
Adicionalmente menciona que hubo dos cabecillas (tecos, desde mi perspectiva) que circunstancialmente y sólo para esos efectos, unificaron y encabezaron a los pueblos de la zona lacustre de la antigua Provincia de Xalisco: uno que menciona como Rey de Coliman, quien habría atacado a los invasores michoaques desde Zapotlan hasta Zacoalco (parte centro-sur del territorio invadido), y otro, al que se refiere como, “el capitán Cóyotl, súbdito y tributario del cacique de Tonalan”, que atacó a los michoaques por el norte, en algunos espacios situados en las inmediaciones del lago de Chapalac. 
Otro error que cometió el licenciado Navarrete fue que, al redactar ése y otros interesantes capítulos de su “Compendio”, no citó las fuentes en que se basó para redactarlos. Pero de ahí a considerar que no hay nada que valga en su libro, es una total injusticia para un alguien que se esforzó por comunicar lo poco o lo mucho que le haya podido quedar claro sobre la dicha historia de Jalisco.
En ese sentido, pues, me parece que él no inventó el meollo de este otro tema, sino que lo tomó, tal vez sin mucho cuidado, de una o más fuentes que tuvo a la vista y que no referenció, y que con el tiempo un día desaparecieron, como han desaparecido tantísimos otros documentos incluso de nuestras propias familias.

UN MISTERIO SE AGREGA A OTRO.

Al llegar a este punto, lectores, tal vez consideren que estoy pecando de iluso, o que quiero ponerles enfrente un espejismo histórico, pero en los renglones que siguen, voy a tratar de exponer y sustentar mi argumento:
En primer término resalto el dato de que, aun cambiados en su pronunciación, al ir pasando de voz en voz, o deformados en su escritura en un lapso de poco más de tres siglos, los nombres que él mencionó sí tienen sustento histórico; porque el de “Tangaxoan Bimbicha” corresponde, en efecto, a Tangáxoan, hijo de Zuangua, al que sus paisanos conocían también como Tzimtzicha, o Zinzicha. Y el de“Vehechilze o Wichilze”,  corresponde también a Huizizilzi, Vizizilci o Tashuacto, que, según “La Relación de Michoacán”, a la que muchas veces hemos aludido aquí, era, en efecto, general del último gran cazonci. 
El problema, en este caso concreto, es que ninguno de esos dos personajes tenía, en 1510, el rango que Navarrete les dio, puesto que, según la historia ya comprobada, el cazonci que gobernaba en ese tiempo era Zuangua, padre de Zinzicha. Y que este último fue “elevado al trono” en algún momento del segundo semestre de 1520, debido a que Zuangua falleció en esos días a causa de la epidemia de viruela negra. Asumiendo Zinzicha en ese momento el nombre de Tangáxoan II, en recuerdo de su bisabuelo Tangáxoan I.
Y en cuanto concierne al general Huizizilzi, conviene saber que también fue una figura histórica, cuyo nombre empezó precisamente a escucharse, a raíz de que, habiéndose convertido Zinzicha en el último gran cazonci, envidioso y apocado como era, mandó matar a varios de sus hermanos para que no le disputaran el trono, y nombró después, a un tal Cuyniarángari, o Cuinierángari, como su mano derecha en materia política, y al ya referido, Huizizilzi, hermano del Cuyniarángari, como jefe de su ejército.
Al evidenciar esta otra falla no dudo que cualquier otro lector podría llegar a creer que, si el licenciado Navarrete erró también en esto, erró en todo lo demás. Pero debo insistir en que no fue así, y que, pese a sus indiscutibles errores, también tuvo algunos afortunados aciertos. Así que trataré, pues, ante ustedes, de seguir “razonando en voz alta”:
Navarrete nació en Guadalajara algún día de 1837, y publicó su “Compendio” en 1872. Por lo que tendría entonces (o estaba por cumplir) 35 años, y no era ya un profesionista inexperto, puesto que a la vez que era abogado, se desempeñaba como profesor, así lo haya hecho en un humilde “Liceo de Niñas”.
El hecho de que, por otra parte, haya descrito en ese episodio, los pueblos, las ubicaciones y los nombres de los líderes autóctonos que según él participaron en dicha guerra, junto con los ya mencionados de Michoacán, nos dice que, aun sin haber profundizado en el tema, sí había leído al menos uno o dos libros de origen michoacano, que hablaban acerca de ese particular asunto, como pudieron haber sido las respectivas crónicas de los padres Basalenque y Beaumont. De los que la primera se titula “Historia de la Provincia de San Nicolás Tolentino de Michoacán”, y fue publicada en 1673, y la segunda de titula “Crónica de la provincia de los Santos Apóstoles S. Pedro y S. Pablo de Michoacan”, y fue escrita en 1770. Así como la “Crónica Miscelánea de la Sancta Provincia de Xalisco”, escrita por fray Antonio Tello en Guadalajara, entre 1650 y 1653.
Todo ello sin olvidar que, colateralmente, aunque para desprestigiarlo, José María Muriá asegura que “Navarrete recibió algo de inspiración (…) del franciscano Francisco Frejes, quien escribió en 1833 una Memoria histórica…” en la que hizo alusión a la existencia de tres reinos ubicados entre el “río Ezquitlán o de Santiago y (…) la sierra de Michoacán”, que se llamaban Xalisco, Colima y Tonalá”. Cuyo “gobierno era real, pero confederado con algunos llamados cacíquez [sic] o jefes de naciones.”
Al llegar a este punto pienso que, si el licenciado Navarrete leyó al menos estas cuatro obras, NO ERA UNO LEGO EN MATERIA DE HISTORIA, porque con todo y erratas no cualquiera en su época pudo tener acceso a semejantes libros.
Entiendo, por otra parte, que a él no le tocó leer “La Relación de Michoacán”, no sólo porque si la hubiera leído no hubiera cometido dichos errores, sino porque dicha obra se mantuvo casi totalmente desconocida en el archivo de la Biblioteca del Escorial en Madrid, y no fue sino hasta 1867 o 1868, cuando un investigador llamado Florencio Janer la descubrió y, viendo lo interesante que podría ser, se puso a paleografiarla por primera ocasión, publicándola en 1869, en Madrid.
En ese contexto, si tomamos en cuenta que el “Compendio de la Historia de Jalisco” se publicó en Guadalajara en 1872, hemos de creer que empezó a ser escrito cuando menos un año antes. Lo que nos da pie para considerar que, si sólo hubo un año y unos pocos meses entre la publicación de “La Relación” en España y la de “El compendio”, en México, fue prácticamente imposible que, dada las dificultades políticas y diplomáticas que había entonces entre ambos países, Navarrete haya podido tener acceso a uno de aquellos primeros ejemplares de “La Relación”. A no ser que él mismo haya tenido los recursos y la buenísima suerte de haber viajado a España, de haber visto ese libro allá, y de haber decidido comprarlo y traerlo para documentar al menos una lección del cuaderno inicial que le servía para dar sus clases. Posibilidades que se me antojan difíciles de creer.
Todo eso sin haber mencionado aún que no hay (o al menos yo no he podido hallar) ninguna noticia de que uno de los ejemplares de aquella primera edición haya llegado a nuestro país, y porque lo que sí he visto documentado es que sólo pudieron haber sido unos pocos ejemplares de la segunda edición, publicada también en Madrid, en 1875, los que llegaron a México. Y ello ¡tres o cuatro años después de que Navarrete había publicado su “Compendio”. 

UN EJEMPLO DE MALA LECHE.

Hace dos años (en 2019), en una revista que se llama “Relatos e historias de México”, José María Muriá publicó un par de artículos que hablan sobre Navarrete: el primero se titula: “La inexistente Confederación Chimalhuacana”, y el segundo: “La Confederación Chimalhuacana, una invención del ‘nacionalismo’ jalisciense”. En la entrada del primero dice:
“En el siglo XIX, tal vez con ánimo de compensar la carencia, en tiempos prehispánicos, de un anhelado centro urbano de gran prestigio, como tantos que hay en el centro y sureste de México (…), hubo quienes desarrollaron, con más imaginación y buenos deseos que trabajo heurístico formal, la idea de que Jalisco tenía fuertes antecedentes federalistas.
Navarrete era hijo de un político homónimo que fue diputado al primer Congreso de Jalisco y participaba junto con muchos otros del deseo de sustentar su emergente nacionalidad y la recién creada república en algo singular y específico de ella, como lo podía ser el esplendor de su pasado indígena (… y) no faltaron (otros) jaliscienses, partidarios entusiastas del federalismo, que buscaran elementos adecuados para fundamentar una fuerte ‘regionalidad’; procuraron hallar vestigios de que Jalisco constituía ya una entidad bien definida antes de la Conquista y que en ella existían ya rastros de un gobierno más o menos confederado”. 
En el “Diccionario de la Lengua Española”, el término “heurístico” se remite -y esto ya lo digo yo-, a la “heurística”. Que a su vez tiene dos acepciones. Una que define sencillamente como “el arte de inventar”. Y otra, que va en sentido contrario, puesto que se define como la “busca o investigación de documentos o fuentes históricas”. Por lo que, si volvemos a leer el primer párrafo de la cita de José María Muriá, entendemos que cuando él afirma que los historiadores que “desarrollaron con más imaginación y buenos deseos” la historia patria de Jalisco, lo que realmente estaba diciendo es que no era cierta, sino que la inventaron.
Aseveración que enfáticamente quiero contradecir, puesto que, si “cruzamos” la información presuntamente “inventada” por Navarrete y sus seguidores con otra que procede de otras regiones aledañas, nos encontraremos con que, sin ser enteramente coincidentes los datos, sí hay suficiente indicios para comprobar que una buena parte de lo que ellos dijeron fue cierta y no inventada. Como lo trataremos de probar en el siguiente apartado. 
Pero antes de presentarles a ustedes esos datos, quiero regresar a una segunda idea expuesta por Muriá, que va justo en el sentido de que Navarrete y sus contemporáneos inventaron también algunos episodios guerreros de su patria chica para tenerlos como un motivo de orgullo regional, como lo hizo en su momento Agustín de Iturbide, pues dice: “No fue gratuito que, años antes (de Navarrete y esos otros jaliscienses) Iturbide hubiera recurrido precisamente al emblema de la fundación de Tenochtitlan para que sirviera de símbolo a su flamante imperio y que éste haya sobrevivido hasta la fecha en calidad de escudo nacional”.
Aseveración, también, que más que mostrarnos su afán por aparecer como un gran erudito de la historia nacional, lo exhibe como un amante de la mala leche. Ya que tal símbolo no fue un invento de Iturbide, sino que ya estaba expuesto, con diferentes formas, en varios antiguos códices. 

LOS TESTIMONIOS DE LOS ANCIANOS

Volviendo a la descripción que Navarrete nos brindó sobre la llamada “Guerra del Salitre”, algo que salta fuertemente a la vista es lo que él afirma que ese último encontronazo bélico entre los tecos de Xalisco y Colima, contra los tarascos y sus aliados sucedió en 1510. ¿Pero cómo pudo saber de eso y cómo logró describir los detalles de la guerra?
Insisto en que debió de haber existido otra fuente en la que el profesor Navarrete abrevó, porque, como quiera que él se haya equivocado sobre la escritura de los nombres y los tiempos de Tzimtzicha y Huizizilzi, éstos sí fueron personajes reales. Por lo que llego a la conclusión de que tampoco fueron inventados los nombres de los caciques de todos los pueblos de la zona lacustre de Xalisco que él mencionó, y que efectivamente corresponden, incluso hoy, a la geografía del área. 
Hablando sobre este aspecto, ya habíamos comentado aquí que don Manuel Orozco y Berra, en su “Historia antigua y de la Conquista de México”, publicada entre 1880 y 1881, dice por ejemplo que: “El Reino de Coliman confinaba al Norte con señoríos independientes (sic); al Este y al Sur con el reino de Michoacán, al Oeste con el mar Pacífico (re-sic). Tenía como subordinados en tiempos de la conquista (española) cuatro jefes: Zoma, rey de Xicotlán; Capaya, rey de Autlán; Minotlacoya, rey de Tzapotlán, y el señor de Sauyula, quien tenía capitanes de armas en Pizictlán, Tuxpan, Tamazula, Cocula, Teculotán, Tzuchimilco, Tuito, Chacallan, Xiquilpan, Acatlan, Amecan, Tchalutla y Amacueca. En toda aquella demarcación se hablaba la lengua nahua, y todo el reino comprendía el actual territorio de Colima, más una fracción de Jalisco (y otra que ahora es de Michoacán)”.
Y si nos detenemos un poco a tratar de entender lo que don Manuel expresó, seremos capaces de distinguir primero, el área que sirvió como escenario de la mencionada guerra; segundo los nombres de los protagonistas y, tercero, los de los pueblos involucrados. Mismos que coinciden casi totalmente con los que mencionó el profesor Navarrete. ¿Se atrevería alguien a decir que Orozco y Berra también inventó esto último, o que copió acríticamente la obra de un oscuro profesor del Liceo de Niñas de Guadalajara? O ¿no sería más factible creer que él también abrevó en otras fuentes?
Yo, por lo pronto, me quedo con lo segundo. Pero “como ya se me terminó el papel”, seguiremos hablando de todo este embrollo en mi próxima colaboración.
1. Desproporcionado y todo, este croquis de 1550 nos muestra una parte muy considerable del escenario de la Guerra Teco-tarasca. Arriba del centro, a la izquierda, aparece Guadalajara, y con letras verticales a la derecha, los límites con Michoacán.
2. Yo, la verdad, no entiendo por qué, si pasaron por aquí las tribus nahuatlacas, a los historiadores de “La Nueva Tradición” se les haga tan difícil aceptar que hubo allí tres o cuatro “reinos” al mismo tiempo que Tenochtitlan y Tzintzuntzan brillaban.
3. De conformidad con los datos que el profesor Navarrete aportó, en Zacoalco debió darse una gran batalla entre las gentes capitaneadas por el “Rey de Coliman” y las del “Cazonci de Mechuacan”.
4. Hablando en términos generales, ésa que se ve al fondo, tendría que haber sido la playa salitrosa por la que supuestamente pelearon. Foto tomada desde dos cuadras arriba del templo de Techaluta, Jal.
 




















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