jueves, 2 de febrero de 2023

Historia y Recuerdos de la 1ra fabrica de hilados y tejidos de Colima en San Cayetano 5ta parte

 UN CAMINO DE LEYENDA
Profr Abelardo Ahumada González

EL ORIGEN DE LA CLASE OBRERA EN COLIMA.

El 4 de enero de 1842, cuando finalmente se inauguró la “nave industrial” de la Fábrica de Hilados y Tejidos de San Cayetano (que fue la primera factoría que hubo en Colima), sus accionistas no sólo culminaron un gran proyecto, sino que completaron una larga cadena de esfuerzos que para su tiempo implicó una especie de hazaña logística, en la que intervinieron numerosas personas, de las que en su mayoría hoy no sabemos nada.
Y al dar también “el banderazo” para iniciar los trabajos fabriles, establecieron un hito en la historia laboral en esta parte de México, puesto que, como derivación de ello surgió la “clase obrera” colimota. Y no porque antes no hubiesen existido, por ejemplo, sastres, costureras, carpinteros, huaracheros o artesanos que manufacturaban sillas de montar, fustes de carga y aperos de labranza sino porque casi todos ellos laboraban en diminutos talleres caseros o familiares, y porque la mayoría de los trabajadores manuales que había en esa época se dedicaban a la siembra de maíz y frijol; a la ganadería de corto alcance; a la producción de sal a cielo abierto, a la caza y a la pesca. Sin contabilizar en este caso a los muy pocos empleados de gobierno o de mostrador, a los numerosos sirvientes de las casas más ricas y, por supuesto, a los arrieros y a los comerciantes.
Salvado la publicación de algunos datos de carácter estadístico y contable, no hay, respecto a los primeros años de funcionamiento de dicha fábrica muchas otras referencias, pero algo que sí hemos podido saber es que, cosa de tres años después, y debido, quizá, a que a los dueños de San Cayetano les estaba yendo muy bien, otros empresarios de origen alemán, encabezados por Agustín Schacht, fundaron una segunda fábrica, a la que bautizaron con el nombre de La Armonía. Situada ésta sobre la ribera occidental del Colima, frente a lo que hoy es la parte más norteña de la Colonia de Las Amarillas, y de cuyas edificaciones queda la vieja (y muy bella casona) que alberga al Asilo de Ancianos.
Otro dato del que también se tiene alguna noticia es que, debido al hecho de que desde la época virreinal se habían establecido numerosas huertas en ambas orillas del Río Colima, y tenían viejas concesiones para utilizar sus aguas para regarlas, la fábrica de San Cayetano no podría disponer de ellas en demérito de quienes tenían esos antiguos permisos. Y como, por otro lado, muchos de quienes, viviendo en Colima, carecían de pozos o norias en sus propias casas, se abastecían también de agua en el río, el Ayuntamiento se negó en un principio a dar el permiso para que la fábrica hiciera uso del precioso líquido. Pero como los socios eran personas muy bien relacionadas, con poder e influencias, hablaron con el Jefe Político del Territorio en turno (que también fungía como Alcalde de la capital), y habiéndole podido demostrar que la mayor parte del agua que ellos sacarían del río sólo se utilizaría para mover la gigantesca rueda que brindaría la fuerza motriz de los telares, y luego se devolvería al cauce, el funcionario les brindó el permiso requerido, pero condicionándolo a que, el agua que extraerían mediante acequia, corriente arriba, debería ser obtenida en el transcurso de la noche, y tendría que ser devuelta al cauce antes del amanecer.
Con base en ese acuerdo, la fábrica tuvo que construir dos grandes tanques de almacenamiento provisional que, cuando ya estaban terminados, comenzaban a llenarse a partir de las 5 o 6 de la tarde. Y un acueducto mediante el que, a partir de las 4 de la madrugada, conducían el agua hasta el sitio en donde, dejándola caer varios metros sobre las palas de la gran rueda, se producía la energía necesaria para mover los 60 telares. 
Al verse en la necesidad de operar con ese esquema, los dueños de San Cayetano, no queriendo perder ni un minuto de la fuerza motriz que aquel flujo les brindaba, decidieron que la jornada de trabajo iniciara también a esa hora. Pero como San Cayetano estaba a casi tres kilómetros del centro de Colima y no había luz eléctrica que iluminara el camino que los operarios tendrían que seguir, para poder entrar a esa hora, tuvieron que buscar el modo de facilitar las cosas para los trabajadores que mayor responsabilidad tenían, y comenzaron a construir viviendas aledañas a la propia fábrica, y se forzaron a mejorar y ampliar la antigua vereda que otrora llevaba al viejo potrero, convirtiéndola en un callejón de tierra que discurría entre otras huertas y potreros y en una calle empedrada al norte de la ciudad.
Esa calle, que de sur a norte iniciaba justo en la esquina noroccidental de la Plaza de Armas, es hoy la calle Venustiano Carranza, de la que no se sabe si antes tuvo algún nombre; pero a partir de entonces comenzó a ser popularmente designada como la Calle de San Cayetano, y pasaba también por donde, hacia 1850, se fincó la tercera fábrica de Hilados y Tejidos, que se llamó “La Atrevida”, de la que aún hoy se pueden ver ruinosos restos de sus instalaciones sobre la orilla oriental del río, si sube uno por la bonita calle que se llama Paseo de la Ribera, a la altura del Jardín de la Corregidora. 

EL ALGODÓN DE LA COSTA.

Volviendo al tema de la materia prima que requerían dichas fábricas, cabe recordar que, como se dijo antes, era el algodón endémico que desde la época prehispánica se cultivaba en las llanuras costeras de Tecomán, Colima; Coahuayana, Michoacán y Cihuatlán, Jalisco. Tal y como lo mencionan incluso, algunos ancianos indígenas que habitaban en los pueblos de la Antigua Provincia de Amula (Zapotitlán, Tolimán, Tuxcacuesco, etc.) y que hoy forman parte del famoso Llano Grande, inspirador de la literatura rulfiana. Testimonios de los que sólo voy a citar dos, muy antiguos, ligados como si fueran uno:
“Don García Padilla e don Baltazar [X], principales e indios antiguos e hijos de los señores antiguos desta provincia [de Zapotitlán] … [Dijeron] el 4 de septiembre de 1579 [que] el traje que ahora los naturales usan, es camisas, jubones […] y unas mantas cuadradas de dos varas de largo, echadas encima de los hombros […] y toda es ropa de algodón [… fibra que traen] de Comala, que es en la provincia de Colima […] porque aquí no se da; y si se siembra nace, pero no da fruto”.  
Complementando esta información, pero dentro del primer tercio del siglo XIX, José Luis Larios se encontró con lo que podríamos llamar el antecedente más cercano a la fábrica de hilados y tejidos: el de la existencia, en 1829, de una máquina despepitadora de algodón en Colima, con cuya producción, muchas mujeres de nuestra región solían “elaborar la ropa familiar”, utilizando, no se sabe si todas o parte de las “cuatro mil varas de fabricación de diversos tejidos” que dicha despepitadora producía en un año.
Y otro dato que me parece muy importante, es que, según el mismo investigador: “Un año antes de instalarse la fábrica de San Cayetano, el censo de 1841 registró 197 costureras en la ciudad de Colima que, desde su hogar o algún establecimiento comercial o religioso, confeccionaban prendas de vestir según la demanda de la población”. Sin agotar la producción algodonera, que seguía siendo mayor a la demanda local; por lo que los arrieros transportaban los excedentes a los estados de “[Jalisco], Guanajuato, Zacatecas, San Luis y Querétaro”.
“Exportación”, diríamos, que conforme la fábrica empezó a requerir más fibra para sus productos, disminuyó hacia los otros estados, quedándose cada vez más algodón en Colima, donde según datos de 1846, ya se producían 153,118 varas de diferentes telas, que se transformaban en “mantas, rebozos y frazadas”.

“UN CAMINO DE LEYENDA”.

Las fotos más nítidas que se conservan del edificio principal que tuvo la fábrica, no sólo nos revelan que éste fue diseñado con criterios muy diferentes a los que tradicionalmente se usaban en Colima, sino que con toda probabilidad estuvieron inspirados en los que se usaban en Fall River, Massachussets, sitio de donde provenían las máquinas. Pero el predio en el que se ubicó tenía todas las características de las zonas rurales mejor aprovechadas de Colima, pues, de conformidad con una descripción que Larios encontró de él, dice:
“El potrero contaba con mil novecientas treinta y seis varas de cerca de piedra, un piñal, plátanos, treinta árboles de limas, veinticinco de mamey, tres tamarindos, naranjas de China y agrias, y veinte aguacates; además de un potrerito con doscientas treinta y nueva varas de cerca de piedra, en el que había [otros] cinco árboles de mamey, cuatro de aguacate y ocho palmas”.
Fábrica y paisaje que, por invitación de don Ramón R. de la Vega, diputado presidente de la Primera Legislatura Estatal, les tocó conocer al presidente Juárez y algunos de los miembros de su comitiva, durante la mañana del 3 de abril de 1858, según lo consignó en su “Diario Personal”, el todavía entonces muy joven, Matías Romero, quien, con el paso del tiempo habría de alcanzar altas cumbres como Ministro del Exterior.
Y ya que hablamos de gente importante que conoció esa fábrica, déjenme decirles que seis años después, cuando Colima estaba sometida a los invasores franceses (y a los mexicanos que colaboraban con ellos), vino a la entidad, como quien dice en calidad de espía del gobierno juarista, un joven que se llamaba Alfredo Chavero, y que, cuando ya pudo hacerlo, publicó en México dos textos magníficos que se titulan: “Viaje a Colima” y “El Manzanillo”, fechados ambos en la primavera de 1864. Siendo en el primero donde, refiriéndose a San Cayetano, escribió, lleno de asombro, tres bellos párrafos:
“La fábrica de mantas está en uno de los paraísos de los barrios de la ciudad. Se va a ella por calzadas que tienen a los lados verdaderas paredes de árboles, y por techo el cielo de la costa, que al caer la tarde toma un dulcísimo color verde, como si reflejara el mar. La exuberancia de esa vegetación es inconcebible; la pluma no la puede pintar; apenas el pincel podría darnos idea de ella. Es un bosque a cada lado, lleno de esas sombras que parece encierran un misterio (...) 
“En el fin de ese camino de leyenda, se ve una reja pintada de verde, y a través un patio que es un jardín cubierto de flores, se levanta una fábrica de dos pisos, de ladrillo encarnado, en la cual centenares de obreras ayudadas   ya del vapor, o ya del agua que a intervalos mueve la rueda de la máquina, elaboran las mantas famosísimas de Colima.
“Jamás hemos podido contemplar, sin enternecernos, esas fábricas en que jóvenes obreras forman una deliciosa colmena; allí, limpias, elegantes, coquetuelas, trabajan y sonríen alumbradas por el sol del cielo y por la virtud”. (Ambos textos aparecen en las “Crónicas y Lecturas Colimenses”, recopiladas y publicadas por el Profr. Ricardo Guzmán Nava, Impre-Jal, 1988, págs. 79 y siguientes).

LAS COSAS CAMBIAN.

En esa misma década, y tras de haber concluido “la Intervención Francesa” en noviembre de 1867, don Ramón R. de la Vega, la fábrica de San Cayetano comenzó a tener un segundo periodo de bonanza. Tal vez mejor, incluso, que el de sus primeros 25 años. Y contó además con nuevas máquinas.
Pero hacia finales del siglo XIX, habiendo muerto ya sus socios fundadores, y no habiendo, tal vez, podido resistir la competencia que les hacían otras empresas en Jalisco, las tres fábricas en comento comenzaron a sucumbir, o se fueron, de plano, a la quiebra.
De modo que al iniciar el XX, la única que seguía activa, pero cada vez más avejentada y con menos trabajadores, era precisamente la de San Cayetano. De cuyas posteriores transformaciones hablaremos en el último capítulo de esta corta serie.
1.- El edificio principal de San Cayetano rompió con los esquemas de construcción que se utilizaban en Colima, y parece haber sido inspirado en alguna de las fábricas de Massachussets, de donde se importaron los telares. 
2.- Para llevar el agua desde los tanques a la rueda impulsora, se construyó este acueducto, que todavía era visible hace 30 años.
3.- Al final de todos esos arcos el agua caía varios metros, con un potente chorro, sobre una rueda gigante de palas de madera parecida a ésta, generando la fuerza motriz que requerían los telares.
4.- Esta foto la tomé un día de principios de la década de los 90as del siglo pasado y muestra algunas de las que parecen haber sido las viviendas de los trabajadores.




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