miércoles, 28 de marzo de 2018

Los Comaltecos de ayer y la Semana Santa en Cuyutlán, Por el Profe Pepo Tele Ramírez

LA SEMANA SANTA EN CUYUTLÁN
Por Tele Ramírez “Pepo” Hijo de “Chabelo El Yelero”
Primera Parte

En el velorio de doña Chayo Estrella tuve la oportunidad de saludar y entablar conversación con Quecho, el hijo de Ramón el Potrillo. Quecho es de los más chicos de su familia, el penúltimo; nació antes que Ramón su hermano menor. Su papá fue uno de los tres iniciadores de los botaneros de Comala: Mon, Min y Mere; se me antoja bautizarlos como el grupo de las tres emes. Además de esa actividad, Ramón se dedicaba a comprar el fruto de las huertas del municipio y hasta de otros municipios aledaños. 
Era movido el hombre; bajo de estatura, robusto sin llegar a exagerar, creció bajo los cuidados de doña Ramona Martínez, prestamista de Comala, vetusta mujer de lentes y flaca, tanto, que a mí me parecía, en mi infancia, que no se desarmaba porque la piel le retenía los huesos. Los hijos del Potrillo le decían “mi nina”, apócope de madrina. A ella, unos mucho y los más poco, pero todos, le debíamos dinero, por supuesto también mi papá.
Quecho estaba acompañado de su esposa Amelia, la hija del Chureco, vaquero de todos sus días, quien daba la impresión de que había nacido en un corral de vacas: hombre recio y de campo, “cascorvo” de tanto montar a caballo y a una que otra fémina, curtido por los rayos del sol y por los golpes de las vacas y algún buey viejo y mañoso. Más cornadas da el hambre, a dónde va el buey que no are, y a lo mejor en tierra más dura.
Por aquellos tiempos, la agricultura y la ganadería eran las actividades económicas más importantes, y luego estaban los tenderos, los artesanos y los “coyotes”, quienes seguían esa premisa de que es bueno vivir de la agricultura, pero es mejor vivir del agricultor.  Algunos tenderos y de otros oficios prestaban dinero “al tiempo”, es decir que en la cosecha les pagaban con maíz, lo que era y es un buen negocio; yo creo que de ahí surgió la canción de El Barzón: “…ahora vete a trabajar / pa' que sigas abonando / nomás me quedé pensando / qué patrón tan sinvergüenza / todo mi maíz se llevó / para su maldita troja / ni pa' comer me dejó …”. Así era y así seguirá siendo, cambian las formas, pero el fondo es el mismo, al jodido joderlo más; al perro más flaco se le cargan las pulgas más gordas. Tan mal que me caen los ricos y pa' allá voy que vuelo; así dice la gente, no sean mal pensados, debo hasta los calzones que traigo puestos, 'debo no niego, pago no tengo'.
En el breve, pero emotivo encuentro con Quecho platicamos de todo un poco. Hicimos remembranza de cuando nos íbamos en semana dizque santa a Cuyutlán, desde el viernes hasta el domingo. Una lona de camión era nuestro techo y casa; a veces nos llevaba la Chiva, el hijo del Zopilote rey; la colocábamos sobre unos horcones que enterrábamos en la arena y unos caballetes para que se sostuviera. Sus faldas llegaban hasta la arena y con esta misma las cubríamos para que no la volaran los fuertes vientos que producen en la playa los cambios de temperatura; el aire frío es jalado por el aire caliente y por esa razón los vientos de los polos circulan hacia el ecuador.
Cómodamente instalados, lo que seguía era pura diversión; “vino, mujeres y mota, que la vida se me agota” era el grito de batalla. Entre los que recuerdo, están Quecho el Potrillo, Polo Adame, Manolo Pulido, Rogelio el Guayabillo, su hermano Chelis, Lencho el Tepite, su hermano José el Culito de chiva, Litos el Quijarudo, Nacho el Marisqueño, mi hermano Manolo, Cocho Delgado, su hermano Chuy el Sope de lodo, José el Zarco, Tebo el Murcia, Miguel la Hormiga, Rubén Polacas el Patafuchi, su hermano Raúl el Malasuerte. 
Éramos como unos veinte, no recuerdo a los otros, pero ahí irán saliendo en los comentarios; ahí me perdonan si alguno de los mencionados no fue, la memoria no es mi aliada, a falta de memoria me apoyo en mi imaginación, lo que no sé lo invento; casi todos tomábamos, no todos le ponían a la “mota”. 
Cocho Delgado y yo sí; ¡ah, qué tiempos aquellos! Cuando llegamos a la playa todos se empezaban a quejar de que no había baño, pero luego nos metíamos al mar para “miar”; a cagar íbamos a las terrazas, que abundaban. 
Los dueños en tres días hacían su abril y mayo, alimentando y emborrachando a tanta gente que arribaba de Colima y de Jalisco principalmente, la mayoría jóvenes ávidos de la aventura y el romance de un día, nomás por el placer de “remojar la brocha” los unos y las otras por dar placer, a ver si así conseguían un poco de amor....       CONTINUARÁ

















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