domingo, 12 de marzo de 2023

Los Cristeros del Volcán de Colima Muchachos martires con brazos en cruz

LOS CRISTEROS DEL VOLCÁN DE COLIMA
Spectator LIBRO SÉPTIMO, Capítulo Sexto La primavera del movimiento (1928 -mayo a diciembre), NIÑOS MÁRTIRES “MANUEL HERNÁNDEZ Y FCO SANTILLAN, BENEDICTO ROMERO”  
Viene de la edición # 528 Cap Séptimo.

De la ciudad Los soldados dormían. Únicamente los de guardia hacían su vela. Los prisioneros estaban en su respectivo departamento, debidamente custodiados. Los muchachos mártires continuaban suspendidos con los brazos en cruz. 
Una distinguida señora, doña Lupe Silva, esposa de don Ignacio Parra, que también había sido aprehendido, por el hecho de que era el dueño de la Ideal, en donde se comprobó que Manuel trabajaba, había tenido permiso de pasar la noche en uno de los corredores. 
En un momento en que ella, caminando un poco para disipar el sueño y calmar la angustia que le atormentaba, no únicamente por aquellos muchachos, sino también por su esposo, acertó a estar cerca de Manuel, éste le dijo:

- Doña Lupe, tengo mucha sed. ¿No pudiera conseguirme una poquita de agua ...?
Se pidió el permiso y la gracia fue concedida.
Entonces la señora se acercó a Manuel, llevándole una poca de agua que había tomado de la pila del patio y le dio a beber en la boca, con exquisita caridad cristiana.
Un soldado, movido también de lástima, aflojó un poco las cuerdas con que los muchachos mártires estaban atados. 
Después de Manuel, la señora Lupe dio de beber a Francisquillo.

HACIA LA META

Por fin brilló la mañana, esplendorosa y bella. Era mañana de fiesta. Para los héroes, para los mártires, para los santos, el día de la muerte es día de fiesta, es su gran día. 
En aquel amanecer parecía como que el mismo cielo quisiera poner su nota de triunfo, con que se cubriese la negrura del odio de los verdugos.
Eran ya cerca de las 8 de la mañana, que corresponden a las 9 de la hora oficial actual. 
Los soldados desataron a Manuel y a Francisco. Estos, vacilantes, casi no podían sostenerse en pie. Los brazos estaban demasiado hinchados por el suplicio y tenían la cara y el cuello, principalmente Manuel, llenos de sangre.
- Tengo mucha sed -dijo uno de ellos-. ¿Me hicieran el favor de darme una poquita de agua?
- A mí también -dijo el otro.
Un oficial ordenó que les llevaran agua en una de las escupideras sucias de la Jefatura.
Un soldado, obedeciendo, tomó una de las escupideras inmundas llenas de salivas y colillas de cigarros; la llevó a la fuente del centro del patio, le puso agua y en medio de las risas de unos y de la frialdad impía de los otros, la acercó a la boca de los mártires, que no podían valerse de sus manos, porque tenían los huesos de los brazos desarticulados. 
Los niños mártires cerraron la boca y volvieron un poco la cara rehusando beber. Con un insulto soez se respondió a aquel hecho.
- Los vamos a matar -dijo uno de los jefes. - ¿Cómo quieren que los matemos? -dijo otro ...
- ¿Degollados, ahorcados o fusilados? -dijo un tercero.
- Donde ustedes quieran y como quieran -replicó Manuel.
Y se dio la orden de marcha. Ellos no sabían a dónde.

Continuará edición # 530.











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