miércoles, 28 de febrero de 2018

Miguel La Hormiguita, "El Piripitingue"


MIGUEL LA HORMIGUITA “EL PIRIPITINGUE”

Miguel Velasco Salazar, "La Hormiga", es mi pariente. Su abuela Carmen y mi abuelo Enrique eran hermanos, y a lo mejor siguen siéndolo en el más allá, pero en el más acá brillan por su ausencia, ya no están. 
La Hormiguita, como cariñosamente le decíamos, fue un niño hiperquinético (niños excesivamente activos, hablan demasiado, son distraídos, desordenados y anárquicos); así era mi amigo y pariente. 
Nótese que uso la palabra amigo en primer lugar, pues para mí vale más la amistad que el parentesco; decía Wayne Dyer que los amigos son la familia que Dios nos permite elegir para compensarnos por la familia que nos dio, y creo que sí porque se han dado casos que se matan entre hermanos, como Caín y Abel. Se matan por las herencias o por una mujer.
Ese carácter de la Hormiga a temprana edad le costó muchos “cuerazos”, porque en aquellos ayeres nos pegaban con un pedazo de soga, un pial o una colgadera, con una gorupera (correa de cuero para afianzar la silla de montar a la cola de la bestia mular), con un chicote de cuero, con un pedazo de alambre o con lo que hubiera a la mano; ya de perdido un chanclazo salía volando al puro lomo. Esas eran las medidas disciplinarias y aquí seguimos incólumes, como las columnas del Éfeso. Así lo trataba su papá, David Velasco Pérez, hijo de Cenobio Velasco y de Concha Pérez. 
Ante los arrebatos de ira de su papá por la conducta desordenada de la Hormiga y las consecuentes y frecuentes “cuerizas”, cuando niño optó por irse al DF con unos familiares. Regresó ya siendo un joven, no grande porque siempre fue chaparro, nunca creció; llegó muy de saco, no le cerraba pero se le veía bien, y esa costumbre chilanga siempre la conservó, incluso cuando andaba en USA. Cuando llegó nos contó que por allá trabajó vendiendo tacos y
desde entonces le gustó la cocinada; en California se fletaba en un buen restaurante como cocinero, donde aprendió muy bien ese oficio que le daba para comer y bien vivir, lo malo era que “agarraba la jarra” y no trabajaba. Todo su menaje, sus pertenencias, las traía en un carro Cadillac de ocho cilindros; ese carro azul con defensas cromadas era su departamento, estaba tan corto de estatura que bien cabía y le sobraba campo. A veces compartía “habitación” con algún paisano y amigo; varios meses compartieron tiempo, espacio y borracheras con Elinder Vargas. Él y muchos de nosotros lo recordamos con mucho aprecio y alta estima.
Cuando recién regresó del DF, su tío Esteban el Murcia, casado con una hermana de su mamá Lola Salazar, para que
no estuviera sin hacer nada lo invitó a las tareas del desmonte. El Murciélago, Esteban Jiménez, durante más de 25 años tuvo en renta una parcela de la Hacienda de Nogueras; eran como 15 hectáreas y una mitad la sembraba y en la otra mitad tenía su ganado, le alternaba, de tal manera que para cuando iba a sembrar, la otra mitad ya estaba llena de huizaches, por lo que había que desmontar.
Y allá fue la Hormiguita, recién desempacado del DF. Las tareas eran de treinta pasos de ancho por lo que dieran los surcos de largo. La tarea era para una semana; todos los trabajadores agarraban el corte parejo, empezaban en una orilla y terminaban en la orilla opuesta, pero Miguelito empezó de en medio de la tarea, se metía entre el huizachal y no salía hasta la hora de regresar a casa.

Cuando se terminó la semana, todos habían terminado su tarea, todos menos la Hormiguita, que seguía sin verse, escondido entre los huizaches y la tupida maleza; cuando
fue su tío el Murcia a ver lo que había hecho en toda la semana, vio que tenía bien limpio un cuadrito como de dos por dos metros, cuatro metros cuadrados. Al ver esto su tío le llama la atención, -Pero hombre, Miguelito, mira nada más qué poquito hiciste -le dice. -Mire tío, es poquito pero bien hecho, aquí puede hasta jugar “caicos”-; a alegar nadie le ganaba, a alegar y a las “trompadas”, porque así como estaba de chiquito se bajaba a unos gigantones.
Me tocó ver cuando le puso una “putiza” a Carlos Martínez el Corto. Estábamos viviendo en un departamento en Los Ángeles, por la Olympic y la Hope, en el puro centro de Los Ángeles. 
Ahí pagaban la renta entre Ramón Torres el hijo de Chayín, de El Remate, Rafa Pititos el Cucaracho y Raúl Salazar el Malasuerte; ellos pagaban la renta y vivíamos como veinte. Entre otros muchos estaban Chaías el Menudo, Carlos el Corto, Rubén Salazar el Patafuchi, Javier Lizama, el Indio hermano de Rafa y muchos más que escapan de mi memoria. Pues ahí se hicieron de pleito entre la Hormiguita y el Corto; cuando menos nos dimos cuenta ya estaba la Hormiguita en el cogote del Corto echándole fregadazos, hasta que el Corto gritó: -¡Quítenmelo, quítenmelo!
Cuando se dirigía a un amigo siempre decía: -Qué pues, mi “piripitingue”-, y así se le quedó, Miguel la Hormiga el Piripitingue. 
Hace muchos años que nadie sabe dónde está, algunos dicen que anda pa' Texas, pero a ciencia cierta nadie sabe dónde anda, si vive o se murió. 
Ese Piripitingue es tan sorpresivo e imprevisible que un día, así como salía de en medio de la huizachera, va a aparecer. Dios quiera y así sea, es de las gentes que me pesa ya no poder platicar con ellos.
Salud y paz para los que están, los encontrados y los desaparecidos.














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