VISLUMBRESCapítulo 6Abelardo AhumadaUN ENIGMA EN PUERTA.
Hasta este momento hemos dicho que, “de conformidad con antiguos códices […] se puede concluir con que una buena parte de los pueblos que habitaron en la región circundante a los Volcanes de Colima eran descendientes de los toltecas”, y que, de ser cierto eso: “Xalisco (en el actual Nayarit), habría sido fundado por dicha tribu migrante en 618 de nuestra era; Chimalhuacan-Atenco (junto al Río Ayuquila, en el estado de Jalisco) en 622; Tóchpan (donde hoy es la capital de Colima) en 627; Zacatula (junto al Río Balsas, en Guerrero) en 625; y Tula (en Hidalgo) en 713”. Lo que nos daría a entender dos cosas: por un lado, la idea de que hubo (o tuvo que haber,) en donde hoy es Colima, una población prehispánica que, aun cuando no haya sido tan notable como lo fue Tula, no de debió de ser tan insignificante. Y, por otro, la idea de que los verdaderos fundadores del sitio en donde hoy está enclavada la ciudad de Colima no fueron unos españoles, en 1523, sino algunos toltecas encabezados por uno que se llamaba “Mazátzin”, como lo precisa el códice de referencia, aproximadamente unos 896 años antes. Pero ¿hay modo de probar lo uno y lo otro?
Mi respuesta es que, según el cúmulo de datos que aportan las diversas fuentes, y los vestigios arqueológicos ya encontrados, sí se pueden probar ambos detalles. Por lo que lo tendremos ahora que intentar…
Si nos atenemos a lo que otros códices que mencioné afirman, y aceptamos como un hecho histórico el movimiento migratorio de las “tribus nahuatlacas”, tendríamos que considerar que éste habría iniciado con los toltecas y terminando con los aztecas o mexicas, en un lapso de casi 800 años. Y que, a ninguna de esas tribus la debió de resultar muy fácil realizar ese trayecto, no sólo porque era muy dificultoso ir satisfaciendo sus necesidades de cobijo, alimentación, bebida y demás, sino porque, como muchas de esas áreas ya habían sido pobladas por otras desconocidas tribus desde varios siglos atrás, varias veces tuvieron que enfrentarlas, porque se resistían a dejarlas pasar si más. Pero, ¿quiénes eran esas otras tribus y cómo se puede llegar a saber que en efecto existieron en toda esta amplia región?
CUANDO LOS DATOS ARQUEOLÓGICOS VIENEN A COMPLEMENTAR LO QUE LA HISTORIA NO EXPLICA. –
A primera vista, o, de entrada, sólo les puedo decir que algunas de esas iniciales tribus debieron de haber sido otomíes y chichimecas semisalvajes, que posteriormente, con el paso de los siglos, y con el contacto con otros pueblos más civilizados, como los teotihuacanos, debieron también de evolucionar.
Pero como esto sí es muy difícil de probar, y lo que dicen los códices al respecto no nos da suficiente luz para explicarlo, necesitamos que los arqueólogos nos brinden los interesantes datos que, con paciencia y esfuerzo han logrado extraer de la exploración y del estudio de los abundantes (y diferentes) vestigios que afortunadamente han sido localizados en donde hoy son los estados de Nayarit, Jalisco y Colima.
Hasta hace unos 50 años eran muy pocos, sin embargo, los arqueólogos que habían estudiado lo que bien llaman “el Occidente de México”, y no disponemos, por ende, de mucha información que provenga de aquellos tiempos. Pero como se dio el caso de que poco a poco comenzaron a realizarse algunos estudios, no tardó mucho en que, aun fragmentada, empezó a haber cierta información que les empezó a dar a ellos (y después a nosotros) algunas señales más o menos claras de cómo vivieron todos esos pueblos; de cuáles eran sus comportamientos productivos, bélicos, sociales o religiosos; de qué espacios preferían para vivir, y en qué coincidían o no, y desde cuándo y hasta dónde tuvieron sus áreas de influencia. Y a eso nos vamos a referir.
Pero para no enredar el asunto, y acercarnos cada vez más a la parte histórica de nuestra tierra, quiero hacer mención de que, en la página 199 del primer tomo de la “Historia de Jalisco”, que en 1980 patrocinaron el Gobierno de aquella entidad y el Instituto Nacional de Antropología e Historia, y que se refiere “a los tiempos prehistóricos” de la mencionada región, dice que, “estudios recientes (que se habían hecho durante la década anterior) señalan que el sector Teuchitlán-Tala, marca el punto donde empezaron a desarrollarse complejos arquitectónicos de montículos hasta cierto límite bajos”. Y continúa diciendo en la 200 que “por lo demás, EN COLIMA Y NAYARIT NADA SEMEJANTE SE CONOCE, Y [QUE] EL CONSENSO GENERAL ACEPTA QUE EL OCCIDENTE CARECIÓ DE ARQUITECTURA MONUMENTAL EN SU PERÍODO CORRESPONDIENTE AL CLÁSICO TRADICIONAL”. Período al que el INAH ubica entre los 200 y los 900 años después de Cristo, según una cronología que aparece en un “número especial” que la revista “Arqueología Mexicana” (órgano oficial del mencionado instituto) dedicó a Los Aztecas en abril de 2003.
Pero ¿tenía razón el equipo de arqueólogos e historiadores que suscribió semejante afirmación?
Desde mi perspectiva, en aquel tiempo, y en aquellas circunstancias, ese respetable equipo de investigadores sí tenía razón y no estaba mintiendo. Pero lo que pasó entonces era que ellos NO PODÍAN SABER, por ejemplo, QUE CERCA DE COLIMA ESTABA UNA CIUDAD SEPULTADA, de la que nadie tenía conocimiento, y que no se debe de confundir con otra, que se localizó en El Chanal, aunque a la postre, se le haya podido ubicar a menos de cinco kilómetros de allí.
La ciudad sepultada a la que me refiero no es otra más que la que descubrieron hace relativamente muy poco en un predio rústico que tradicionalmente fue conocido como “El Potrero de la Campana”, situado a kilómetro y medio en línea recta del centro de la ciudad de Villa de Álvarez.
Ciudad sepultada a la que sin embargo, y por razones que más tarde expondré, no me voy a referir ahorita; porque, para que queden las cosas más claras, voy a referirme primero a El Chanal, no obstante haber sido la otra muchísimo más antigua que ésta.
Así que, violentando un poco el orden cronológico que suele usarse para contar la historia, con el permiso de los amables lectores, iniciaré esta parte de mi relato exponiendo una…
BREVE HISTORIA DE “EL CHANAL” Y DEL SAQUEO ARQUEOLÓGICO.
El Chanal fue (a principios del siglo pasado) uno de los muchos ranchos en que se hallaba distribuida la población rural del municipio de Colima, y que, tras concluir la Rebelión Cristera, en los años 30as se comenzó a convertir en una ranchería con el advenimiento de unas familias procedentes de Tecalitlán, Jal., y Los Alcaraces, Col; mismos que, al excavar los zanjones donde fincarían sus casas, extrañados se fueron hallando piedras labradas, vasijas, utensilios y figuras de barro y piedra.
La noticia de tales hallazgos llegó pronto a Colima, donde, curiosos como eran, el profesor Aniceto Castellanos y el doctor Miguel Galindo, empezaron a preguntarse qué habría allí antes de que los nuevos pobladores de El Chanal se avecindaran en el lugar. Y no tardaron demasiado en ir hacia allá, acompañados (como señores de avanzada edad que ya eran) por otras personas más jóvenes, que les ayudaron a desmalezar algunos espacios, para poder explorar, de manera totalmente “lírica” (o sin experiencia), como dirían algunos, unos singulares montículos cubiertos de tierra, zacate y árboles alrededor de los ranchos, situados en su mayoría, en la banda oriental del Río Colima, del que tomaban el agua que necesitaban.
En diferentes charlas que ambos personajes tuvieron con los campesinos de El Chanal, supieron que, a veces, mientras estaban arando los campos, se habían encontrado algunos interesantes “monos”. Como les decía la gente sencilla del campo a las figurillas y estatuillas de piedra y barro que de tanto en tanto iban apareciendo en el rumbo.
Y como las conversaciones siguieron, no faltó quién le informara también que no sólo en la banda Este del Río Colima había ese tipo de lomas de base más o menos cuadrada o rectangular, sino que en la banda Oeste había varias más, y en las igualmente solían encontrarse, “a flor de tierra”, pedazos de ollas, comales, metates y “monos”, que ellos creían que habían hecho otros rancheros que habían vivido mucho tiempo antes.
Fundados en esos hechos, y habiendo hallado y conseguido algunas interesantes piezas, el doctor y el profesor reunieron a sus improvisados ayudantes y organizaron la “Sociedad de Exploraciones y Estudios Arqueológicos de Colima” (SEEAC). Misma que, con las piezas que habían logrado reunir, se decidieron a fundar el primer Museo Regional que hubo en Colima, y que según testimonios de personas que aún viven, y a las que entrevisté, estuvo en el interior de lo que fue el antiguo Hospital Civil de Colima, que más tarde se convirtió en segundo edificio de la Universidad de Colima, y hoy es el Instituto Universitario de Bellas Artes.
Pero como los integrantes de la SEEAC admitieron humildemente que carecían de la formación necesaria para entender y explicar casi todo lo concerniente a esas piezas, en 1939 se decidieron a vincular con quienes pudieran saber más de eso, y, valiéndose de “ciertas palancas”, lograron entrevistarse con algún personal de la SEP, y lograron que viniera a nuestra entidad el primer arqueólogo profesional, Roque Ceballos, quien hizo, casi a vuelo de pájaro, la primera exploración, digamos científica, de algunos de los más notables promontorios (que se advertían como artificiales) y que estaban diseminados en ambas riberas del Río Colima, llegando a la conclusión de que, justo donde se hallaba (todavía muy dispersa) la ranchería de El Chanal, había existido ¡una ciudad prehispánica!
Al referirse a ese tema, ya en pleno siglo XXI, la arqueóloga María de los Ángeles Olay Barrientos, a la que ya le tocó trabajar allí como tal, publicó en 2004 un amplio libro al que tituló: “El Chanal, Colima, Lugar en que habitan los custodios del agua”, que contiene los resultados y observaciones de sus estudios, y que, en uno de sus primeros capítulos dice:
“El escueto informe enviado por [Roque] Ceballos al director del INAH da cuenta de los resultados obtenidos ante el gobernador [Pedro Torres Ortiz], para la creación del mencionado museo; señala algunos sitios arqueológicos que deberían ser incluidos en el Mapa Arqueológico de la República, y [entre otras cuestiones] anota que los personajes que lo guiaron [en el sitio] fueron el profesor Aniceto Castellanos, el doctor Miguel Galindo y el señor Leopoldo Baumbach, administrador de la hacienda La Albarradita”.
En 1944, cinco años después de la venida de Roque Ceballos a Colima, vino su colega Vladimiro Rosado Ojeda, quien al parecer ya tuvo más tiempo para estudiar el sitio, habiendo descubierto en ese lapso, la pirámide principal de El Chanal, cuya escalinata contenía al menos una amplia una grada cubierta con piedras cuadradas que contenían diversos jeroglifos que él mismo trató de interpretar. Atribuyéndoles cierta influencia tarasca.
Pero lo más importante que vio y expuso en su informe, creo que fue lo siguiente: “La zona de El Chanal comprende más o menos un área de dos kilómetros de extensión. El terreno es muy irregular. Está materialmente cubierto de montículos por explorar técnicamente. TENGO LA IMPRESIÓN DE QUE SE TRATA DE UNA DE LAS ZONAS ARQUEOLÓGICAS MÁS IMPORTANTES DEL OCCIDENTE DE MÉXICO”.
Pero ¿qué creen? Nadie fuera de Colima le hizo caso, pero, por otro lado, en ese tiempo se puso de moda (en México y en el extranjero) el coleccionar toda clase de piezas arqueológicas. Así que, ignorando el valor que tenían dichas piezas para el conocimiento de nuestro devenir histórico, y guiándose únicamente por el valor económico inmediato que podría para ellos representar, no pocos de nuestros paisanos de aquella época se dedicaron a “buscar monos”, no sólo en los alrededores de los montículos de El Chanal, sino en cuantas partes les fue posible detectar la existencia de antiguos cementerios prehispánicos, saqueándolos sin consideración alguna.
Logrando extraer, de numerosas tumbas de tiro verdaderas joyas del arte prehispánico que, por ser “de contrabando”, malbarataron a los compradores que a su vez las vendieron en miles de pesos a grandes coleccionistas particulares, e, incluso, a representantes mañosos (y corruptos) de algunos de los más famosos museos del mundo.
El saqueo de los sitios arqueológicos se recrudeció (no sólo en Colima, sino en Jalisco, en Nayarit y México en general) durante las tres décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial, pero todo ello sirvió para que, en el área de nuestro análisis, a pesar de que en muchos casos ya no se supo de dónde fue sacada cada una de las piezas cerámicas, los estudiosos comenzaran a percibir ciertas similitudes y diferencias entre todas las que podían observar, detectando que había, por decirlo así, diferentes estilos para manufacturarlas y para colorearlas.
Encontrándose, por otra parte, a partir de que se comenzó a utilizar el proceso de medición de las radiaciones del famoso “Carbono 14”, con la existencia de diversos sitios arqueológicos con diferente temporalidad en toda esa vasta región, ubicando al estado de Colima como uno de sus focos de interés.
El Chanal, pues, fue terriblemente saqueado, y lo que es peor, hubo un tiempo en el que, revelando igual (o mayor ignorancia) que los violadores de tumbas arqueológicas, los ayuntamientos de Colima y Villa de Álvarez utilizaron a esas “lomas” (que en realidad eran pirámides cubiertas de tierra) para ir a extraer las piedras de río con que estaban cubiertas, y dedicarlas a empedrar algunas de las calles de ambas poblaciones.
El daño fue muy grande, pero como era muy extenso el sitio, una buena parte se conservó, y empezó a ser estudiada. Pero de todo eso les comentaré después.
A raíz de que los toltecas pasaron por el área y fundaron al menos un pueblo suyo, sus sucesores se fueron desparramando y fundaron muchos otros más.
Lo que los primeros arqueólogos que estudiaron la región no podían saber es que en Colima había una ciudad prehispánica sepultada.
Los primeros trabajos de “arqueología científica” sirvieron para descubrir la pirámide más grande de El Chanal.
Estudios muchísimo más recientes que se han hecho en el sitio han revelado otras interesantes estructuras que asimismo agregan otra información.
Entre miles de figuras que los arqueólogos y los terribles “moneros” han logrado extraer de la tierra, hay muchas que denotan sutileza, finura e incluso muy buen humor. Como ésta.
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