sábado, 14 de diciembre de 2019

Los Cristeros del Volcán de Colima, Dramas de Ejutla, Martirio de Adoratrices y el Párroco Aguilar.

LOS CRISTEROS DEL VOLCÁN DE COLIMA
Crecen y se multiplican los mártires
Spectador libro 5 capitulo 6 inicia
Los horripilantes dramas de Ejutla. 
El martirio de las adoratrices. 
El santo párroco Aguilar.

EJUTLA
Pocos días después tocó al apacible pueblo de Ejutla, Jal., contemplar escenas más horribles aún.
Ejutla es un pueblo humilde colocado entre altas montañas que lo aprisionan. Eclesiásticamente pertenecía a la Diócesis de Colima, y civilmente, al Estado de Jalisco. Al escribir este tema pertenecía a la Diócesis de Autlán. Sus moradores son de espíritu muy cristiano. Entre éstos y los de las rancherías que existían en las faldas del Volcán de Fuego y del Nevado, puede decirse que casi no había diferencia en cuanto a la pureza de vida, pero sí en cuanto a instrucción, pues Ejutla fue, no hace aún muchos años, el centro de cultura de la región. 
Hubo allí un Seminario que dio muchos y dignos sacerdotes a la Diócesis de Colima, un Colegio para niñas que era el mejor en más de setenta kilómetros a la redonda, y un convento de Adoratrices del Santísimo Sacramento, que existe aún en los tiempos actuales.
Era el jueves 27 del mismo octubre: la mañana estaba limpia, el cielo azul, el viento se agitaba frío, como presagio del cercano invierno. Contrastando con la hermosura del día, la angustia se reflejaba en los semblantes; de boca en boca circulaba la noticia de que se aproximaban los soldados callistas y todos temblaban de zozobra. En efecto, serían las 11 de la mañana cuando se vio avanzar por el sureste una columna de federales a cargo del general callista Juan B. Izaguirre.
LA INVASION
Cuando los cristianos habitantes del lugar se cercioraron de la realidad del peligro, dejando casas y posesiones huyeron en gran parte a las montañas, para refugiarse entre las malezas, en los barrancos o en las entrañas de las cuevas.
Cuando llegaron las fuerzas callistas del general Izaguirre, ocuparon el poblado y lograron aprehender a muchos de los que huían.
Una de las primeras casas que invadió la soldadesca fue el Convento de las Adoratrices, cuya Superiora, la Reverenda Madre María de los Remedios, estaba enferma de gravedad. Para aquellas santas mujeres el atropello fue terrible: en un momento quedó su casa llena de soldados: templo, azoteas, celdas, corredores, escuela, jardines, huertas. Luego, el estruendo de los muebles que los soldados destrozaban y echaban por puertas y ventanas; los hachazos con que eran derribadas las puertas, los gritos incoherentes y las palabrotas soeces de aquellos vándalos; el ruido de las espuelas sobre tarimas y encementados; pero, en medio de todo, la Mano Omnipotente de Dios protegiendo a sus esposas de una profanación. Las religiosas estaban lívidas de angustia.
LA SALIDA DOLOROSA
Eran como las seis de la tarde cuando el general callista Izaguirre ordenó que las Adoratrices abandonaran su casa, y, en pequeños grupos, principiaron a salir. ¿A dónde irían? Sólo Dios lo sabía. Sin techos, sin alimentos, sin dinero y hasta sin abrigos. Muchas usaban el delantal a guisa de chal o bufanda. Pálidas, con el dolor pintado en el semblante, cabizbajas unas,
otras con los ojos elevados al cielo, iban a donde la Providencia las llevase: el Señor Omnipotente que las había librado del hálito emponzoñado de la soldadesca, no las abandonaría jamás. Sólo quedaron en la casa, la Superiora enferma, y algunas de las hermanas religiosas, para hacerle compañía, pero carecían de todo alimento para sí y para la venerable paciente.
CONTINUARÁ CON EL TEMA DE; “SALVEMOS LA SAGRADA EUCARISTIA”



























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