LOS CRISTEROS DEL VOLCÁN DE COLIMA
Extracto y más información en http://www.antorcha.net/biblioteca_virtual/historia/colima/1_2.html
Y LA RECONQUISTA ADELANTE
Y la persecución contra el semanario viril La Reconquista se enconó más aún: un día -30 de noviembre de 1925- Dionisio Eduardo Ochoa fue llevado a la prisión por su decidida actuación cristiana. En la cárcel fue entregado a una turba soez y ebria pagada por los tiranos. Lo llenaron de injurias, lo estrujaron y golpearon cuanto fue pósible, hasta arrojarlo a un tambo de agua y de inmundicia. El placer de los tiranos no duró mucho, pues movidas influencias que no era posible desatender, Dionisio Eduardo tuvo que ser puesto en libertad; pero se tramó su muerte para el primer momento oportuno; pues la actitud franca de ese muchacho debería ser vencida haciéndolo desaparecer, ya que no había otro recurso. Sabido esto, de una manera clara y sin ninguna duda, Dionisio Eduardo Ochoa tuvo que salir de la ciudad al día siguiente.
No con esto quedó callada la voz de la prensa: permanecieron en la brecha, sucesores de él, Francisco y Luis Rueda y Zamora, compañeros de lucha de Dionisio Eduardo y de menor edad que él, los cuales asumieron la Dirección de La Reconquista y continuaron luchando arduamente, pues los tiempos fueron haciéndose cada día peores y las dificultades se fueron multiplicando día a día.
POLITICA NEGRA
Vino el mes de diciembre de ese mismo año 1925. Las ridículas exigencias del gobernador Lic. Francisco Solórzano Béjar aumentaban. Un día se le ocurrió reglamentar, como si fuese él el cura o el sacristán, el toque de las campanas: ordenó que no podían excederse los repiques o llamadas de más de cuarenta segundos y estableció la correspondiente sanción penal.
¿Sería posible acatar tan ridícula disposición?
Claro se veía que aquello no era ordenado sino para dar motivo a continuas vejaciones contra los sacerdotes encargados de los templos. El Gobierno Eclesiástico optó entonces por abstenerse absolutamente del uso de las campanas: el día 8, fiesta de la Inmaculada, quedaron mudos y silenciosos los campanarios, y así llegó la fiesta de la Reina de la Patria, Santa María de Guadalupe; más tarde la fiesta del Nacimiento del Niño Dios, y la alegría de la Noche Buena se trocó en honda tristeza que oprimía las almas; las alegres notas de los cantos de Navidad se ahogaban en la garganta y casi no acertaban a salir de los labios.
Llegó el año de 1926. La persecución seguía aumentando en todo el país: la opresión y la tiranía, las ridículas y fanáticas invenciones de los gobernadores se multiplicaban día a día. Los católicos, a su vez, se enfervorizaban siempre más; los templos estaban más concurridos; todos oraban de rodillas con mucho fervor y la frecuencia de Sacramentos se había multiplicado. Sigue en la próxima edición
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