miércoles, 13 de diciembre de 2017

Para Salomón, ¿Cuantos somos pocos?

PARA SALOMÓN ¿CUÁNTOS SOMOS POCOS?Luis Armando Fuentes Valencia Con sal y limón

Las discusiones relativas a la fiesta grande de Comala continúan. Muchos ciudadanos (mujeres y hombres, jóvenes y viejos, del Centro y de las colonias) muestran su creciente hartazgo con el formato del festejo que se aplica y con la actitud de sus gobernantes, pues consideran que esas fiestas son arcaicas y que sus autoridades resultan todavía más arcaicas.  Esto es cierto, sin embargo, ambas partes alegan que cuidan la tradición.
Quien junta estas letras primero debe puntualizar que la tradición no debe considerarse como algo eterno e inmodificable pues cuando la sociedad evoluciona sus costumbres cambian para adaptarse a nuevos tiempos y costumbres. Nada debe hacerse por tradición si no existe la convicción de que es correcto y satisface a la sociedad. Sin embargo, la sociedad (que siempre tiene la razón), en esta discusión específica es la parte que tiene razón cuando alega que desea el regreso a la tradición.
La autoridad municipal acusa su ignorancia supina cuando opina lo contrario, pues Comala es un pueblo guadalupano (lo cual no tiene nada de extraño, pues se ubica en México) y la fiesta grande es precisamente en honor de la Virgen de Guadalupe; luego entonces no puede transformarse en una fiesta de borrachos violentos que además gustan de usar sus pistolitas para demostrar que son muy machos. La tradición marca que era (y todavía debiera ser) una fiesta de carácter religioso. Antes, una vez terminados los oficios de la Iglesia, las familias del pueblo reunidas en el templo parroquial, pasaban al Jardín Principal para convivir entre familia, con sus
amigos o vecinos y comer algo si así se deseaba o resultaba posible por cuestiones presupuestales de cada uno; mientras la banda amenizaba con su serenata. Las familias, los grupos de amigos o las parejas de novios convivían sanamente y más de alguno o alguna aprovechaba esa convivencia para buscar novia o novio. Algunos bebían en las terrazas, pero lo hacían con cierta moderación y no interrumpían el convivio de los otros.
Tal vez la autoridad municipal sostenga que lo que sucede hoy es lo tradicional porque así lo cree, pero también por ignorancia (que estimo que en muchas ocasiones ha quedado totalmente demostrada) o tal vez lo haga por su afición a la bebida (que también ha quedado ampliamente exhibida entre otras ocasiones durante estos festejos). Pero ni la ignorancia o la afición a la bebida por parte de un presidente municipal son tradicionales. Debo reconocer también que el actual no es el primero con esas características. 
Algunos shows como la Entrada de la Música que ahora le llaman de otro modo, no forman parte de esa tradición (se lleva a cabo desde hace apenas unos veinte años y las tradiciones para serlo, requieren mayor antigüedad). Eso se celebraba en Cuauhtémoc o en Pihuamo, pero no en Comala. Y quienes entonces montaban durante los festejos era gente de campo, acostumbrada a hacerlo siempre (por eso montaban). 
Ahora lo hacen algunos que no saben de caballos, sino solo de presumirlos y beber cuando los montan. Antes en un pueblo como Comala los caballos eran medios de transporte y medios de carga y por eso eran indispensables como parte de nuestra cotidianeidad. Ahora las cosas son diferentes. Simplemente se debe considerar que la súper carretera de la información llegó a nuestro pueblo desde hace muchos años y que con ello ha cambiado la mentalidad, sobre todo, de los más jóvenes, pero también ha influido en los más viejos.
Y, además, los festejos de caballitos (y pistolitas), y
de borrachos meones ya no pueden ser en el centro, pues allí no caben. Imaginemos la Feria de Colima todavía llevándose a cabo en el Jardín Núñez o los toros de la Villa ubicando La Petatera donde ahora se encuentra la Casa de la Cultura de esa población, provocarían una auténtica locura. Es decir, estas fiestas han sabido evolucionar y adaptarse a nuevos tiempos. Otra cosa sería discutir si colman los deseos de sus respectivos pueblos o si a pesar de su evolución usan formatos agotados.
Maru Rocha ha narrado en las redes sociales su casual encuentro del miércoles con el señor ingeniero don Salomón Salazar Barragán (ni yo me creo el llamarle de ese modo) después de que éste almorzara en el puesto de Hugo Fierros, sus tontas evasivas y sus despectivas expresiones de que las setenta firmas que acompañaron un escrito que la activista le entregó son pocas, cuando en realidad lo que es muy poca es la inteligencia, la sensibilidad y los alcances políticos del funcionario que demuestra su arrogancia y falta de oficio político para entender al pueblo que dice gobernar. 
Es bueno que su período al frente del Ayuntamiento tenga unos cuantos meses de vida y que las próximas fiestas deberán ser organizadas por otro, pero el pueblo debe asegurarse que quien lo sustituya tenga características diferentes a las del actual y que entienda a la población. Salazar nunca ha podido legitimarse en su puesto por esas razones. 
Los vientos del cambio soplan y lo hacen con fuerza, de eso no tengo duda.



























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