lunes, 15 de abril de 2019

Los Cristeros del volcán de Colima, El martirio de Tomás de la Mora

LOS CRISTEROS DEL VOLCÁN DE COLIMAViene de la edición anterior
EL MARTIRIO DEL JOVEN TOMAS DE LA MORA

Y aquella hora, de rodillas, en el ángulo de una estancia -al entrar, por Guerrero, el primer salón a la derecha- con la piedad de un ángel, pálido el semblante, la pasó orando ... Sólo Dios sabe lo que oró el héroe y los sentimientos de aquel corazón. Mas la lucha no cesaba. Varias veces, cuando él estaba de rodillas, se acercó alguno de los oficiales a hacerle más proposiciones en nombre del general; pero él al momento las rechazaba diciendo:
- Es en vano: yo no diré nada, ni dejaré de trabajar por la causa de Cristo. Y como Flores insistiese con fingida dulzura, él, sin dar oídos a aquello, sólo contestaba apaciblemente: - Tenga la bondad de dejarme; no me quite usted el tiempo. ¿No ve que me queda muy poco de vida? Hágame el favor de retirarse y dejarme en paz. Me estoy preparando a la muerte.

HACIA EL MARTIRIO

Era ya cerca de la media noche, cuando lo sacaron del cuartel. Los soldados que lo conducían iban silenciosos, no hablaban ni una palabra, tenían sueño y fastidio. Tomás, empero, iba contento, el alma despierta: era la hora de su triunfo; era su gran día tan esperado, tan anhelado, tan suplicado a Dios.
- ¿Por qué van ustedes tan callados? -dice a los soldados-. Hablen algo. ¡Ni yo que voy a morir!
Y como ellos continuasen en silencio, les inició algunas conversaciones.
- Aquí es la casa donde yo nací, donde pronuncié por vez primera el Santo Nombre de Dios -les decía cuando pasaban por la casa en donde transcurrió su infancia (la esquina NE. de cruzamiento de calle Zaragoza e Ignacio Sandoval).
Por fin llegaron a la calzada Galván, o de la Piedra Lisa, como es más comúnmente llamada por el pueblo. Allí, al pie de uno de los árboles, hizo alto la escolta. Este árbol estaba al cerrarse la calle Zaragoza por el lado oriente de la calzada.
Un soldado arrojó la soga a Tomás y le dijo con frialdad: - Póngasela.
Tomás responde casi sonriendo y con su acostumbrada jovialidad de colegio: - Yo no sé cómo se pone: es la primera vez que me ahorcan. Dígame cómo.
El verdugo, con tosquedad, se la echó al cuello.
Los ojos de Tomás se elevaron con fe y amor hacia el cielo, invocó el nombre del Señor, y el grito de ¡Viva Cristo Rey! y ¡Viva Santa María de Guadalupe!, saliendo de su pecho con toda la fuerza y devoción de su alma, vibró en medio del silencio majestuoso de la media noche.
Algunos instantes después recogió el Señor aquella alma santa que había dado testimonio de su Realeza.
El cuerpo del joven de la Mora, suspendido de una rama del árbol, osciló en medio de las sombras de la noche.
Era un día sábado. Así le encontró la aurora del domingo; allí le rodearían los ángeles, bendiciendo al Señor; así lo encontraron los buenos cristianos que no se hartaban de contemplarle con veneración y amor. 
De allí lo recogieron sus padres, cuando les fue cedido su cadáver. En su casa, como suele pasar con los santos, una verdadera romería de fieles desfiló ante su lecho para venerarle como un verdadero mártir de Cristo.
Termina libro 5 capitulo segundo





















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