miércoles, 29 de abril de 2020

Los Cristeros del Volcán de Colima; por Cristo abrazaste esta vida y dispuesto a todo

LOS CRISTEROS DEL VOLCÁN DE COLIMA
“SPÉCTADOR”  LIBRO QUINTO, CAPITULO SÉPTIMO; 
(de agosto a diciembre de 1927), 

“POR CRISTO ABRAZASTE ESTA VIDA Y DISPUESTO A TODO”

Luego, rehaciendo las fuerzas de su espíritu, interrogó con acento de esperanza y de consuelo:
- Pero ¿también esto es morir por Cristo?  el Padre Capellán, el sacerdote hermano suyo, le contesta al momento con tono decidido, categórico: 

- Sí, también esto es morir por Cristo. Y queriendo el Sacerdote confirmar su aserto añade:
- ¿Qué no únicamente por Cristo, por amor de Él, abrazaste esta vida, dispuesto a morir cuando y como Él lo determinase? 
- Sí -contestó con voz humilde Dionisio Eduardo. - Pues si únicamente por Cristo abrazaste esta vida: si únicamente por El has continuado en esta lucha, por El han sido todas las penas, las hambres, los desvelos, las privaciones mil. 
Es también por Cristo esto que ha acontecido; también esto es morir por Cristo -dice el Padre Capellán.
Al oír Dionisio Eduardo aquella declaración, dio muestras grandes de alegría. 
- ¡También esto es morir por Cristo! -principió a exclamar en voz alta-. Muchachos: 
¡Viva Cristo Rey! - ¡Viva Cristo Rey! -contestó Antonio C. Vargas quemado al igual que él. - ¡Viva Cristo Rey! -decían aquellas admirables mujeres que temblaban de dolor.
Dionisio Eduardo se puso entonces a exhortar a sus compañeros de infortunio glorioso, a sufrir con grandeza de alma aquella prueba a que Cristo los sujetaba. 
- Ya nos ha dado Cristo lo que habíamos anhelado, la gracia de morir por El. Ya ésta es la última prueba que nos resta.
Desde ese momento no se interrumpieron, como por espacio de una o dos horas, los Vivas a Cristo Rey y a la Santísima Virgen de Guadalupe. El Padre Capellán oraba por los moribundos y administró los últimos Sacramentos a las tres señoritas que con dolor desgarrador se lamentaban y los pedían. 
Todas las víctimas fueron acomodadas en la humilde y estrecha capillita que les sirvió de sala de hospital, pues no había ningún otro ranchito, y en el vil suelo y sin almohada o cabecera alguna. Se vivía con mucha pobreza y se carecía de todo. En aquellos instantes aumentó el fervor de un modo tan admirable en aquellas santas víctimas, que los dolores terribles que sufrían no alcanzaban a contenerlo.
Era casi imposible a los circunstantes soportar con serenidad aquel espectáculo: las carnes ardidas trepidaban con la intensidad del dolor. 
La luz de este mundo había ya desaparecido para ellos, pues habían quedado ciegos por las quemaduras; pero la luz de la fe fulguraba en sus almas, y de sus labios negros y convulsos no dejaban de brotar alabanzas a Dios. Dionisio Eduardo Ochoa dice a Antonio, exhortándolo a sufrir con toda valentía cristiana: No nos quejemos; es la última prueba que Dios nos manda.
María de los Ángeles Gutiérrez, la más joven de las señoritas, se incorporó del suelo con energía y levantando al cielo su rostro y brazos ardidos, dice:
- Vamos cantando, muchachas, vamos cantando -y principió luego con entonada voz, seguida por sus compañeras, aquel cántico de misión-:
Al cielo, al cielo, al cielo quiero ir.
Al cielo, al cielo, al cielo quiero ir.
Dionisio Eduardo Ochoa quiso que el Padre Capellán les rezase el acto de contrición propio de los libertadores, y los cinco lo recitaron en alta y sonora voz:
No quiero ni sufrir, ni morir, sino sólo por tu Iglesia y por Ti ... Quiero recibir la muerte como un castigo merecido por mis pecados ...El Gral. Ochoa pronuncia estas palabras con tal devoción y firmeza, que hace derramar lágrimas a los circunstantes.
Continuará.














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