LOS CRISTEROS DEL VOLCÁN DE COLIMA
Viene de la edición anterior
A ULTIMA TARDE EN COLIMA
La última tarde antes de emprender el camino hacia las serranías para iniciar su vida bélica -era el miércoles 5 de enero de 1927-, Dionisio Eduardo Ochoa y sus compañeros, decididos y entusiastas, la pasaron no sólo tranquilos, sino extraordinariamente alegres y festivos.
Fueron e hicieron ellos tres, en el devoto Templecito de La Salud, una bien preparada confesión con el Padre D. Tiburcio Hernández a quien comunicaron sus secretos. Después, quienes no tenían el escapulario de Ntra. Señora del Carmen, quisieron recibirlo como santa protección. Así aconsejó su Padre Asistente -el Asistente Eclesiástico de la A. C. J. M.-, el cual les hizo reflexionar sobre la promesa de la Sma. Virgen:
El que muera llevando devotamente el santo Escapulario, no morirá en pecado, no padecerá el fuego del infierno. Lleven siempre -añadió- el Escapulario de la Virgen. Ella los protegerá en la vida y en la muerte.
Después, Dionisio Eduardo Ochoa, Antonio C. Vargas y José Ray Navarro, el amigo de ambos, fueron a la estación del ferrocarril. Por una parte, necesitaban algo de distracción, pues los días anteriores habían estado demasiado cargados de problemas tremendos.
Por otra, necesitaban algunos informes que allá podían recabar, más que ellos pretendían, como primera hazaña suya, dinamitar algún puente, aunque fuese de los pequeños, de la vía del ferrocarril, entre Colima y Guadalajara, para llamar la atención sobre esta entidad y que no se cargase toda la fuerza militar federal sobre los grupos de insurgentes católicos que en otros lugares de la República habían iniciado ya sus actividades bélicas.
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