LOS CRISTEROS DEL VOLCAN DE COLIMA
RECITACIÓN DEL JURAMENTO CRISTERO
Crónica del 6 al 27 de abril de 1927
La recitación del Juramento se hizo dentro de la capilla de la ranchería, de la cual ahora, treinta y cuatro años más tarde, sólo quedan pedazos de muro ennegrecidos por las lluvias en medio de la maleza. Se rezó en voz alta el Credo, símbolo de su adhesión a la fe de Cristo y a la Santa Iglesia Católica, Apostólica, Romana. De rodillas, se recitó el Padre Nuestro y luego, con voz sonora, firme, varonil, decidida, guiados por Dionisio Eduardo Ochoa, todos con él recitaron la fórmula cuyas palabras, más que de la boca, salían como fuego del alma misma.
Hela aquí, textualmente:
Yo N. N., prometo solemnemente, por mi palabra de hombre y por mi honor de caballero, y juro delante de Dios, Juez Supremo, que tiene que tomarme cuenta y razón de todos mis actos, y ante nuestra Madre y Reina Santa María de Guadalupe, Patrona del Ejército Libertador: Trabajar con todo entusiasmo por la noble causa de Dios y de la Patria, y luchar hasta vencer o morir, adhiriéndome al plan del Movimiento Libertador.
Juro también obediencia y subordinación a mis superiores y evitar todas las dificultades con mis hermanos en la lucha, olvidando rencores personales, a fin de obrar en todo de acuerdo hasta obtener el triunfo.
Juro, además, que por ningún motivo o circunstancia alguna, revelaré algo que pueda comprometer a mis hermanos en la lucha, sino que prefiero morir antes que ser traidor a mi Causa.
Prometo y juro, finalmente, por la salvación de mi alma, portarme como verdadero cristiano y no manchar la Santa Causa que defendemos con actos indignos.
Este fue el primer Juramento Cristero, solemne y grandioso, que de aquella capilla humilde de la ranchería de Caucentla, se elevó al cielo de estas nuestras tierras de la Diócesis de Colima.
Con la recitación de esta solemne fórmula de Juramento, los reclutas de las filas de la Cruzada quedaron constituidos Soldados de Cristo Rey. Una vez hecha, ni el tormento, ni la muerte, podría excusarlos en su deserción.
Los cumplidos, serían los leales, los fieles. Los que vencidos por el dolor, volviesen atrás, serían desleales, desertores, perjuros.
Así, basados en este juramento de santos, nació la pléyade incontable de varones y damas, de adultos y aun de niños que, aun en medio de los más acerbos tormentos, no traicionaron, como después lo constataron los hechos, su Causa Santa.
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