VISLUMBRES
Preludios de la Conquista
Capítulo 8
Abelardo Ahumada
LOS COMPLEJOS QUE NO ERAN PSICOLÓGICOS.
En 1995 me fue obsequiada la tesis “El arte prehispánico de Colima, y su importancia dentro de las Culturas de Occidente”, y hasta antes de tenerla en mis manos, jamás había oído ni leído algo que hiciera alusión a la existencia de ciertos “complejos culturales” que los autores la misma mencionaban, y que, según ellos, habían sido “establecidos para Colima por el Instituto Nacional de Antropología e Historia”.
Instituto que, según eso, envió en 1980 a unos de sus especialistas para redactar y diseñar “el guion museográfico” del Museo de las Culturas de Occidente “María Ahumada de Gómez” que, como ya se mencionó, en el otoño de ese mismo año fue trasladado desde un rincón del Palacio de Gobierno de Colima a un edificio propio en la Casa de la Cultura. Y, consecuentemente, me surgió la duda de ¿qué podrían ser los “complejos culturales” a los que esos dos postulantes a la Licenciatura en Historia se estaban refiriendo?
De conformidad con lo que al respecto escribieron Jesús Amezcua y Carmen Solorio, y con lo que pude leer después, un “complejo cultural” es un sitio (que pudo ser un pueblo, o una región en la que hubo varios pueblos) en el que sus antiguos habitantes vivieron en alguna época equis, creando y construyendo objetos, edificaciones y creencias propias que no necesariamente fueron hechas y/o aceptadas en otros lugares ni en otros tiempos. Y que por lo mismo pudieron (y pueden) ser identificados como diferentes a otros “complejos”.
En este mismo sentido, hoy puedo afirmar que, aun cuando mi amigo Jesús Amezcua ya no esté para comentárselo, la base para identificar los mencionados complejos culturales de Colima no la estableció el INAH, sino la doctora Isabel Kelly, quien con los recursos que les dije que contaba, no sólo analizó, sino que mandó fechar algunos de los objetos que encontró en La Capacha y El Chanal; otros que localizó muy cerca de “El Pueblo Blanco de Comala”; otros más que descubrió al oriente de la ciudad de Colima (en el potrero de El Moralete); junto con otros más, procedentes de la barranquilla del arroyo que pasa entre Las Guásimas y Los Ortices, al sur del municipio de Colima; y de un último “paquete” que se recogió en predios que fueron de la ex hacienda de Periquillos, muy cerca del Río Armería.
Al someter todas esas piezas a un análisis comparativo, y al hacerlas fechar, mediante la aplicación del famoso método del Carbono 14, los resultados fueron de doble carácter: puesto que se reveló que, aparte de que las piezas estudiadas tenían diferentes estilos y técnicas de fabricación, los sitios de donde fueron extraídas tuvieron diferentes temporalidades. De tal modo que las más antiguas podrían ser ubicadas hace casi 3000, y las más recientes en 500. Todo ello sin dejar de observar que unos sitios estaban más evolucionados que otros, y que hubo al menos dos que parecen haber sufrido un notable retroceso, debido a causas que aún no han podido ser identificadas.
LA ARQUEOLOGÍA DEL “LLANO GRANDE”.
Sobre todos esos aspectos habla la doctora Isabel Kelly en los primeros capítulos de su libro “Secuencia cerámica de Colima: Capacha, una fase temprana”, que le publicó en 1980 la Universidad de Tucson, Arizona, y que en Colima tradujo Ernesto Terríquez entre 2001 y 2002.
Pero antes de remitirnos a lo que en esas páginas dice, conviene saber que cuando la brillante egresada de la Universidad de Berkeley vino por primera vez a esta región, hacia finales de los años 30as (y a sugerencia o invitación, como ya dijimos, de Carl Sauer, jefe del Departamento de Geografía de dicha Universidad), no vino a estudiar “la muy rica arqueología” colimota a la que se refirió su maestro en su libro “Colima de la Nueva España en el Siglo XVI”, sino a estudiar la arqueología del Sur de Jalisco, y que, si pasó por Colima entonces, no fue para quedarse allí, sino porque, como no había en la época carreteras para ir desde Guadalajara hasta el Sur de Jalisco, era más fácil viajar por tren desde Guadalajara a Colima, e irse después por brecha (o vereda) desde Colima hasta Zapotitlán, Tolimán y otros pueblos vecinos.
En ese sentido, pues, y para precisar bien los datos, en su primera etapa de estudio en nuestra región, la doctora Kelly estuvo explorando la misma área que posteriormente haría mundialmente famosa el escritor Juan Rulfo.
Me refiero, por supuesto, al llamado “Llano Grande”, que queda al noroeste de Colima y al Sur de Jalisco, y que entre otras microrregiones abarca los pueblos de Apulco, El Limón, Tonaya, Tuxcacuesco, Tolimán, San Gabriel y Zapotitlán, entre otros.
Como resultado de ese trabajo, la estudiosa publicó, en 1949, y casi para consumo interno de los especialistas en esos temas, dos folletos con un título general: “The archaeology of Autlán-Tuxcacuesco Area of Jalisco”.
Folletos del que el segundo se subtitula: “The Tuxcacuesco-Zapotitlán zone”. Que es, en todo caso, al que me quiero referir, no sólo porque la vecindad que tiene esa zona con los municipios colimotes de Comala y Minatitlán, sino porque existe una muy antigua tradición en el sentido de que todos esos pueblos algún día formaron parte del equívocamente llamado “Reino de Coliman”, y al que otros historiadores prefieren llamar “El Señorío de Coliman”.
De conformidad con lo que dichos folletos señalan, tenemos pues que, antes de trabajar los “complejos culturales” del actual territorio colimote, Kelly estudió (insisto que siguiendo a Carl Sauer) dos áreas de las que mucho se habla en los documentos regionales del siglo XVI: la Provincia de Milpa (Autlán y sus alrededores), y la parte oriental de la Provincia de Amula (Zapotitlán, Tolimán y anexas), encontrándose con que en varios espacios de las riberas de los ríos Ayuquila y Tuxcacuesco (que cerca de San Pedro se unen para formar el Río Grande (o Armería) había numerosos vestigios de la presencia de antiguos seres humanos. Y con que había un gran número de sitios cuyos nombres evidenciaban, igual, muchos siglos de antigüedad.
No puedo detenerme demasiado en esto porque no quiero aburrir a los lectores con una gran cantidad de detalles. Pero sí quiero señalar que toda esa hermosa zona es, todavía hoy, recorrida cada año, entre febrero y mayo, por varios cientos de personas que, saliendo desde los municipios de Comala, Colima, Cuauhtémoc, Coquimatlán y Villa de Álvarez, van peregrinando a Talpa, Jalisco.
Peregrinos que, sin saber de lo que aquí estamos hablando, realizan sus extenuantes caminatas, casi por las mismas veredas que hollaron los pies de nuestros antepasados indígenas.
Veredas que no son sino la reminiscencia de otras que, con toda probabilidad, abrieron y recorrieron las tribus nahuatlacas, como lo comenté (o insinué) en los capítulos anteriores.
En el mapa que anexo a este capítulo (y que viene en el libro de la doctora Kelly) se mencionan muchos de esos nombres, y no tiene caso que los repita. Pero quiero concluir este punto con algo que para ella fue esencial: que en esa zona existieron tres “complejos culturales” identificados e identificables: El “Complejo Tuxcacuesco”, el “Complejo Coralillo” y el “Complejo Tolimán”. A los que ella pudo identificar luego de haber realizado numerosas, aunque pequeñas excavaciones no sólo en las inmediaciones de esos pueblos, sino en rancherías y ex haciendas que todos “los talpeños” que seguimos esa ruta conocemos.
Me refiero a: El Reparito, La Mezcalera, Chachahuatlán, Paso Real, San Pedro, Teutlán, Mazatlán (o Mazatán), Apulco y Copala, entre otros.
La lista final de sitios explorados por Kelly en toda esta región suma 113 nombres. Y la mayoría de ellos con evidencias de antigua población prehispánica. ¿Qué nos quiere decir eso?
DOS CARTAS SIMPÁTICAS Y REVELADORAS.
El problema que se tuvo con toda esta información es que, como lo acabo de mencionar, los folletos de la doctora Kelly, reproducidos por la imprenta de su propia universidad, eran, más bien, sus informes de trabajo, y se quedaron allá, a disposición, tal vez, de unos, pocos, especialistas. Por lo que, o no llegaron a México (y menos a Jalisco y Colima), o nadie de por acá los leyó entonces.
A propósito de esto último, quiero comentar que, hace unos cinco años, invité a unos amigos de Colima a ir a recorrer un tramo del Río Grande, desde el “Paso de Alseseca” hasta “El Espinazo del Diablo”, con el propósito de mostrarles una parte del camino prehispánico al que he venido haciendo referencia.
En el transcurso de la charla, y cuando precisamente nos encontrábamos en lo alto del “Espinazo del Diablo”, viendo a un hermoso valle formado por las antiguas crecientes del río, el nombre de la doctora Kelly salió a relucir y, para mi sorpresa, mi amigo, Manolo Ruiz Corona, me platicó que la antropóloga y su mamá, doña María Corona Navarro, quien antes de casarse vivía en Zapotitlán, Jal., llegaron a ser buenas amigas, y que él conservaba dos cartas que la académica envió a ella.
Entusiasmado le pedí que me las mostrara, y unos días más tarde, muy amablemente, me las facilitó para escanearlas. La primera es del 29 de junio de 1942, y la segunda de 11 de agosto del mismo año. Ambas enviadas a María Corona desde Tlaquepaque, Jal., en donde por esos días la doctora estaba trabajando en la revisión de sus materiales y en la redacción de sus apuntes.
En la primera, luego de dirigirse a ella como su “muy apreciable amiguita”, le dice: “Ayer [me] llegó su atenta carta, y junto con ella el plano tan precioso. Estoy infinitamente agradecida, pues el plano lleva muchos datos interesantes para mis estudios […] Quisiera que le preguntara al señor profesor [que lo dibujó] qué tanto es, para arreglarle de una vez la cuenta […]
“Por ahorita, no voy a escribir más porque está ya para llover Y TENEMOS QUE METER A LA BODEGA UNOS TEPALCATES QUE ESTÁN AFUERA EN EL PATIO […]
“Dios sabe cuándo voy a poder regresar a Zapotitlán. [Porque] por cuestión de la guerra (se refería a la Segunda Guerra Mundial, que acababa de iniciar. Nota de A. A.) ya no me mandan muchos centavos para el trabajo; este año pienso quedarme en la casa escribiendo informes en vez de andar en el campo juntando datos”.
En la segunda carta, después de reclamarle a la señorita Corona que no se haya decidido a cumplir su promesa de ir a visitarla, le comenta que la víspera le escribió a la viuda de don Basilio Vadillo, porque “en Zapotitlán me dijeron que […] fácilmente entre los documentos de su esposo” podría haber algo “del archivo de Zapotitlán”.
Y, ya casi para terminar, le dice algo relacionado con el tema que venimos abordando: “TODAVÍA ESTOY TRABAJANDO EN EL INFORME DE TUXCACUESCO-ZAPOTITLÁN, Y ESPERO ACABAR CON ÉL EL MES ENTRANTE. El plano y los datos que Usted me mandó con tanta amabilidad me ayudan muchísimo”.
Y ya, por último, le envía sus saludos a ella y a su familia.
KELLY EN COLIMA.
Vistos todos esos antecedentes, y sabiendo que fue a causa de la guerra por la que se redujeron sus fondos y decidió quedarse todo ese año (y parte de 1943) “en casa escribiendo informes”, hay, afortunadamente otros apuntes suyos que nos dicen que sí trabajó en Colima durante las temporadas de 1944-1945, y 1945-1946. Pero ¿qué fue lo que la motivó a “bajar” del Sur de Jalisco hasta las costas del vecino estado?
Yo ya había dicho que si diéramos por verdadero el dato de que “los toltecas fundaron […] Chimalhuacan-Atenco (junto al Río Ayuquila, en el estado de Jalisco) en 622; y Tóchpan (donde hoy es la capital de Colima) en 627”, tendríamos que asumir que, al menos en ese tramo de nuestra región tuvo que haber un camino que siguieron ellos, y luego las demás tribus nahuatlacas, en sus respectivas “peregrinaciones”. Y que, los descendientes de los toltecas que se quedaron en dichos pueblos, más tarde fundaron otros. Siendo prueba de ello los nombres autóctonos de no pocos de esos lugares, no obstante que a la fecha carezcan de población indígena.
Colateralmente, en uno de los capítulos iniciales les mencioné que el padre Florentino Vázquez Lara hablaba de que, en la metódica y muy paciente revisión que hizo de los archivos parroquiales de los pueblos que hoy forman parte del Obispado de Colima (y de los que varios de ellos pertenecen, en lo civil, al estado de Jalisco), encontró numerosas notas que hacían referencia a un camino prehispánico que, pasando precisamente por Autlán, Tuxcacuesco, Tolimán y Zapotitlán, bajaba hacia Colima por Mazatán y Comala.
Dato que, según creo, no debió de haberle pasado desapercibido ni a Carl Sauer, ni a la doctora Kelly, la que en su estudio sobre Tuxcacuesco-Zapotitlán, varias veces nombra un antiguo documento del siglo XVI que se conoce como “La Suma de Visitas”, y que, abarcando pueblos de lo que fue la mencionada Provincia de Amula, “bajaba” luego, también, hasta Colima.
Y, al realizar ella (o sus ayudantes), por otra parte, los mapas de los sitios en que trabajó, constantemente hacen referencia a la frontera interestatal. Por lo que, deducimos, le pareció obligado continuar sus estudios en Colima. Como lo veremos, Dios mediante, al revisar el libro que hizo sobre sus hallazgos en La Capacha.
1. Cuando a la doctora Kelly le tocó estudiar El Chanal, todavía existían numerosas piezas arqueológicas a su disposición, que le fueron ofrecidas a la compra por “los moneros”.
2. La gran novedad para la doctora, la constituyó el hallazgo, junto a la hacienda de La Capacha, de unas “piezas únicas” que no había visto jamás.
3. Antes de venir, sin embargo, a Colima, la doctora Kelly, estudió numerosos sitios de la zona de Tuxcacuesco-Zapotitlán.
4. Éste es, poco más o menos, el antiguo camino prehispánico al que he venido haciendo referencia. Algunos “talpeños” colimenses lo cruzan cada año sin saber de su antigüedad.
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