LOS CRISTEROS DEL VOLCÁN DE COLIMA
Jefe Cristero al Fondo de la Barranca
VIENE DE LA EDICIÓN ANTERIOR
- Llévame, por favor. Si no crees que tu caballo nos pueda a los dos, bájate y déjamelo. Tú te vas a pie.
Y el muchacho, que era J. Jesús Solís, que aún vive, originario del pueblo de San Jerónimo, Col., acostumbrado a que los combatientes de esa zona tenían el sistema de resistir un poco y luego escapar y eso, sobre todo, por la escasez de parque, dice con cierta ingenuidad al Gral. Ochoa:
- Pero no me vaya a largar, don Nicho y a dejar solo, porque hay mucho enemigo y me agarran.
Dionisio Eduardo Ochoa, resentido como iba, contesta con cierta aspereza:
- ¡Cómo te he de largar yo! Mira, el que abandona a un compañero, dejándolo entre los enemigos, es un traidor. Y de aquí en adelante, así se le considerará. Y el traidor merece ser fusilado. Si teniendo enemigo al frente, yo corriera y te abandonara, yo sería un traidor y te autorizo para que me des un balazo.
- Don Nicho, dispense -dice Jesús Solís, arrepentido de lo que había dicho-; pero ¿cómo cree que sería yo capaz de matar a usted?
- Y ¿cómo crees tú que yo iba a ser capaz de abandonarte a ti en manos del enemigo? Nos moríamos los dos, pero yo no correría, dejándote en manos de ellos.
El muchacho se veía apenado. Dionisio Eduardo Ochoa se ablandó en un momento.
- ¿Le ayudo a subirse al caballo, don Nicho?
- Sí, ayúdame, por favor. Y caminando despacio, Dionisio Eduardo Ochoa montado sobre la bestia y J. Jesús Solís a pie, llegaron a inmediaciones de la hacienda de El Naranjo. Entre tanto, había caído la noche.
- Mira -dice el jefe Ochoa a Solís-, entra a la hacienda y dices al administrador que necesito un caballo; que me haga el favor de proporcionármelo; que voy un poco golpeado.
- Y ¿si no quiere?
- ¡Cómo que si no quiere! Mira, sí va a querer, él es amigo mío., Y aun suponiendo que no quisiera, en tiempo de guerra, sábetelo, cuando algo es imprescindiblemente necesario, más aún para salvar la vida que está en peligro, si con atención y por la buena no se obtiene, se toma a como se dé lugar. Tú sabes qué dices o qué haces para obligarlo, en caso de que resistiera. Y búscate también algún otro soldado libertador que te reemplace para que tú vuelvas y él siga conmigo hasta el Volcán. Se necesita uno que sea listo, no miedoso y que conozca bien los caminos. Por ahí fuera, cubierto por la noche, esperó Dionisio Eduardo Ochoa el retorno de Jesús Solís. Por fin llegó con el caballo que se había pedido al administrador de la hacienda, Ochoa le envió las gracias por el favor. En cuanto al nuevo compañero que se deseaba, encontraron allí en la ranchería de El Naranjo, a Jerónimo Zamora, uno de los libertadores del Volcán, el cual vive aún también. Dionisio Eduardo Ochoa tuvo que despertarlo, pues a esas horas ya Zamora dormía, y, en compañía de él, después de cenar y descansar unos breves momentos, prosiguió su camino hacia el Volcán, no sin antes escribir unas líneas que llevaría Jesús Solís al jefe cristero de aquella región, comunicándole su resolución de marcharse, dándole además algunas instrucciones y órdenes para que las comunicase a Miguel Anguiano Márquez.... CONTINUARÁ
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