VISLUMBRES
PRELUDIOS DE LA CONQUISTA
Capítulo 35
Profr. Abelardo Ahumada González
DATOS REVELADORES DE UN PASADO OSCURO.
Si como afirmó don José Fernando Ramírez, “la historia
fue injusta con fray Diego Durán”, debo decir que fue omisa en el caso del
pueblo matlazinca, cuya vida y desarrollo cultural tuvo como escenario el
hermoso Valle de Toluca. Pero no debe extrañarnos esa omisión porque, como bien
sabemos, los primeros cronistas españoles, deslumbrados con lo que vieron al
llegar a las orillas del Lago de Texcoco, se concentraron en estudiar y
analizar la vida y la historia del pueblo mexica, relegando, incluso sin
querer, tanto la vida como el desarrollo de otros pueblos cercanos a ellos pero
que carecían del “brillo” de Tenochtitlan, con sus calles, templos y canales,
Todo eso aparte de que muchos de esos otros pueblos, sometidos a las terribles
exigencias que los mismos mexicas les aplicaban, no dejaron constancia escrita de
su origen, de su vida y sus relaciones, apareciendo a lo sumo ante dichos
cronistas, como pueblos tributarios de Moctezuma y los suyos. Tal fue el caso
de los otrora también poderosos guerreros matlazincas que, como vimos al final
del capítulo anterior, no corrieron a esconderse entre los montes cuando
supieron que Axayácatl y miles de guerreros acolhuas, tecpanecas, chalcas,
xochimilcas, texcocanos y mexicas hicieron acto de presencia junto al ahora
nombrado río Lerma, sino que, todos, muy “bien armados a su modo”, salieron a
confrontarlos y, poniéndose apenas a la distancia de “un tiro de piedra“, por
voz de su jefe, “el Señor de Toluca”, los increparon diciendo: “¿Qué es esto,
mexicanos? ¿A qué se debe vuestra venida? ¿Quién os mandó llamar?”
A ver, a ver… ¿Creen ustedes, lectores, que si un buen
número de guerreros se aproximaran a un pueblo débil, iban los habitantes de
ese pueblo a realizar tamaño desplante de valor? – Yo, al menos, imagino que no, y en este caso concreto creo
que el solo hecho de que Axayácatl haya convocado a todos esos aliados para
combatir a los matlazincas indica que él mismo estaba convencido de que con los
puros mexicas de su lado NO IBA A PODER VENCER Y CAPTURAR a quienes, además,
eran sus muy cercanos vecinos, a los que seguramente conocía muy bien.
Así que, a reserva de recurrir a otro testimonio histórico
que nos ayude a probar el temeroso respeto que les inspiraban a los mexicas,
quiero decirles que en los siguientes párrafos de fray Diego Durán hay otros indicios
que nos permiten confirmar estas inferencias, pues menciona que antes de
terminar su discurso “el Señor de Toluca” increpó a los mexicas diciéndoles: “¿Venís a vender vuestras vidas? (…)
Engañados habéis de venir (…) ¿No sabéis que no tenemos igual, ni hay fuerzas
que nos sobrepujen?”
Una de dos: o aquello era un verdadero alarde de fuerza,
o era una simple bravuconada de Chimal (o Chimaltzin), el mencionado “Señor de
los matlazincas”. Pero el cronista indica que fue lo primero porque describiendo
la reacción que provocó en el ejército aliado el discurso de Chimal, anotó:
“Los mexicanos, oyendo estas palabras, casi atemorizados
los más principales y (los) generales de los exércitos (sic), pidieron (a
Axayácatl) que hiciera una plática (más bien una arenga) a todo el exército
(para animarlo)”... Pero “como era mozo (muchacho) y de poca edad, no quiso por
su propia persona hacerla y” se la encomendó “a los viejos que la hiciesen”.
Ellos seleccionaron a un orador experto y dice Durán que colocándose el rey junto
“al retórico”, para darle más “autoridad a sus palabras”, éste se subió a una
pequeña elevación y con potente voz se dirigió al singular ejército atacante:
“Ilustres mexicanos, tezcucanos, tepanecas y
chinampanecas y (gente de) las cuatro señorías de Culhuacan, Iztapalapan,
Mexicatzinco y Huitzilopochco, que presentes estáis y habéis venido en favor de
la corona real para ayudar a los tenantzincas; sabed que sois aquí venidos al
repartimiento y obra servil de la muerte, y si no lo advertisteis cuando salisteis
de vuestras casas y dexastes vuestras mugeres é hijos, advertidlo ahora que la
tenéis presente y no se os hará novedad, pues sois soldados viejos y
esperimentados en semejantes guerras, pues habéis vencido otras muchas:
levantad de nuevo esos ánimos: ¿De qué tiembla vuestro corazón que parece que
os quiere saltar del cuerpo y estáis todos descoloridos ? ¿Eran (ustedes) por
ventura más valerosos ayer que Hoy? ¡Salid, corred, arremeted, mostraos hombres
valientes y esforzados y no mujeriles! ¿Para qué sois?”
“Vended CARO vuestras vidas, que no habréis de vivir para
siempre, y muriendo hoy antes que mañana más ayna (más pronto) se os acabará el
trabajo y miseria de esta vida, e iréis a descansar a la otra”.
TERRIBLE DERROTA DE LOS
TOLUCANOS.
Quise dejar esta joya histórica casi tal cual (y sólo
actualicé la escritura de los verbos, corregí algunas letras y puse algunos
signos) para que por una parte vieran los lectores la manera en que redactaba
el fraile, y porque, por otra, salta a la vista que si los matlazincas hubieran
sido un pueblo medroso y tuvieran fama de serlo, ni Axayácatl ni su
experimentado “retórico” habrían perdido el tiempo tratando de levantar los
ánimos del ejército mexica que, según muchas otras crónicas, tenía bien ganada
fama de ser temible.
Así, pues, aunque los matlazincas despertaron en los
recién llegados un ligero temor, no fue tanto como para obligarlos a dar marcha
atrás, puesto que el cronista nuevamente intervino para decir que, al terminar
esa perorata, “el rey mandó alzar el farol de fuego en alto”, y que habiéndolo
visto desde lejos, Tezozomoctli, que junto con su gente había pasado la noche
escondido en un bosque cercano, azuzó a sus guerreros y arremetió por la parte
opuesta de la ciudad, armando un gran alboroto a base de gritos y muchos
silbidos, casi al mismo tiempo en que por voz de mensajeros, Axayácatl le pidió
al rey de Toluca que se rindiera para que no hubiera tantas muertes entre los
viejos, los niños y las mujeres, ni tanta destrucción en los sembradíos.
Pero los “tolucanos” – como también les nombra el
cronista- no se rindieron, sino que acometieron con tantas fuerzas que en un
primer momento hicieron retroceder a los mexicanos, aunque, reforzados éstos por
sus aliados, volvieron como una avalancha contra sus enemigos y los obligaron a
replegarse.
Para ese rato Axayácatl ya había entrado en calor y peleaba valerosamente, habiendo
capturado, junto con sus ayudantes, a varios de sus enemigos y, viendo que los
matlazincas retrocedían, se lanzó a todo correr en pos de un oficial, sin
percatarse que, agazapado junto a un maguey, estaba precisamente un “gran
capitán de los matlazincas”, que se llamaba Tlicuétzpal, quien, reconociéndolo
por sus atavíos, le salió al paso y “diole una cuchillada en el muslo que casi
le llegó al güeso”. Pero, herido y todo, el valiente muchacho (y monarca
mexica), se abrazó de su atacante y “vinieron ambos al suelo”, luchando a pura
fuerza para atrapar y rendir al contrincante. Pero en eso llegaron hasta ahí
los miembros de la escolta del rey y aunque lo vieron todo enterregado “y con
sus armas llenas de sangre” le ayudaron para levantarse, en tanto que
intentaban sujetar a Tlicuétzpal. Pero éste “como era valeroso indio, con su
espada y rodela en mano se defendió de todos ellos y, aunque mal herido, se les
fue de entre las manos”.
Los mexicanos, a continuación, entraron cegando vidas y
derramando sangre hasta el corazón de la ciudad de Toluca, subieron hasta su
templo y arrebataron de su pedestal o nicho la estatua de “Coltzin”, su máxima deidad, al que representaban, según eso, como
un viejo jorobado que solía habitar en las montañas más altas, como podría ser
el Nevado de Toluca.
LA RENDICIÓN Y EL RECHAZO.
Al ver tamaña carnicería, y no deseando que se extendiera
más, Chimal y algunos de “los indios principales” platicaron entre sí, y
decidieron rendirse ante Axayácatl, estando presente su odiado vecino
Tezozomoctli, quien en los hechos había sido el causante de aquella invasión.
Y añade el cronista que, herido y todo Axayácatl “recibió
alegre y en paz” a Chimal, quedando éste, sin embargo, comprometido a entregar los
tributos y a realizar “la servidumbre que se les mandase”.
La victoria fue, pues, para los mexicas y sus aliados,
aunque cabe precisar que, como dice este cronista y lo corroboran otros más, también
fue dolorosa porque los tolucanos mataron a muchísimos mexicas y aliados.
Pero a nosotros sólo nos queda imaginar que en las ensangrentadas aguas del actual Río Lerma, y
sobre los prados y las breñas de ambas riberas, quedaron flotando o yaciendo cientos
de cuerpos de los dos bandos.
Y ya que hablamos de bandos, cabe mencionar que algunos
de los matlazincas no estuvieron de acuerdo en rendirse y salieron de la ciudad
para irse a refugiar en sus pueblos y en otras partes más lejos, mientras que
los mexicas y sus aliados se organizaban para curar a sus heridos, recoger a
sus muertos y atar de las manos y por los cuellos a sus valiosos cautivos.
CUBRIR DE SANGRE EL SANTUARIO.
Axayácatl ya no pudo caminar y tuvo que ser llevado de
regreso en andas. El viaje duró tres o cuatro días, pero antes de partir, actuando
ya como político, minimizando su herida y las numerosas muertes de sus
soldados, envió un correo a Tlacaélel, para notificarle del “triunfo” que
habían tenido, y para que éste a su vez, se lo comunicara al pueblo.
A estas alturas de su relato, es notorio que el cronista
Durán perdió por momentos su cualidad como “testigo neutral” de los hechos que
le comentaban, pues empezó a mostrar un fuerte rechazo por el modo de ser de
Tlacaélel.
Y es dentro de ese estado de ánimo que informa que, en
cuanto Tlacaélel recibió el reporte de Axayácatl y sus generales, se abstuvo de indicarle al pueblo de
las numerosas bajas que habían tenido y que, en su condición de Cihuacóatl, ordenó las cosas para que la
gente de Tenochtitlan engalanara sus casas y en hora oportuna saliera a recibir
a su “victorioso” monarca. Pero en cuanto los magullados guerreros comenzaron a
llegar y se supo la realidad de las cosas, ya no les quedó más remedio que
tratar de ir a consolar la viudas y ver el modo de aplacar sus ánimos doloridos
y los de sus hijos que, me imagino, en su fuero interno odiaban al viejo,
aunque no se atrevieran a expresarlo por temor a ser también sacrificados de
inmediato.
Me saltaré un buen tramo de lo que corresponde a los numerosos
detalles que de las funestas ceremonias posteriores narró el cronista, pero lo
que sigue “oigámoslo en su propia voz”:
“Tlacaélel se holgó (alegró) mucho en la victoria y mandó que toda la ciudad saliese a recibir con
grandes fiestas al rey y a todos los demás, especialmente a los prisioneros, a
quienes hacían particulares ceremonias como a víctimas consagradas a los
dioses…”
“Acabada, pues, la guerra de los matlazincas, y traída
multitud de los presos a México, llegóse la fiesta de los desollados, y
hablando Tlacaélel al rey dixo: ‘Hijo mío ya veis mis canas y mi vejez,
suplícote no aguardes a más tarde (para) poner las mesas y las piedras de los
sacrificios, pues sabes que se acerca a fiesta del desollamiento de hombres, y
si la dilatas (podría yo) morirme mañana o (cualquier) otro día (cercano), sin
haber tenido el contento de haber gozado de ella. TODO LO CUAL HACÍA EL MALVADO
VIEJO – explicó el cronista- PORQUE (NUNCA) SE VEÍA HARTO DE CARNE HUMANA”.
Me detengo aquí un momento para comentar que, confundido
tal vez por varias informaciones contradictorias, fray Diego cometió el inicial
error de creer (y afirmar) que eran dos piedras de los sacrificios a las que
habría Axayácatl mandar colocar simultáneamente, porque más tarde, él mismo
habría de señalar que la colocación y la “estrena de la Piedra del Sol” sucedió
años después en otras condiciones y circunstancias, aunque en ambos casos hizo
“convocar a todas las provincias” para que le mandaran gentes “para mover semejantes
piedras” y colocarlas “en lo alto del templo”.
La primer piedra, pues, a la que describe como “redonda”,
debió ser “estrenada” en el mes de Tlacaxipehualistli
(entre el 4 al 23 de marzo de 1475), y para hacer de ello una gran fiesta,
dice el cronista que fueron “convidados” todos los jefes y todos los reyes de
las provincias que los mexicas ya tenían bajo su dominio, y que, por sugerencia
de Tlacaélel, fueron convidados también los de las provincias de “los nonoalcas
y cempoaltecas”, cercanas a la costa oriental, “que aún no habían sido
conquistadas”, para que como quien dice vieran lo que les esperaba si no se
disponían a “cooperar”.
Miles de gentes, pues, arribaron a México-Tenochtitlan en
las vísperas de aquella “solemnidad”, llevando todos los mejores productos que
desde sus respectivas tierras pudieron ofrecerle como regalo al rey. “Y llegado
el día de la fiesta, y llegada la hora de los sacrificios, sacaron a todos los
prisioneros (matlatzincas) y pusiéronlos en ringlera (fila) en el lugar de las calaveras”,
adornándolos como era su costumbre hacerlo, Y luego salieron los cuatro
“sacrificadores señalados para aquel oficio: dos caballeros tigre y dos
caballeros águila” (…) “y los cantores sacaron el teponaxtle” y otros
instrumentos, los pusieron en el centro del gran patio, y empezaron a entonar
“los cantares compuestos para la fiesta (…) en alabanza para la nueva piedra”, y se pusieron también
a bailar.
“Sacaron al primer preso, (lo obligaron a subir a lo más
alto del templo), lo desataron de los molledos (bíceps), le ataron un pie a un
agujero que tenía la piedra, y le dieron una rodela (escudo) y una espada de
palo” para que con ella se defendieran de los sacrificadores. Todo eso ante el
entusiasmo del público.
Unos “peleaban” para “alargar un poco más la vida”, pero
otros se dejaban “vencer” para minimizar su angustia y acelerar su muerte… “Y
fueron tantos los que sacrificaron aquella vez, que para que (a los lectores) no
se les haga increíble y piensen que soy un hombre que me precio por escribir
demasías (…) sólo diré que (de tantos muertos) la nación matlatzinca quedó muy
disminuida y apocada”.
Continuará.
Deslumbrados por lo que vieron en Tenochtitlan, los cronistas del siglo XVI soslayaron el estudio y conocimiento del pueblo matlazinca, cuya vida y desarrollo transcurrió en el Valle de Toluca.
Fray Diego Durán trató de ser un cronista neutral que, a
diferencia de otros, no hiciera juicios morales contra los modos de actuar de
los indios, aunque no siempre lo logró.
Aunque esta lámina exhibe una especie de gran carreta
cargando la piedra de los sacrificios, el hecho fue que los mexicas no conocían
la rueda y la tuvieron que arrastrar cientos de esclavos.
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