jueves, 13 de mayo de 2021

Los Cristeros del Volcán de Colima, arresto e inmolación de Tacho Zamora y J. Trinidad Castro

LOS CRISTEROS DEL VOLCÁN DE COLIMA 
Spectador, libro sexto, capitulo tercero, NIEBLA DE INVIERNO (Enero a abril de 1928)
“ARRESTO, FORTALEZA E INMOLACIÓN DE LOS MÁRTIRES, Tacho Zamora y J. Trinidad Castro”.

EL ARRESTO
Cuando el grupo de soldados, intempestivamente entraba, Anastasio Zamora, decidido y valiente, quiso hacer resistencia; pero Castro lo impidió, pues creyó que, si resistían, se atraían más males sobre los dueños de la casa. Momentos después, en medio de la turba blasfema de soldados callistas, fueron conducidos a la Jefatura de Operaciones los dos defensores de la Libertad.
FORTALEZA DE LOS MÁRTIRES
Ante los militares se portaron con entereza. La misma prensa gobiernista comentó su resolución y valor. En favor de ellos, ni una disculpa, ni una palabra.
Se dice que la voz de J. Trinidad Castro resonó majestuosa en los muros del antiguo Seminario, en esos días Jefatura Militar, perdonando a los verdugos y anunciando el glorioso porvenir de la Iglesia, jamás vencida. Cuando se vio un momento libre, entregado solo a la custodia de los soldados, se postró en tierra, así como 5 meses antes lo había hecho a su vez Tomás de la Mora, descolgó de su pecho un crucifijo de plata que siempre traía y oró un poco.
Anastasio Zamora, con el espíritu que siempre lo caracterizó, de un grande e inquebrantable valor, encubierto con una muy cristiana modestia, no hizo como su compañero, con palabras candentes, demostración de los ardores que sentía en su alma, sino que su principal empeño fue disculpar a aquellos a quienes se quería complicar en su causa, a saber, la señora de la casa en donde habían sido aprehendidos y José García Cisneros su hijo.
LA INMOLACIÓN
Era cerca de la media noche cuando fueron conducidos a la calzada Galván, para ser fusilados. Sirvió de paredón el antiguo muro del actual campo deportivo A. D. C., esquina con la calle Zaragoza.
Con su espíritu noble de siempre, Zamora pide que no se le cuelgue, para que la impresión que cause su muerte sea lo menos dolorosa posible para sus ancianos padres, y el grito triunfador de sus combates, el sublime ¡Viva Cristo Rey!, escapado por último de su pecho, rasgó el silencio de la noche. Se produjo la descarga, y el joven mártir cayó bañado en su sangre. Estaba presente el Presidente Municipal de San Jerónimo, Col., para ser testigo de aquellas muertes deseadas.
Privilegios del dolor y del heroísmo cristianos: dícese que el mismo Presidente, cediendo a un impulso de veneración, se inclinó y, con todo respeto, cruzó sobre el pecho destrozado, las manos del mártir.
Después de lanzar igualmente el valiente J. Trinidad Castro el sonoro grito de ¡Viva Cristo Rey!, recibió el martirio y, cuando la descarga le derribó al suelo, aún palpitante, se le arrastró del cuello con una soga, hasta el pie del mismo árbol en que cinco meses antes había sido ahorcado el mártir Tomás de la Mora.
La luz de un nuevo día vino, cinco o seis horas más tarde, a iluminar aquel cuadro, a hacer público aquel suplicio: J. Trinidad Castro, joven perfectamente conocido en Colima, tanto por su larga y brillante actuación religiosa, como por haber trabajado en uno de los principales comercios de la ciudad, afeado, destrozado, cubierto de tierra, ensangrentado y suspendido. de las ramas de un sabino de la calzada, y Anastasio Zamora, cubierto de sangre, con el pecho destrozado y los brazos cruzados, recargado en el paredón de su suplicio.  Continuará




























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