sábado, 13 de agosto de 2016

Los Cristeros del Volcán de Colima; Inmunidad prodigiosa

LOS CRISTEROS DEL VOLCÁN DE COLIMAINMUNIDAD PRODIGIOSAViene de la edición anterior

Como saldo final de este combate, el más rudo de todos los del primer año de lucha, se tuvieron, por parte de los enemigos callistas, trescientas setenta y cinco bajas, entre muertos, heridos y dispersos. Por parte del ejército libertador, cuatro muertos solamente: Carlos Zamora, Felipe Radillo Nava, Epigmenio Ramirez y Juan Bravo (alias) el Cajetas.
Carlos Zamora -uno de los caídos- había sido originario del pueblo de S. Jerónimo, Col., y uno de los miembros del grupo de la A. C. J. M.; contaba unos 20 años de edad. Tenía un hermano de unos dieciocho años, que también pertenecía a la misma Asociación, llamado Juan, y como él, soldado de Cristo en el grupo de Caucentla; el cual, por haber estado combatiendo en una posición distinta, no se había dado cuenta de la muerte de aquél.
Al partir, cuando en unión de sus compañeros dejaba la trinchera, tuvo que pasar por donde quedaba abandonado el cadáver de Carlos.
- ¡Ah ... es mi hermano! -dijo en voz baja.
Dos gruesas lágrimas brotaron de sus ojos, que secó con la manga de su camisa y, siguiendo adelante, volvió una vez la mirada para verle por último, mientras sus labios murmuraban un ¡Sea por Dios!, empapado en santa resignación
¡Así eran los cristeros!
EN LA ESPESURA DEL BOSQUE
A la madrugada del día siguiente ya no fue posible seguir caminando con un anciano enfermo que llevaban en aquella huída trágica, porque con el frío, el hambre, el sobresalto y los sufrimientos físicos de aquella noche, se fue agravando momento por momento, no obstante que lo llevaban en una camilla que con varas y bejucos habían improvisado.
Alrededor del moribundo hicieron alto sus familiares y algunas personas amigas; en un recodo de la vereda, de la larga y penosa bajada del Cordobán, en un pequeño espacio arenoso, cubierto por la tupida y casi virgen arboleda, antes de llegar al plan de la
hacienda de La Joya, expiró el anciano, rodeado de sus hijos y sus yernos. De rodillas, recitaron los deudos algunas oraciones con voz queda, y, en aquel mismo lugar, se dio al cadáver sepultura. Sobre su tumba se colocó una cruz que hicieron con dos ramas atadas con un bejuco ... y se prosiguió la penosa peregrinación. Cerca del mediodía del 28, o sea más de veinte horas después de haber partido de Caucentla, llegó aquella extraña caravana a la Mesa de la Yerbabuena, situada en las faldas occidentales del Volcán de Fuego.
La muchedumbre pudo descansar, saciar un poco el hambre y reponerse de la zozobra.
Continuará en la siguiente edición 

















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