sábado, 31 de diciembre de 2016

Los Cristeros del Volcán de Colima; "Como las mujeres de esparta"

LOS CRISTEROS DEL VOLCÁN DE COLIMAComo las mujeres de EspartaViene de la edición anterior

Un día de aquéllos, a la sombra de los árboles y sobre las piedras de un cercado, Dionisio Eduardo Ochoa, de pie, hablaba de la necesidad del movimiento armado:
- Hay necesidad -decía- de luchar. Hay necesidad de combatir por la Libertad de la Iglesia; hay necesidad de lavar con nuestros sufrimientos y aun con nuestra sangre los enormes pecados nacionales. No emprenderemos esta lucha por ambición de honores, ni de empleos, ni de aplausos: trabajaremos por Cristo; por El lucharemos y daremos nuestra vida, si El así lo dispone. Seremos los defensores de la Libertad de la Iglesia y de la salvación de la Patria; seremos soldados de Cristo Rey. Es cierto que nada tenemos, ni dinero; ni armas; pero contamos con Dios, y quien a Dios tiene, nada le falta. Nosotros pondremos de nuestra parte nuestro trabajo, nuestra sangre y nuestra vida, y Dios pondrá lo demás.
Fue tal el entusiasmo que encendieron sus palabras en aquella multitud, que, interrumpiendo su arenga una mujer, fornida de cuerpo y gigante de corazón, llamada Petra -la tía Petra la llamaban los de Caucentla-, de apellido Rolón, si el que esto escribe no recuerda mal, poniéndose en pie, dice en voz alta y con energía de heroína:
- Mire usted, don Nicho, cuente con que todos nuestros hombres se irán con usted a la lucha y no quedará uno solo sin que tome las armas. Y si algún miedoso se queda, de ése nos encargaremos nosotras, porque no vale la pena de que siga viviendo. ¡Quién le manda no ser hombre!
Y a las palabras de la tía Petra, siguieron las exclamaciones de adhesión y de ardor bélico de aquellos campesinos, cuya fe y cuyo heroísmo no tienen rival. Todos los hombres de aquellas rancherías de los volcanes se irían a la Cruzada: hombres maduros, jóvenes y aun niños de 13 y 14 años. Un solo anhelo había en todas esas regiones del Volcán: luchar por Cristo Rey.

EL JURAMENTO EN EL PRIMER CAMPO CRISTERO

Pasados aquellos días -cuatro o cinco, no más-, dedicados a extender la llama del movimiento de la Cruzada, se procedió a echar los fundamentos, profundos y sólidos, de esta magna empresa. Todos los hombres designados como jefes, con sus principales colaboradores, fueron citados a Caucentla. Dionisio Eduardo Ochoa volvió a arengados, explicando, cuanto mejor pudo, las finalidades de aquella lucha, su organización y el comportamiento de lealtad y vida cristiana que todos habrían de llevar, porque
No olvidemos -decía- que somos soldados de Cristo, gracia y honor que El nos concede sin merecerlo, y que no podemos deshonrar la causa que defendemos con ningún proceder indigno de cristianos. Somos los cruzados del siglo XX: Cristo mismo nos ha reclutado para sus filas. El triunfo hemos de comprarlo con nuestros sufrimientos, con nuestras lágrimas, con nuestra sangre. Vamos a formar una sola familia. El Jefe y el Padre es Cristo Rey; María de Guadalupe es nuestra Madre común. Todos nosotros, de hoy para adelante, seremos hermanos.
Y conforme a las instrucciones que Dionisio Eduardo Ochoa había recibido de sus Jefes militares, terminada la arenga bélica, Se procedió al Juramento de fidelidad, nobleza y heroísmo, hasta la muerte, de todos aquellos modernos cruzados, como convenía a soldados de Cristo. La fórmula de este juramento, tanto Dionisio Eduardo Ochoa como sus cristeros la veneraban y conservaban como santa.
CONTINUARA....




























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