viernes, 31 de marzo de 2023

Los Cristeros del Volcán de Colima El cortejo triunfal de los mártires

LOS CRISTEROS DEL VOLCÁN DE COLIMA

 Spectator LIBRO SÉPTIMO, Capítulo Sexto 

La primavera del movimiento (1928 -mayo a diciembre), NIÑOS MÁRTIRES
“MANUEL HERNÁNDEZ Y FCO SANTILLAN, BENEDICTO ROMERO”  Viene de la edición # 529 Libro 7 Cap Sexto.

EL CORTEJO

El cortejo triunfal de los mártires se dispuso de la siguiente manera: en medio del piquete de soldados callistas encargados de la ejecución, iban, además de ellos dos, las señoritas Candelaria Borjas y María Ortega, conduciendo en una camilla el cadáver de Benedicto. Se llevaban también exhibiendo, en otra camilla, las provisiones, medicinas, dos carabinas, y un poco de parque que les habían recogido. Además de Candelaria Borjas y María Ortega iban otras señoritas de las Brigadas que habían sido aprehendidas.
Así fueron conducidos hasta espaldas de la Catedral. Allí, contra el muro posterior del templo, bañado plenamente por el sol, fueron puestos en pie los niños mártires. A sus lados, estaban las señoritas de las Brigadas y, frente a ellos, a sus pies, el cadáver de Benedicto, las medicinas. y provisiones, las dos carabinas y el parque que les había sido recogido. - Aquí los vamos a matar -dijo el jefe del pelotón de soldados-. Aquí, en público, para que les dé vergüenza y para que sirva de escarmiento a los demás.  Cuando ellos vieron que allí iban a ser fusilados, con visible alegría, Manuel dice a Francisquillo:
- Mira, vamos a morir a los pies de la Virgen de Guadalupe. - Como ... ¿Por que? 
- Porque estamos al pie de la ventana, en donde está, por dentro, la Virgen de Guadalupe. Ambos levantaron la cara para mirar la ventana superior que corresponde al lugar en donde, sobre el ático del altar, está la imagen de la Santísima Virgen de Guadalupe y se cruzaron algunas palabras al respecto. El rostro de ambos se iluminó de satisfacción. Entre tanto, la gente se agolpaba a su alrededor. Manuel pidió permiso para hablar; pero los soldados del pelotón le negaron la gracia pedida, no obstante que por tres veces insistió. - Quítate el sombrero, compañero -dice Manuel a Francisquillo-; dentro de unos momentos estaremos en la presencia de Dios; no debemos caer con la cabeza cubierta.
Mientras con dificultad, por sus brazos demasiado golpeados, arrancaba de un jalón su sombrero de fieltro, color claro, que por la sangre seca se había pegado a una herida ancha que tenía sobre la parte izquierda del cráneo.
Al arrancarlo, principió a correr de nuevo, por la sien y el cuello, un grueso hilo de sangre.  - Yo no puedo quitármelo,  -replicó Francisco. Es que en verdad, no podía servirse de sus brazos, cuyos huesos, por la rudeza del tormento a que había estado sujeto la noche anterior, estaban salidos de su lugar.
- Como puedas, quítatelo, necesitamos estar descubiertos -dijo Manuel.
Y Francisco, con gran esfuerzo, se quito el sombrero guaymeño y lo retuvo cogido; luego, con mucha dificultad, pero con muy grande devoción, se persignó reverentemente. Y con la cara levantada, serena, con ingenuidad de verdadero niño y grandeza de héroe legendario, se puso a esperar la muerte.
Manuel imitó a Francisco, persignándose también.
SIGUE EDICIÓN # 531 DEL 150423
















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