LOS CRISTEROS DEL VOLCÁN DE COLIMA
Spectator LIBRO OCTAVO, Capítulo Segundo “Cuando se perfilaba el triunfo (1929, enero a abril)
La Sorpresa Fatal, Obediencia Heroica, Magnifica Disposición del pueblo católico, Viene de la edición # 552.
LA SORPRESA FATAL
Era la madrugada del día 5 de marzo de 1929, el señor Cura don Guadalupe Michel dormía tranquilo en casa de la familia que lo había hospedado. Ya la víspera, cuando había llegado al pueblo, se rumoraba que estaba cerca un grupo de agraristas armados, mas se creyó que eran alarmas infundadas. Siempre acompañaban al buen Párroco, temerosos de que algo le fuese a acontecer, alguno o algunos hombres armados, para defenderlo en caso de peligro. En esta ocasión eran tres sus compañeros, a saber, Benito Nava y Epigmenio Rodríguez de Zapotitlán, Jal., y el señor J. Félix Serratos, de allí de Minatitlán, Col., compadre del Sr. Cura, en cuya casa estaba hospedado.
Entre tanto los enemigos, amparados por la oscuridad de la noche, entraron al pueblo. No faltó quien denunciase al sacerdote y, sin otro motivo que el ser sacerdote, puesto que ni siquiera sabían quién era, se acercaron a las puertas de la casa para aprehenderlo.
OBEDIENCIA HEROICA
Pronto el señor Cura se dio cuenta del peligro y sus valientes acompañantes quisieron resistir. Tal vez, con la ayuda de Dios, hubieran logrado salir de entre los enemigos, haciendo uso de sus armas, batiéndose en retirada; mas el Padre lo impidió:
Hijos, esto viene de Dios -dice-: ya El lo dispone así y quiere el sacrificio de mi sangre. No hagan resistencia.
Obedecieron, escondieron sus armas para que no cayesen en manos de los enemigos y volvieron al lado del Sr. Cura, en unión del cual fueron aprehendidos y conducidos a Manzanillo, Col.
Coincidiendo con la aprehensión del señor Cura J. Guadalupe Michel, un grupo de cristeros de Cerro Grande, al mando del mayor Candelario B. Cisneros, se encontraba de gira en el Veladero, Col., en donde supieron que fuerzas armadas enemigas habían entrado a Minatitlán, Col., inmediatamente salieron al encuentro de ellas para atacarlas; mas cuando, a las 3 de la mañana del día 6, llegaron los cruzados al lugar que habían escogido para la pelea, ya el enemigo había pasado con sus víctimas, pues iban caminando a marchas forzadas, temerosos de que los cruzados les saliesen al encuentro y les quitasen a los prisioneros. Todavía a medio camino, los callistas no sabían quién era el sacerdote que llevaban preso.
Fue en la ranchería de La Lima, Col., en donde don Gregorio Ochoa Gutiérrez, interrogado por ellos, les dijo que era un sacerdote muy respetable, a saber, el Padre Don Guadalupe Michel, Párroco de Zapotitlán, Jal., habló en favor suyo, pero nada logró.
Ya en el Puerto de Manzanillo, el sacerdote mártir J. Guadalupe Michel, con una serenidad cristiana que pasmaba a los mismos asesinos, después que hubo dado a éstos el perdón y la bendición, fue fusilado en unión de sus tres compañeros el día 7 de ese mes de marzo.
Este crimen fue llevado a cabo por las autoridades civiles del Puerto, y cuantas gestiones hicieron los cristianos habitantes del lugar para salvar la vida de los mártires, fueron inútiles. Más aún: se les impidió comunicarse con Colima para llevar la causa al Tribunal Superior.
Aun el mismo general Heliodoro Charis, jefe de las Operaciones Militares callistas en el Estado, reprobó el hecho cuando eschuchó noticia de él y tuvo palabras de enojo contra las autoridades civiles que se adjudicaban, arbitrariamente, facultades que no eran de su incumbencia.
Los cadáveres fueron conducidos a Colima y exhibidos, arrojados sobre el suelo, frente al Palacio de Gobierno, en la plaza de La Libertad.... Continuará...
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