LOS CRISTEROS DEL VOLCÁN DE COLIMA
LIBRO CUARTO, Capitulo quinto Los días de mayores penalidades
(Del 27 de abril, a los primeros días del mes de agosto de 1927)
Viene de la edición anterior
Cuán grande es Dios! ¡Cuán admirable es el Señor en sus caminos! -dice el Prelado-. Mira, yo siempre, cuando tú eras chico, con alegría esperaba ordenarte algún día sacerdote. Pero los designios de Nuestro Señor eran distintos: Él tenía destinado para ti ser jefe en esta cruzada de Cristo Rey. El te ayude, El te bendiga.
Conversaron largo rato.
- ¿Y tu hermano el Padre?
- Mi hermano el Padre está con nosotros, viviendo con nosotros como capellán. Lo dejé allá, en el volcán, con los soldados de Cristo Rey. - ¡Cómo! ¿El Padre anda con ustedes?
- Sí, Ilustrísimo Señor.
Nos quedamos solos, sin sacerdote ninguno, pues el Padre Ahumada ya no pudo continuar acompañándonos. Y no era posible que en medio de tantos sufrimientos. y peligros se viviese sin un sacerdote. Yo le escribí al Padre mi hermano, contándole nuestro gran problema. Yo no le decía, ni le insinuaba siquiera, que él se viniera con nosotros. Le contaba esa grande pena, como a hermano; pero él habló con el Sr. Pro-Vicario General. Sr. Uribe y, de acuerdo él, me escribió diciendo que estaba a las órdenes de los soldados de Cristo Rey. Y el día 7 de este mes fuimos por él; lo recogimos en la hacienda de Buena Vista. Desde entonces, incorporado a nuestra columna, anda con nosotros; viste al igual que todos, porque no es posible de otro modo, y duerme al igual que todos, en el suelo y, a veces, bajo la lluvia. Pero los soldados están muy contentos y él también. Diariamente tenemos la Santa Misa en el lugar en que acampamos; muchos comulgan todos los días. El Excmo. Señor Obispo oía, sorprendido, esa noticia que no esperaba.
- ¡Ah! Pues que DIos cuide al Padre tu hermano. Dios bendiga y cuide a todos.
- Gracias, Señor. Mi hermano tiene pensado venir a ver a su Señoría Ilma., en la primera oportunidad. No lo traje en esta ocasión, porque estaba muy difícil la venida y, además, aquella gente no podía, por ahora, quedarse sin él. Necesitan la presencia del sacerdote.
- Está bien. Diariamente, aquí en el altar de la Misa, pido por Uds.
- Dios le pague, Señor.
CONTINUARÁ
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