LOS CRISTEROS DEL VOLCÁN DE COLIMAViene de la edición anteriorLas llamas de expectación y La Tremenda Misiva
LLAMAS DE EXPECTACIÓN
Y amaneció el Año Nuevo 1927, el año de la Epopeya Cristera que llevó a México a cumplir su misión de abanderado y apóstol de la Realeza de Cristo, irguiéndose, en medio de los pueblos neopaganos del presente, pobre y sin respaldo ninguno humano, azotado en pleno rostro y sangrando su pecho; pero con la hidalguía de los héroes y de los santos, para enseñar al mundo cuál es la ruta que se ha de seguir y cómo se debe luchar y cómo se debe sufrir, cuando se trata de salvar los intereses de Cristo y las esencias de las patrias que nacieron bajo la Cruz.
Los muchachos de la A. C. J. M., y cuantos estaban en el secreto, ardían en llamas de expectación. Se sabía, a ciencia cierta, que de un momento a otro principiaría el movimiento armado. Hay necesidad de recurrir a las armas -había dicho Dionisio Eduardo Ochoa días antes, comunicando instrucciones de la Liga Defensora de la Libertad Religiosa-, estamos como en los tiempos de Pedro el Ermitaño. Los últimos preparativos se están haciendo. De un momento a otro recibiremos instrucciones; hay que estar dispuestos y preparados a lo que se nos indique: ¡Dios 10 quiere!
LA TREMENDA MISIVA
El día 2 de enero, en aquel año, fue domingo. En relativa calma pasó el día; pero por el tren de esa tarde, arribó de Guadalajara una jovencita a quien nadie esperó en la estación del ferrocarril, porque no se anunció: era Lupe Guerrero, originaria del pueblo de San Jerónimo, Col., que había radicado algún tiempo en la ciudad de Colima, a quien los muchachos de la A. C. J. M. conocían muy bien; pues se
había destacado, durante los últimos meses, en la lucha por la libertad, por su espíritu de sacrificio y laboriosidad, al par que por su discreción y su don de organización. Venía con la misiva más trascendental que pudiera, en aquellas circunstancias, darse: el traer a Dionisio Eduardo Ochoa y a Rafael G. Sánchez, que en esos días estaban en Colima con motivo de las vacaciones de Navidad, la consigna de los jefes del Movimiento, de organizar de inmediato la lucha armada, a fin de que el 5 de ese mes -el miércoles de esa misma semana- los reclutas de la nueva Cruzada iniciaran sus actividades bélicas.
El primero a quien encontró, fue a Rafael G. Sánchez. A Dionisio Eduardo Ochoa lo localizó más tarde, frente a la casa de José N. Pérez, también de la A. C. J. M., al costado oriente del jardín de San José. Y allí, sobre una de las bancas del jardín, le fueron comunicadas las tremendas novedades: René Capistrán Garza -el que había sido primer presidente nacional de la A. C. J. M., y a cuyo solo nombre la juventud toda del México católico de aquellos días vibraba, porque era como su bandera- sería el jefe del movimiento armado.
La proclama a la nación, firmada por él, llevaba la fecha del 10 de enero o sea del día anterior. De ésta, los jefes de Guadalajara mandaban un ejemplar para que en Colima se reprodujera con profusión y se repartiese antes del 5 de ese mismo enero, día en que ellos -Dionisio Eduardo Ochoa y Rafael G. Sánchez- deberían tener organizado el movimiento cristero y presentar, si fuese posible, su primera acción bélica.
A la sombra de los arbustos del jardín, la jovencita Guerrero y los dos muchachos conversaron. A media voz, Lupe Guerrero, inteligente y discreta, fue elocuente, pero breve y lacónica cuanto posible era.
Del jardín, volvió Dionisio Eduardo Ochoa, en compañía de Rafael G. Sánchez a su propia casa. La noche estaba ya entrada. Allí participaron al Padre Don Enrique de Jesús Ochoa aquellas tremendas novedades. Se cambiaron impresiones durante largo rato, hasta ya muy avanzada la noche.
Entre la propaganda que Lupe Guerrero trajo a Colima -decíamos- estaba la Proclama del Movimiento, firmada por René Capistrán Garza, campeón de la libertad en aquellos días gloriosos y hoy claudicante de sus excelsos ideales por los cuales tan gallardamente había luchado.
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