lunes, 13 de noviembre de 2017

Los Cristeros del Volcán de Colima, Fatal Sorpresa

LOS CRISTEROS DEL VOLCÁN DE COLIMACrónica del 27 de abril a los primeros de agosto de 1927Viene de la edición anteriorLA FATAL SORPRESA

Ya la vanguardia había llegado al final de la carretera; un cristero se había bajado de su caballo para abrir otra puerta que existe al principiar a bajar la barranca, en cuyo fondo corre el río de Tuxpan, que habían de atravesar por un puente, y la vía del ferrocarril, que va casi paralela al río. Ahí está la estación de Villegas.
De pronto e inesperadamente, se oye un tiro; al instante, un segundo, y un momento después, era una lluvia de balas: los libertadores habían caído en una emboscada.
Se quiso organizar la defensa, pero era imposible: los cristeros estaban en medio del ancho camino, completamente al descubierto, sin defensa ninguna y bañados por la luz de la luna llena. En cambio, los enemigos estaban afortinados tras la cerca de piedra y en los riscos de la montaña, defendidos por la obscuridad de la maleza, y de ellos no se veía otra cosa que los continuos fogonazos rojizos de sus descargas. Hubo por tanto que retroceder y, en su carrera precipitada y tumultuosa, los libertadores formaron una masa compacta que llenaba totalmente el camino.
Ahí debió de haber un milagro: un ciego, apostado al lado de aquel amplio sendero, como lo estaban los enemigos, hubiera hecho blanco en cada descarga, pues para hacer víctimas en aquella ocasión, no se necesitaba ninguna puntería. Más aún, al llegar a la pesada puerta de la entrada, la multitud se agolpó como efecto de su carrera tumultuosa y, con el enemigo a la espalda, teniendo, forzosamente, que hacer alto, pues difícilmente, en aquellas circunstancias, se logró abrirla y pasar adelante.
Por fin, gracias a la Providencia, se logró salir de la terrible boca de lobo en que se había caído. Menos mal que los callistas no continuaron la persecución.
Con mayor agotamiento aún, tomó de nuevo y con inmenso desaliento, aquella columna de libertadores el camino hacia el Volcán, desandando lo que horas antes habían recorrido.
Cuando empezaba ya a amanecer, cuando el ancho disco de la luna se ocultaba frente a ellos, allá entre los pinos de la montaña, llegaron los libertadores al Ojo de Agua, pequeña ranchería que había existido a inmediaciones de donde había sido Caucentla. Se hizo alto un momento y luego se continuó hacia el abrupto recodo de la montaña, tras la hacienda de San Marcos, donde en mejores días estuvo la ranchería de El Durazno. Allí creyeron los cristeros estar seguros para poder descansar un poco y en buenas posiciones para resistir si era necesario; allí también resolverían lo que había de hacerse en tan difíciles circunstancias.
Ya de día, se pasó revista ¿Cuántos libertadores habían muerto aquella noche? ¡ninguno; ningún herido siquiera! Solamente algunos sombreros resultaron agujerados. Todos decíamos alabando y bendiciendo a Dios: ¡Milagro! ¡Milagro!




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