lunes, 30 de noviembre de 2015

"Minga Ramirez La del Mercado Pancho Villa", Relatos y Leyendas del Comala de Ayer


Transcurría el año 1978 y siendo Administrador del Mercado “Francisco Villa”, en la ciudad de Colima, sucedió el hecho que se relata.
El mercado referido era el más pequeño de los existentes en toda la ciudad y la mayoría de locatarios o empleados eran originarios de Comala o tenían relaciones familiares o de estrecha amistad con personas del lugar, entre algunos que recuerdo mencionaré a Vicente Zamora Salcedo, Leonor Valencia Rojas, Eliseo Díaz Sánchez, Ma. Dolores Valencia Godínez, Elodia  y Ma. Concepción Rolón Velázquez, Josefina Velázquez Magaña, Ángela y Ma. Dominga “Minga” Ramírez, Víctor Barreda, Goya Sánchez, Pedro Sandoval, Juan Andrés Cristóbal, Toño Flores y Rosa Godínez. 
“Minga”, mujer de aproximadamente setenta años de edad, baja de estatura, regordeta de carnes macizas, caminar lento, pelo corto y entrecano, cara redonda, ojos  grandes con mirada alegre y expresiva, vistiendo siempre falda, un poco larga y jolotón en alegres colores,  huaraches de araña y quien generalmente cargaba, pendiendo de alguno de sus antebrazos, un canasto de regulares proporciones.  
El agua era escasa, las necesidades eran abundantes y los desperdicios de ésta eran en mayor extremo, por lo que era necesario evitarlos, a fin de que la poca en existencia pudiera cubrir los servicios prioritarios. Entre algunas de las medidas extremas hubo  necesidad, en determinados horarios, el de cancelar la salida del líquido por las llaves instaladas en los “lavaderos” o servicios de uso común y proporcionarlo, en forma directa, abriendo el depósito general (aljibe), con las consiguientes medidas de seguridad.
“Minga”, al igual que otros locatarios necesitaba una mínima cantidad de líquido, el problema era constante ya que no sólo dejaba abierta, a su máxima capacidad, la llave utilizada, sino que efectuaba lo mismo con todas las existentes.
Era un lunes y el consumo del líquido del día anterior había llegado a su máximo, la existencia era mínima, por lo que fue necesario, en tanto se normalizara el servicio, descubrir la tapa del depósito, colocar las medidas de seguridad y proporcionarlo de manera racionada.
Aproximadamente a las siete treinta de la mañana se acerca “Minga” a una de las llaves, llevando consigo una cubeta de mínima capacidad y al cerciorarse de que el líquido no fluía por ese conducto caminó escasos metros hasta llegar al lugar en donde se proporcionaba. Se escucha el ruido producido por los muebles de seguridad y ante el asombro e incredulidad de aproximadamente veinte personas que nos encontrábamos en la cercanía observamos, por el hoyo de 50 X 50 Centímetros, dos cortos y torneados muslos que se agitaban al infinito y en el nacimiento de éstos, como único recato al pudor y para cubrir su parte más íntima, sólo un trozo de papel sanitario.
Breves segundos permaneció “Minga” en esa postura ya que la unión y solidaridad de todos los presentes, comerciantes, trabajadores, compradores y hasta curiosos que transitaban, prestaron auxilio inmediato y se logró colocar de pie a “Minga”, quien incrédula de lo acontecido deseaba, con su aterradora mirada, conservar la imagen de todos cuantos le habíamos observado sus partes íntimas.
Pocos minutos después todos los comerciantes y asistentes al mercado estaban enterados del acontecimiento ya que “el cuate”, empleado en la carnicería de Vicente Zamora, desde el establecimiento pregonaba que “Minga no usaba calzones”.
Los clientes se agolparon en el puesto de la locataria, atraídos por la morbosidad y curiosidad del acontecimiento y quienes con el pretexto de adquirir alguna de sus escasas mercancías, la interrogaban sobre si era verdad o mentira el decir “del cuate” sobre la inexistencia de calzones y agobiada por el interrogatorio sólo se limitó a expresar: “así semos las de Comala”.
La reacción entre sus paisanas no se hizo esperar, quienes al ser interrogadas sobre el decir de “Minga”, algunas de ellas levantaban sus faldas, mostraban sus blancos y bien torneados muslos a la vez que mostraban sus calzones para desmentir lo dicho por “Minga”. Los comerciantes en corsetería hicieron su “agosto”, ya que las Comaltecas adquirieron,  por docenas, este tipo de prendas que dejaron de obsequio a la famosa “Minga”.


























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