LOS CRISTEROS DEL VOLCÁN DE COLIMA
Crónica de agosto a los primeros de diciembre de 1927
EL ARRESTO DEL JOVEN TOMÁS DE LA MORA
Viene de la edición anterior
Dos semanas más tarde, el sábado 27 de agosto, habiendo descubierto los perseguidores que él tenía algunas relaciones con los cristeros, fue aprehendido en su propia casa, mientras estaba jugando con sus hermanitos menores.
En verdad, Tomás, así como todo buen católico durante aquellos días, no podía menos que aprobar y alabar la conducta heroica de los que por la Causa de Cristo formaban el Ejército Cristero. El, de buena gana hubiese tomado las armas, como muchos de sus amigos y compañeros; pero no pudiendo hacer esto por muchas circunstancias, entre otras por su salud bastante delicada, les ayudaba desde la ciudad en lo que a él era dable, les alentaba con frecuentes cartas encendidas en fe y entusiasmo, les felicitaba en sus triunfos, los consolaba en sus penas que él conocía perfectamente y no dejaba pasar ocasión propicia, sin que les mandase una palabra siquiera que inflamase su valor.
Desde el principio del Movimiento Cristero, no habiendo sido posible que José Ray Navarro quedase en la ciudad como él y Dionisio Eduardo Ochoa lo proyectaban, Tomás de la Mora fue autorizado para representar en Colima, como jefe civil, al jefe militar Ochoa, en todo lo que fuese menester, principalmente en lo relativo a suministrar noticias y proveer a los soldados libertadores de lo que para ellos era dable conseguir, sea con dinero, ropa o municiones. Con toda entereza cristiana, al ver invadida su casa por los soldados callistas, dijo:
- Si a mí me buscan ustedes, aquí estoy; yo solo soy el responsable de todo; no quieran perjudicar a mi papá. Sin embargo, según se dice, a pesar de aquella virilidad heroica, fue oprimido algunos momentos por la humana debilidad, y con angustia dijo a su madre: - ¡Mamá, me van a matar! ... -y su rostro, ya habitualmente pálido, se cubrió de mayor palidez. Su madre lo tomó entonces de la mano y le acompañó en medio de la turba de soldados que le conducían de aquí para allá, registrando todo, en su afán de descubrir lo que hubiese de comprometedor. Cuando estuvo cerca de su cama, tomó el joven la medalla de su querida Congregación Mariana, de la cual era, no sólo piadoso miembro, sino durante aquel año, el Prefecto mismo; la besó y, con grande afecto, la colgó a su pecho.
Pasados estos primeros momentos de zozobra, recobró su valor heroico y ya no dio muestra alguna de temor. De su casa fue conducido al ex Seminario, convertido a la sazón en cuartel, donde, lleno de santa alegría porque se cumplían sus deseos de ser mártir de Cristo, prorrumpía con frecuencia en exclamaciones de agradecimiento y alabanza a Dios.
- Esta es la casa -decía- donde juré ser fiel a Jesucristo; aquí le prometimos a Cristo morir primero que verle desterrado de México.
Este cuartel -antiguo edificio del Seminario Diocesano- estaba en el lugar que hoy ocupa la escuela Gregorio Torres Quintero, en cruzamiento de calles Guerrero y 27 de Septiembre.
Continuará con EL INTERROGATORIO.
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