VISLUMBRES
PRELUDIOS DE LA CONQUISTA
Capítulo 32
Profr. Abelardo Ahumada González
DE LA RIVALIDAD QUE MANTUVIERON AXAYÁCATL Y TZICTZICPANDÁCUARÉ Y DE LO QUE SUCEDIÓ A CAUSA DE ELLA.
Intencionadamente acomodé este subtítulo conforme a la usanza de algunos de los cronistas del siglo XVI, porque me pareció que, debiendo yo hablar un poco de ellos, tendría que hablar también un poco como ellos.
En este tenor, pues, una vez más he comentar que “La Relación de Michoacán” es muy escueta para exponer cómo fue que “en tiempos del abuelo del cazonci” Tzimtzicha hubo una guerra entre michoaques y mexicas y entre aquéllos y los colimecas.
Y todo esto lo afirmo puesto que, con una redacción muy deficiente, sólo dice:
“Tzitzicpandácuare hizo algunas entradas hacia Toluca y Xocotitlan, y le mataron en dos veces diez y seis mil hombres… Otras veces traía cautivos… Otra vez vinieron los mexicanos a Taximaroa y la destruyeron en tiempo del padre de Motezuma… y Tzitzicpandácuare la tornó a poblar… Y tuvo sus conquistas hacia Colima y Zacatula y otros pueblos, y fue gran señor, y después dél (sic) su hijo Zuangua ensanchó mucho su señorío”.
Las referencias temporales son únicamente dos, y vagas, pero bastan para correlacionar a Tzitzicpandácuare como el abuelo de Tzimtzicha, y a Axayácatl, como padre de Moctezuma Xocoyótzin, al que conoció Cortés.
De conformidad con diferentes crónicas, Axayácatl habría sido el azteca más joven al asumir el poder (con 19 años), y se le ubica gobernando entre 1469 y 1481. Justamente en los tiempos en que estaba empezando su más notable periodo de expansión el “reino” mexica, y cuando, según la versión que sobre la “Cronología de los Aztecas” publicó el INAH, en el # 13 de la revista “Arqueología Mexicana”, fueron conquistados “Tlatelolco y otros 37 pueblos, aunque algunos como los purépechas, lograron resistir”.
Con base en todos estos datos la temporalidad de la guerra teco-tarasca ya estaba bien definida, por lo que no vi la necesidad de darle más vueltas a ese detalle, aunque, por otra parte, me pareció evidente que los viejos con los que conversó fray Jerónimo de Alcalá no tenían ni la más mínima idea sobre las causas de tan sangrientas batallas, ni sobre las implicaciones o consecuencias que éstas habían tenido.
Al llegar a este punto la duda fue si habría otras fuentes michoacanas que nos dieran mayor luz sobre el tema. Pero con lo único que me encontré fue con lo que nos habían dicho don Eduardo Ruiz, en su libro “Michoacán, paisajes, tradiciones y leyendas”, publicado en 1891, y don Nicolás León, en “Los tarascos. Notas étnicas y antropológicas comprendidas desde los tiempos precolombinos hasta los actuales, colegidos de escritores antiguos y modernos, documentos inéditos y observaciones personales”, publicado en 1904, en el sentido de que las fuentes michoacanas más antiguas conocidas por ellos eran la “Historia de la Provincia de San Nicolás Tolentino de Michoacán”, escrita entre 1650 y 1673, por el fraile agustino Diego Basalenque, y la “Crónica de la provincia de los Santos Apóstoles S. Pedro y S. Pablo de Michoacan”, del franciscano fray Pablo Beaumont, entre 1765 y 1770. Obras ya relativamente lejanas del escenario y la época de los acontecimientos narrados. Por lo que me pregunté si no habría otras, no necesariamente michoacanas, más cercanas a la obra recopilada por fray Jerónimo de Alcalá, entre 1539 y1541, que nos dieran más luz sobre lo que ocurrió en aquél momento.
LA EXISTENCIA DE OTRAS “FUENTES ORIGINALES”
La respuesta en ese tenor era positiva, pero recordando que en el “Prólogo” que fray Jerónimo dirigió al primer virrey de la Nueva España había un párrafo que desde un principio me pareció un buen indicador. Volví a leerlo, y aquí se los transcribo libremente a ustedes: “Recopilé esto no nada más para que se entere usted de la gobernación que tenían estos indios, sino para que aprovechen su conocimiento los religiosos que vengan a entenderse de su conversión.”
Párrafo que a mí me dijo lo menos un par de cosas: que él, para cumplir el encargo del virrey había escrito una copia para el funcionario, pero que, evidentemente se había quedado con otra. Ambas en castellano. Y que independientemente de que hubiera una más, escrita solamente en purépecha, su intención seguía siendo válida: que tuvieran acceso a ella (y al conocimiento del idioma) los demás misioneros que sucesivamente fueran llegando a los conventos franciscanos de Pátzcuaro y Tzintzúntzan.
Por otro lado sabía que fray Bernardino de Sahagún, ya muchas veces citado aquí, había tenido similar propósito desde que empezó a tomar los primeros apuntes de lo que finalmente fue su monumental “Historia general de las cosas de la Nueva España”, y que había varias otras obras similares, a las que, sin embargo, no había tenido yo acceso, y decidí darme la oportunidad de hacerlo.
Pero en el momento en que me decidí a emprender dicha búsqueda (1995), recordé que el padre Abelardo Bailón, un gran maestro de Filosofía que tuvimos en el Seminario Regional del Norte, nos aconsejó que si quisiéramos “estudiar algo a fondo”, no leyéramos “ni compendios ni tratados, sino las fuentes originales en los idiomas originales, porque las traducciones y los investigadores a veces tergiversan las ideas”.
Y yo, que nada sé de náhuatl, entendí que las obras que debería buscar tendrían que ser en castellano del siglo XVI. Pero ¿cuáles eran (o podrían ser) las fuentes originales en este preciso caso y asunto?
Por aquellos días yo ya no era director de la Biblioteca Central “Profesora Rafaela Suárez”, pero los bibliotecarios seguían siendo mis amigos y me permitieron revisar los cajones en que ordenadamente estaban los catálogos existentes, y me encontré, en primer término con el “Códice Ramírez”, los “Anales de Tlatelolco”, los “Anales de Cuauhtitlán”, la “Historia tolteca-chichimeca”, de autores anónimos, transcritos en náhuatl, a partir de “los libros pintados que tenían los indios”, y algunas historias particulares fundadas asimismo en fuentes indígenas, pero narradas directamente en castellano que, muy cerca respecto al inicio de la conquista, escribieron, entre otros: fray Toribio Paredes de Benavente, Motolinía, con su “Historia de los indios de la Nueva España”, fechada, según dice George Beaudeau, en 1541; fray Diego Durán, con su “Historia de las Indias de la Nueva España e Islas de la Tierra Firme”, concluida hacia 1587, en Tehuacán; a fray Juan de Torquemada, y su “Monarquía Indiana”, escrita entre 1590 y 1612, año éste en que fue registrada en Sevilla para su publicación; y otras fuentes fundamentales escritas por mestizos como la “Relación de Texcoco”, de Juan Bautista Pomar, pergeñada, asimismo, entre 1581 y 1582, o como la “Crónica Mexicáyolt”, de Fernando Alvarado Tezozómoc, terminada también hacia 1598.
Pero en 1997, cuando apenas le estaba, como se dice, “hincando el diente” al interesantísimo libro de fray Diego Durán, en edición especial por el Banco de Santander, ocurrió que por haber publicado yo una serie de artículos que criticaban al candidato oficial a la gubernatura estatal, mi jefe en la Secretaría de Educación, subordinado obsequioso de aquél, decidió correrme de la oficina en que trabajaba y con un desplante vengativo de su “poder”, me mandó de regreso al aula donde había estado, creyendo que con eso castigaba mi actitud como disidente.
LA INVESTIGACIÓN SE POSPUSO PARA MEJORES TIEMPOS.
La “suerte”, pues, me llevó de nuevo a las aulas de una escuela rural y aquel primer intento de investigación en las mencionadas “fuentes originales” tuvo que ser pospuesto, aunque nunca dejé de leer todo lo que me pudiera encontrar sobre la historia (y un poco de la literatura) de Colima.
La diversión que eso me daba se prolongó durante más de dos décadas, y aunque todas esas lecturas eran “sin ton ni son”, y se realizaban conforme fuera encontrando cada uno de esos libros, sin que importara el tema, poco a poco se fue configurando en mi mente una especie de índice, éste sí temático, que me llevó, hace apenas 32 semanas, a iniciar esta recapitulación que tal vez equívocamente titulé “Preludios de la Conquista”, pero que más adelante se verá que no es tan desatinado, porque cuando concluya el libro expondrá la situación que prevalecía en el área en el momento en que los hispanos empezaron a borrar, incluso sin querer, todos los vestigios de lo que ahora estamos tratando tan penosamente de reconstruir.
Al finalizar el 2010, la jubilación como profesor rural federal me cayó en este otro sentido “como anillo al dedo”, porque finalmente volví a tener calma y oportunidad para estudiar un poco más, pero luego cometí el error de convertirme en una especie de articulista y reportero de tiempo completo y me volví a restringir la oportunidad de estudiar, hasta que, en noviembre de 2015 me corrieron del periódico en que colaboraba y, habiendo así quedado ya libre de tan arduas obligaciones, reencamine las investigaciones diferidas. Y aquí me tienen hoy, comentándoles por ejemplo que, en el “Libro Segundo” de la “Monarquía Indiana”, se habla, aparte de los rituales que los mexicanos realizaban a sus dioses, de “las guerras que estas gentes tuvieron entre sí, unos con otros, y variedad de gobierno que alcanzaron”.
Mencionando su autor (Juan de Torquemada) que todo eso y más lo supo “según las pinturas que los más curiosos de estos indios tenían y yo al presente en mi poder tengo”. Así que ¿qué testimonio más directo y qué mejor fuente original me podría yo encontrar?
Pero, para no meternos en embrollos y no hacer más largo este relato, ¿qué es lo que dicho libro refiere o menciona sobre el encontronazo bélico que aparentemente hubo entre Axayácatl y Tzitzicpandácuare?
La verdad es que dice muy poco, o indica demasiado pero con muy cortas palabras. Pero lo que sí señala es que durante el “sexto año del reinado de este rey tembló la tierra y fue tan recio el temblor que no sólo se cayeron muchas casas, sino que los montes y sierras en muchas partes se desmoronaron y deshicieron. (Y que) después de este espantoso terremoto venció a los ocuiltecas (e…) hizo guerra a los chichimecas u otomíes de la provincia de Xiquipilco. Cuyo señor se llamaba Tlilcuetzpalin y enmedio de la batalla quiso señalarse Axayacatl, y Tlilcuetzpalin le acometió con grande ánimo y le dio un golpe en un muslo de que quedó herido”. Volviendo sin embargo el hueytlatoani a México, dándose aires de vencedor.
También añade Torquemada que: “Un año después hubo un eclipse de sol. (Que Axayácatl) hizo señor de Xalatlauhco a Mozauhqui, pagándole con esto los buenos servicios que al imperio había hecho en las guerras en que tan valientemente había probado. Cautivó de los xiquipilcas once mil sesenta (soldados) y fueron muertos de los mexicanos ciento y seis. Volvió con esta gran victoria, y después que sanó de la herida del muslo hizo junta de muchos señores y principales, así del reino de Tetzcuco (Texcoco) como del de Tlacupa (Tacuba) y todas las demás provincias comarcanas, y en un gran convite que les hizo fue muerto Tlilcuetzpalin, señor de Xiquipilco (que fue el que lo hirió) y con él murieron juntamente los otros dos capitanes que le ayudaron”.
Y por último, sin señalar el año, agrega: “Volvieron a hacer guerra a los matlatzincas, y fue a Toluca y a Tlacotepec que está junto de este pueblo, y prendió, por su persona, dos valerosos soldados con sus mujeres y sus hijos; aunque en esta guerra murieron muchos mexicanos y aculhuas (o texcocanos)”.
Sobre este punto no debemos olvidar que el grupo dominante de los michoaques se seguía autonombrando “chichimeca” y que, los chichimecas y los otomíes que poblaban la provincia de Xiquipilco eran tributarios del Cazonci Tzitzicpandácuare. Quien inevitablemente se sintió afrentado por la osadía que habían tenido los mexicanos de invadir alguna porción de los que consideraba ser sus dominios.
Y sobre el tercer ataque es de notar el dato de que una vez más atacaron a otros aliados y tributarios del Cazonci: los matlatzincas, y que, si bien Axayácatl logró capturar a dos valerosos soldados del bando enemigo, el cronista señala que murieron muchos de los suyos. Lo que vendría a ser una dolorosa pero disimulada derrota.
Colateralmente, Hernando (o Fernando) Alvarado Tezozomoc, nieto del emperador Moctezuma II y bisnieto de Axayácatl, en su “Crónica Mexicáyotl”, y con una especie de “sabor” muy suyo, en el que maneja una singularísima mezcla híbrida de números y calendarios, precisa que:
“En el año 3-casa, "1469 años", fue cuando se asentó por rey el señor Axayacatzin (o Axayácatl), rey de Tenochtitlan, en el día 11-lluvia del cómputo diario, o sea el "11 de Agosto", hijo éste de Huehue Tezozomoctli, príncipe de Tenochtitlan, hijo éste, según se dijera arriba, de Itzcoatzin (o Itzcóatl)”.
Y así ya podemos entender que el sexto año de su reinado, cuando por primera ocasión agredió indirectamente a los michoaques fue en 1475, y que la segunda, más directa, la efectuó un año después, invadiendo hasta Xiquipilco y Toluca, y que la tercera fue “la definitiva”, no sólo porque los purépechas le hayan infligido una gran humillación delante de sus aliados, sino porque ya no pudo recuperarse y al poco tiempo murió.
Colateralmente, aun cuando en “La Relación de Michoacán” se dice que
Pero fray Diego Durán es mucho más explícito en los detalles. Y le dedicaré una buena parte del próximo capítulo.
(Los dos mapas llevan un solo pie para los dos)
1.- A pesar de ser muy fidedigna la obra del padre Basalenque, buscamos otras más antiguas que, por ser más cercanas a los acontecimientos que estamos comentando, nos dieran más luz sobre la guerra que sostuvieron los mexicas contra los michoaques.
2.- Las crónicas mexicas son mucho más abundantes y tienen como complemento fundamental “los libros pintados que tenían los indios”, que como si usaran los actuales logotipos, nos dicen, por ejemplo, que Axayácatl significa “el de la máscara de agua”.
3 y 4.- Si se observan comparativamente ambos mapas (sacados del número 13 de la revista Arqueología Mexicana) se verá cómo durante el tiempo de Axayácatl los mexicas buscaron expandirse hacia el occidente, invadiendo territorios de pueblos aliados o tributarios de los michoaques.
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