LOS CRISTEROS DEL VOLCÁN DE COLIMA... Viene de la anterior
DE LA PRIMERA SANGRE, LAS PRIMERAS FLORES
El 24 de marzo -habíamos dicho- el gobernador Lic. Francisco Solórzano Béjar había publicado el decreto que ocasionó el conflicto, dando diez días de plazo para que principiase a obligar. Ese 24 de marzo, en ese año, fue jueves de la Semana de Pasión, víspera, por tanto, de la Semana Santa que se convirtió en semana de lágrimas, de penitencia, de intensa, de intensísima oración, como jamás se había tenido.
El pueblo hacía oración en los templos y en las casas. En multitud de hogares se oraba aún en las altas horas de la noche, en hora santa cotidiana, de las 11 a las 12, en expiación de tanto pecado y odio y suplicando el triunfo y libertad de la Iglesia y la conversión de los enemigos. Multitud de fieles, aun niños, ayunaban todos los días. Así se preparaba, en los planes divinos, la rehabilitación y resurrección de muchos de los que se habían convertido en enemigos de la Iglesia.
El culto solemne de expiación de esos 10 días, se repartió entre los diversos templos de la ciudad: hoy en uno, al día siguiente en otro. Allí se daba cita todo el clero, y los fieles de la ciudad llenaban el recinto santo, los atrios y las calles circunvecinas, llorando y rezando.
Nunca había pasado, en la historia de los años cristianos de Colima, una misión predicada con más éxito. Eran ríos de gente los que acudían sin cesar al templo; millares de personas comulgaban todos los días. Aun aquellos que por años se habían retirado de la vida cristiana, lo hacían entonces con fervor y lágrimas y el grito de ¡Viva Cristo Rey!, grito de dolor y de esperanza, de angustia y de protesta, salía de aquellos pechos oprimidos por tanta pena.
EL ULTIMO DIA DE CULTO PUBLICO
Y por no entregar los derechos de Dios en manos de la impiedad organizada en Régimen Revolucionario, por no traicionar a Cristo y a su Iglesia, después de la apostólica resolución del Excmo. Señor Velasco, el culto público hubo, de suspenderse en Colima el día 7 de abril, miércoles de la semana de Pascua. Era el año 1926.
Los aleluyas de la Resurrección, unidos a las lágrimas de todo un pueblo, fueron la ofrenda de Colima al Cristo triunfador a quien nunca la impiedad podrá vencer.
También en las catacumbas de Roma, allá hace casi veinte siglos, cuando la persecución de Nerón, los primitivos cristianos en sus himnos cantaban el tradicional aleluya, exclamación de triunfo y de victoria. En el Circo Romano lo cantaban los mártires de entonces, porque la Iglesia de Cristo jamás muere: lleva en sí misma la inmortalidad y el triunfo. Aun bañada de lágrimas en los años: de cruz y martirio, canta su aleluya. Los mártires siempre triunfan, Cristo nunca muere. CONTINUARÁ
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