jueves, 6 de mayo de 2021

Vislumbres, Preludios de la Conquista, Capitulo 45, "Entre la Historia y el Mito"

 VISLUMBRES
PRELUDIOS DE LA CONQUISTA
Capítulo 45
Profr. Abelardo Ahumada González



ENTRE LA HISTORIA Y EL MITO.

En la noche del 22 de diciembre de 1983, ya para finalizar la conferencia que les comenté., Juan Rulfo fue tajante al afirmar que: “Es falsa la teoría inventada por el profesor Ignacio Navarrete, catedrático de historia en el Liceo de Niños y Niñas del Estado de Jalisco, de que la antigua Nueva Galicia estaba compuesta por una dizque Confederación Chimalhuacana”. Señalando que, por creer en su teoría, “historiadores recientes como el Dr. Jesús Figueroa Torres (y … don Luis) Pérez Verdía” estaban totalmente equivocados porque, según él sólo han existido dos Chimalhuacanes: uno, que “siempre ha estado (…) en las cercanías de Texcoco, en la ribera del vaso de la laguna, y Chimalhuacán Chalco, junto a Ozumba, en el estado de México (…), provincia de Chalco, Amecameca; (mientras que) en el occidente, jamás existió un sitio, lugar, pueblo, confederación con ese nombre”. Rubricando toda esa fuerte expresión con la frase, rotunda: “Ojalá que esto quede bien claro de una vez por todas”.
El problema que ahora yo veo, es que Rulfo fue igualmente tajante al insistir que sí hubo varias “Guerras del Salitre”, o varios episodios de una misma guerra bautizada con ese nombre. No obstante que también fue el profesor Navarrete el primero de los historiadores jaliscienses que, con un cúmulo de detalles, se puso a describir dichos enfrentamientos bélicos. Hecho que me parece una notable contradicción de Rulfo.
De momento, sin embargo, no me percaté de ese asunto, y en lo que sí me fijé, y compruebo al tener el texto de su conferencia ante mis ojos, es que, como ya lo adelanté un poco en el capítulo anterior, Rulfo no negó, sino que fue también enfático al resaltar el papel que desempeñó en esa época el llamado “Reino de Coliman”. Sobre el que invocó el testimonio de “(Francisco Xavier) Clavijero, (Joseph) Acosta y (fray Juan de) Torquemada”, tres grandes y muy reconocidos historiadores de la época virreinal. 
Basado en esas expresiones, me puse a buscar y encontré con que al menos Clavijero dice: “El reino de Michhuacan (sic), que era el más occidental de todos, confinaba por Levante (Oriente) y Mediodía (Sur) con los dominios de los mexicanos; por el Norte con el país de los Chichimecos y otras naciones bárbaras, y hacia el Occidente, con el lago de Chapallan y con algunos estados independientes”. Mientras que el muchas veces mencionado Nicolás León dice: “de la lectura atenta de las crónicas, sacamos que el reino de Michhuacan (sic) confinaba al (…) al Oeste con el reino de Colima, tocándole de la costa del Pacífico la intermedia entre las fronteras de Colima y el rio Zacatollan”.
Y ya por último mencionaré que don Manuel Orozco y Berra, en su: “Historia antigua y de la Conquista de México”, publicada entre 1880 y 1881, en una de sus muchas páginas escribió: “El Reino de Coliman confinaba al Norte con señoríos independientes; al Este y al Sur con el reino de Michoacán, al Oeste con el mar Pacífico”. Agregando que “en toda aquella demarcación se hablaba la lengua nahua, y todo el reino comprendía el actual territorio de Colima, más una fracción de Jalisco (y otra que ahora es de Michoacán)”.
Para mí, pues, quedó ya muy claro que, si bien la existencia de la llamada “Confederación Chimalhuacana” estaba siendo fuertemente cuestionada, la del Reino de Coliman no era algo que se pudiera poner a discusión. Pero, por otra parte, si consideramos que no pocos de los historiadores que hablaron de la “Confederación Chimalhuacana” tuvieron la fama de ser grandes lumbreras de sus épocas y lugares ¿cayeron realmente en “la trampa” de dar por válida la “falsa teoría” que según Rulfo inventó un oscuro “catedrático de historia en el Liceo de Niños y Niñas del Estado de Jalisco”? 
Esa pregunta comenzó muy pronto a “repiquetear”, diría, en mi cabeza, pero de las respuestas que he hallado sólo podré hablar más adelante. Todo esto sin dejar de hacerle notar a los posibles lectores de este escrito, que no hay, o al menos yo no conozco, ni una sola fuente colimota original que hablé ese aspecto. 

“EL MISTERIOSO CASO DEL REY DE COLIMAN”.

Doce o trece años después de haber escuchado la referida conferencia de Rulfo, me encontré con el libro “El Reino de Coliman”, de Jesús Figueroa Torres, médico e historiador colimense radicado en Sayula, Jal. (tierra del citado Rulfo), publicado apenas en 1973. Libro en el que yendo más allá del escritor, anotó que la región a la que en términos generales fray Antonio Tello describió como la Provincia de Xalisco, estaba dividida, hasta la llegada de los españoles, en cuatro subregiones, podríamos hoy decir, que se caracterizaban por tener un sistema de gobierno bastante parecido, y en el que predominaban pueblos de habla nahua, aunque había muchos otros más, a veces sujetados (o sometidos) por los gobernantes principales de las cuatro subregiones, que hablaban otros idiomas o dialectos.
En dicho libro se ve claramente que su autor, siguiendo como por inercia a otros más antiguos, describió a cada una de esas cuatro subregiones político-geográficas más o menos autónomas, como interrelacionadas entre sí para ciertos efectos (incluso bélicos y comerciales); y las designó como “hueytlatoanazgos”, en la medida que cada una de ellas estaba gobernada por un hueytlatoani, o jefe principal, del que dependían varios jefes o tlatoanis. Equiparando dicho sustantivo con el de cacique, y extendiendo la comparación con los cacicazgos,
Y agrega todavía más que el “Reino de Coliman” era uno de esos cuatro “hueytlatoanazgos”, y que “estaba gobernado por un guerrero distinguido que no dejó su nombre (…) del que dependían (otros) cuatro ‘estados’, que eran Tzaulan (Sayula); Tzapotlan (Zapotlán); Tlatmatzolan (Tamazula) y Autlan (o Autlán). De los que, a su vez, dependían los pueblos circunvecinos. Señalando que el mencionado reino llevaba “una vida independiente” respecto, por ejemplo, de los  aztecas, aunque “por sus riquezas, era codiciado por los tarascos” que con relativa frecuencia lo habían atacado con ese propósito.
Cuando terminé de leer todo eso debo decir que hasta orgulloso me sentí de las hazañas que se le atribuían al “Rey de Coliman”. Por lo que decidí adentrarme más en el tema y acometí la lectura del libro que con ese preciso título publicó Carlos Pizano y Saucedo, en 1955, observando que, comportándose con un sentimiento muchísimo más regionalista que yo, en la página 63 se lanzó en contra de un “orador e intelectual michoacano”, que por aquel entonces desempeñaba el cargo de “Procurador de Justicia” de su estado, y quien había sido director del Museo Regional de Morelia. Todo por haberse atrevido a afirmar, durante un discurso que pronunció durante la inauguración de un tramo de la carretera que los unía con Salamanca, que “el rey Tzitzicpandácuare, que murió cerca de 1479, trazó las rutas hacia el mar, (cuando) conquistó Zacatula, Colima y Jalisco”, logrando que las fronteras que él mismo estableció fueran “los límites naturales de nuestros estados circunvecinos”.
Expresiones que al parecer no le gustaron a Pizano y Saucedo y trató de refutar, diciendo que, “después de haber consultado diversas obras de investigación histórica”, basadas, agregó yo, en historiadores de Jalisco, dijo que el Lic. Antonio Arriaga, que así era como se llamaba aquel señor, estaba totalmente equivocado, puesto que, de conformidad, por ejemplo, con lo aseverado por “el señor D. Gabriel Agraz García de Alba”, historiador de Tecolotlán Jalisco, fue (ojo) “pocos siglos antes de la venida de los españoles, (cuando) la confederación Chimalhuacana tuvo su última guerra llamada ‘del salitre’ contra el Rey de Michoacán por haber querido éste apoderarse de las playas salitrosas de Tzaulan (hoy Sayula); habiendo sido ésta prolongada y sangrienta, empezando a fines del siglo XV y terminando en 1510”. Señalando que, cuando “pensaban ya (los guerreros de Sayula y sus alrededores) en someterse al rey michoacano (…) el rey de Coliman, logró reunir a varios reyes chimalhuacanos, (y presentándose) al frente de numeroso ejército, derrotaron al enemigo, obteniendo completa victoria”.
Luego, como para reforzar lo dicho por este señor con lo que pudiera decir otro individuo de mayor renombre, citó entonces Pizano a don Luis Páez Brotchie, famoso paleógrafo e historiador tapatío, quien, referido al mismo tema, en el Tomo I, de su “Historia Mínima de Jalisco”, con mayor detalle dice: 
“En la primera década del siglo XVI, bajo el reinado de Moctezuma Xocoyótzin, los tenochca repitieron los ataques a los michuaca, cuyo cazonci o señor, Zuangua o Shiuanga, los mantuvo a raya. Este último soberano prosiguió la guerra de la conquista en Chimalhuacan, que continuó su sucesor Tangáxoan II o Tzimtzicha, enviando un cuerpo de su ejército contra Tonalá y otro contra Sayula.
“El cacique de este lugar, Cuantoma, fue vencido en Acatlán y se retiró con su súbdito Tzitlalli a Cocula, mientras los de Tonalá y Tlajomulco eran también arrollados, llegando los tarascos hasta Ahualulco, al que incendiaron. 
“Iban ya a someterse los chimalhuaque, cuando el tecuhtli de Colima logró reunir a los dispersos tlatoanis, y al frente de numeroso ejército esperó a los enemigos en Zacoalco, en 1510, obteniendo una completa victoria, a la vez que otro ejército de los coaligados de Tonalá, al mando de Cóyotl, vencía igualmente en los campos de Tlajomulco”.
Mediante ésas y otras citas, Pizano pretendió, pues, refutar al ex director del Museo Regional de Morelia, y yo, por supuesto, en ese preciso momento le creí, pero como ni Agraz García, ni Páez Brotchie, ni Figueroa Torres citaron la fuente original de la que habrían sacado tan precisa información, inmediatamente contuve mi juicio y, aplicando de nuevo la prudente “duda metódica”, recomendada por el filósofo francés Renato Descartes, me formulé algunas preguntas:  “¿Realmente hubo un Rey de Colima que realizara tales hazañas a principios del siglo XVI? Y, si existió, ¿quién era? ¿Cómo se llamaba? ¿En dónde estaba la cabecera de su reinado, hueytlatoanazgo o señorío?”
En 1955, cuatro décadas antes de que yo empezara a estudiar el tema, el escultor Juan F. Olaguível, erigió, por disposición del Gobierno del Estado, un hermoso monumento cuyo propósito era el de ensalzar – en palabras del profesor Felipe Sevilla del Río- la figura del “Bizarro Rey de Coliman”. Basado él en el argumento de que el líder del pueblo colimeca que rechazó a los conquistadores en al menos dos momentos tuvo, equiparablemente, el mando de un rey, pero sin que, desde luego, se llamara rey, sino hueytlatoani, tecuhtli, “gran señor”, o como fuera. Así que la totalidad de los historiadores locales y algunos jaliscienses insistían en que sí lo hubo tal rey. Pero ¿en qué fuentes se basaron para afirmar su participación en la Guerra del Salitre?
Reuniendo las otras preguntas con ésta otra volví al primer capítulo del libro de Carlos Pizano, donde, sin haberse dado cuenta tal vez, se comportó como si fuera un seguidor de Sir Arthur Conan Doyle, el inventor de las aventuras del famoso detective Sherlock Holmes, puesto que, muy al modo del escritor inglés, lo tituló: “El extraño caso del Rey de Coliman”. 
“Un caso verdaderamente insólito” -dice-, no sólo porque su nombre no pasó a la historia escrita, sino porque, a pesar -ahora digo yo- de que su acción se entrevé en los restos de las tradiciones de Xalisco y Mechuacan, no hubo (o al menos no se conserva) el testimonio de alguien que aun con posterioridad dijera que lo había conocido.
Por otra parte, a mí no me chocó nunca el hecho de que se hablara de la existencia de un rey, tecuhtli, hueytlatoani o “gran señor” de Coliman, porque en todos los pueblos del mundo siempre ha habido un jefe, tenga el título que se le ponga. Pero en lo que sí nunca he estado de acuerdo es que el debate histórico se haya concentrado en la identidad del monarca que parece haber enfrentado tanto al cazonci Zuangua como a los españoles, por considerar que ese anónimo rey no fue el único, sino el último jefe o hueytlatoani de los que debieron regir las vidas de los colimecas durante un lapso que indudablemente duró varios siglos.
Porque reducir el problema a tratar de dilucidar la identidad de un solo Rey de Coliman, sería, como afirmar, por un lado, que fue el único en su tipo, y creer, por otro, que la vida de ese pueblo sólo perduró mientras dicho rey vivió. Siendo que, al menos en cuanto corresponde al territorio en que nosotros mismos habitamos, los abundantes restos arqueológicos prueban y demuestran que desde varios cientos de años han vivido aquí miles de personas que, habiendo construido algunos pueblos, y al menos un par de ciudades, debieron de tener quiénes los gobernaran durante todo ese largo lapso, independientemente de cómo hayan sido nombrados.

EN BUSCA DE LAS FUENTES ORIGINALES.

En su conferencia, Juan Rulfo había mencionado a un tal “profesor Ignacio Navarrete” como el culpable, podríamos decir, de que un montón de historiadores de Jalisco y Colima hubieran hablado de la existencia de la “Confederación Chimalhuacana”. Pero como en aquel momento ese interesante dato me pasó de noche, durante casi tres décadas me mantuve sin saberlo, pero buscando siempre despejar esa incógnita.
Así que, mientras me preguntaba si habría otros indicios locales sobre nuestro tema, noté que Figueroa Torres habló de un hallazgo bibliográfico que iluminó mi búsqueda, y que se refiere al hecho de que don Francisco del Paso y Troncoso, gran historiador mexicano nacido en 1842 y muerto en 1916, siendo director del Museo Nacional, pidió permiso al gobierno de Porfirio Díaz para ir unos meses a consultar el Archivo de Indias, en Sevilla, desde donde trajo, y luego publicó en México, en 1905, unos interesantísimos documentos que tituló “Papeles de la Nueva España”, entre los que aparecieron los testimonios de unos ancianos indígenas de “Xacona, Chilchotla y Pátzcuaro”, quienes habiendo sido entrevistados entre 1579 y 1580, dijeron que cuando estaban sujetos al Cazonci de Mechuacan, “salían a la guerra contra los de la provincia de Colima, que era grande, y con los de la provincia de Amula, y otra provincia que dicen Ávalos”. Testimonios que en cuanto a mí concierne, vinieron a confirmar una buena parte de lo que hasta el capítulo anterior he venido exponiendo. Y sobre los que tendremos que volver con mayor profundidad y detalle.  

1.- Cada vez que hablan del “Rey de Coliman” me refuerzo en la idea de que él no fue el único sino el último de los que aquí hubo.
2.- Nunca he creído, tampoco, que el único motivo que haya tenido el Cazonci para atacar a los pueblos del actual Sur de Jalisco, haya sido el de obtener para sí el salitre de las lagunas de Sayula y Zacoalco.
3.- He aquí una de las dos fotos que se conservan de la visita de Rulfo a la Universidad de Colima en diciembre de 1983: Humberto Silva, Gonzalo Villa y el famoso escritor al frente.
4.- En 1905, cuando don Francisco del Paso y Troncoso publicó sus “Papeles de la Nueva España” aportó testimonios contundentes sobre la existencia de la Guerra Teco-tarasca.


















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