Colima y los alrededores de los Volcanes en septiembre-diciembre de 1810
Vigésima primera y última parte
Profr. Abelardo Ahumada
EL EJÉRCITO DE RESERVA.
Antes de concluir la descripción de lo que estaba ocurriendo en Colima y Guadalajara hacia finales de diciembre de 1810, quiero señalar que al iniciar el otoño de aquel mismo año atracaron en Veracruz algunos barcos procedentes de España, entre los que en calidad de escolta iba la fragata Atocha, llevando como pasajeros a varios oficiales que, enviados por la Junta Suprema de Cádiz, hicieron el recorrido hasta la ciudad de México y se pusieron a las órdenes del virrey Venegas. (Zárate, op. Cit., p. 178). Y que -esto lo digo yo- más tarde habrían de tener un papel protagónico en el combate en contra de los insurgentes sobre todo en el ámbito de Nueva Galicia.
El comandante de la fragata era el Capitán Rosendo Porlier; pero el oficial de mayor rango era el General Brigadier José de la Cruz y, habiéndosele presentado a Venegas en un momento en que a éste le urgía tener más apoyos, tomó su llegada como un caso providencial y decidió nombrarlo Jefe de un grupo al que denominó “El Ejército de Reserva”.
Muy al margen de lo que ocurrió durante las primeras semanas en que aquellos marinos y militares estuvieron en México, quiero adelantar el dato de que junto con ellos llegó el entonces muy joven Teniente de Navío, Pedro Celestino Negrete, quien asimismo desempeñaría un papel relevante en los años por venir, no sólo en la Nueva Galicia, o inclusive en Colima, sino a nivel nacional.
Pero mientras que la gente de José de la Cruz se estaba “aclimatando”, digamos, en la ciudad de México, se supo que Julián Villagrán, antiguo capitán del Regimiento de Tula, que coincidía con las ideas de Allende, desertó del ejército realista y, junto con la Compañía que encabezaba, se levantó en armas en el pueblo de Huichapan, atacando por primera ocasión (sin éxito), el 30 de octubre, a la ciudad de Querétaro.
Deseando combatir este nuevo foco de insurrección el virrey decidió incorporar al Teniente Coronel Torcuato Trujillo, peninsular también, pero ya con años de residencia en la Nueva España, donde ya había sido “Comandante de la Provincia de Michoacán”, como segundo en el mando de José de la Cruz, para que le sirviera también de guía, y el 16 de noviembre salieron a combatir a Villagrán.
Llegaron a Huichapan, el día 22, pero el capitán insurrecto, viéndose en clara minoría, se esfumó de repente y se fue a meter entre los intrincados vericuetos de una sierra cercana a donde Trujillo aconsejó no perseguirlo para no tener que exponerse a una emboscada.
Y si menciono esto último es porque en esa misma fecha y lugar, José de la Cruz, para elevar sus méritos ante Calleja y el virrey, empezó a dar las primeras muestras de crueldad que luego iban a seguir dando él y varios de sus subordinados, ordenando a su tropa incautar hasta los cuchillos de las casas, las tijeras de los sastres y “los instrumentos de los cerrajeros y los herreros”, para que los habitantes de los pueblos que pudiesen tener simpatía por los insurgentes no tuvieran nada con que pelear, advirtiéndoles a todos ellos, y a los de las “haciendas y rancherías” cercanas, que si él se enterara que apoyaban a los insurgentes, mandaría quemar sus casas y pasar a cuchillo a todos los adultos. (Zárate, p. 178).
De momento, sin embargo, parece que sólo pudo “hacer escarmiento” en unos pocos individuos a los que algunos realistas locales señalaron como simpatizantes de la insurgencia, pero permaneció unos días en la zona, intimidando a la gente, hasta que el capitán Porlier lo alcanzó con otro batallón y, llevando las órdenes de que se dirigieran a tomar Valladolid.
Las crónicas de aquellos días señalan que salieron de Huichapan el 14 de diciembre con alrededor de 2000 hombres de infantería y caballería y unos pocos cañones, y que luego de ir apaciguando y amedrentando pueblos, permanecieron varios días en Querétaro y otros en Celaya, llegando el 26 a Indaparapeo, situado a seis leguas (unos 27 kilómetros) de Valladolid.
Los miembros de la pequeña guarnición insurgente de Valladolid recibieron oportunos informes sobre la cantidad de armas y gente que llevaba el brigadier de la Cruz y, sabiéndose imposibilitados para hacerles frente, decidieron retirarse a Guadalajara. Siendo así como de la Cruz pudo ingresar a Valladolid el 28, sin tener que disparar un solo cañonazo.
EL PRINCIPIO DEL FIN.
En ese mismo contexto, ni el Virrey Venegas, ni el brigadier Calleja se habían dormido en sus laureles, sino que, por el contrario, desde que el segundo se hallaba en Guanajuato se afanaron en tramar un plan cuyas miras se concentraron en Guadalajara, no sólo porque ésta era la segunda ciudad en importancia en todo el territorio de la Nueva España, sino porque en ella estaba el ex cura de Dolores ejerciendo acciones de gobierno. Y eso era algo que ellos no podían permitir.
Y así, tras de salir de Guanajuato y establecerse momentáneamente en León, el 16 de noviembre Félix María Calleja terminó de diseñar el referido plan y se lo envió de inmediato al virrey para su aprobación.
Dicho plan consistía, a grandes rasgos, en que al cabo de un mes a partir de esa fecha, todas las fuerzas realistas ubicadas a menos de diez días de traslado de la capital de la Nueva Galicia tendrían que converger en las inmediaciones del Puente de Calderón, ubicado en el Camino Real, dos leguas al norte del pueblo de Zapotlanejo, yendo como quien dice desde Guadalajara a Lagos.
En el capítulo anterior dije que pese a las desavenencias que había entre Hidalgo y Allende, no todo eran, a finales de diciembre, malas noticias para los insurgentes, porque aun cuando las fuerzas realistas habían recuperado las principales poblaciones de las intendencias de Guanajuato y Valladolid, las insurgentes se habían posesionado de Colima, Tepic, San Blas, San Luis, Saltillo y Zacatecas, y estaban dando mucho que hacer en Querétaro, en Sinaloa y en el sur de la Intendencia de México (actual estado de Guerrero).
Todo eso sin dejar de mencionar el dato de que lo habían logrado pese a que la mayoría de los insurgentes eran individuos inexpertos en las lides militares y carecían de en ese momento de fundiciones, fábricas o talleres que les proporcionaran nuevas armas, pólvora y balas.
Una vez aprobado el plan por el virrey, Calleja envió órdenes a los condes Flon y de la Cadena, al general de la Cruz y a otros subordinados de menor rango, para reunirse el 16 de enero en las inmediaciones de Puente de Calderón y atacar unidos a los insurgentes en Guadalajara.
Pero no sobra decir que los espías de ambos grupos trabajaban intensamente y, que fue gracias a los suyos que Hidalgo y Allende se enteraron de una buena parte de los planes que acabamos de mencionar, por lo que también comenzaron a prepararse, tomando Allende la inteligente decisión de capacitar y disciplinar al mayor número de gente que pudiera, ante la imposibilidad de hacerlo con la numerosa “plebe” que se había sumado al movimiento.
Pero no se prosperó gran cosa porque, siendo tan poco el tiempo y el armamento de que disponían, sólo pudieron “armar y medianamente disciplinar siete batallones, seis escuadrones y dos compañías de artillería”, sumando “tres mil cuatrocientos hombres”. (Zárate, p. 188).
Como quiera que fuese, el año terminó en medio de interesantes expectativas para los dos bandos de combatientes. Sólo que, entre el 3 y el 4 de enero de 1811, los huidos de Valladolid llegaron a Guadalajara con la mala noticia de que los realistas se habían vuelto a posesionar de aquella ciudad, y cosa de una semana después, unos arrieros llegaron con la novedad también de que las tropas de Calleja ya estaban en Lagos el 10. Y todo eso puso en alerta a Hidalgo y sus oficiales, quienes se volvieron a reunir para tomar algunos acuerdos:
De lo poco que se sabe de esa reunión (cuyas no quedaron registradas en un acta), se dice que al promediar enero había en Guadalajara 97 mil “soldados” insurgentes. Pero de los cuales, como ya se expuso, ni siquiera cuatro mil eran “de línea”, o estaban armados con suficiencia. Aunque sí contaban con un número notable de cañones, a los que, sin embargo, habiendo sido sacados de los navíos de San Blas, les faltaban las bases o “cureñas”, y para dispararlos tenían que ponerlos sobre tarimas de carretas y apuntarlos “al tanteo”.
Una nueva información que llegó al cuartel general de Guadalajara indicaba que el brigadier José de la Cruz se disponía a secundar el plan de Calleja y estaba apurando a su gente para salir lo más rápido posible de Valladolid. Por lo que se consideró necesario evitar que se juntaran ambos ejércitos, y para tratar de impedirlo se envió un destacamento de dos mil hombres y 27 cañones bajo el mando de un señor al que se menciona como “Don Ruperto Mier”.
Siguiendo las instrucciones que llevaba, el señor Mier tuvo el cuidado de no combatir en un terreno llano y, habiendo llegado antes que el brigadier español a las inmediaciones de Zamora, se posesionó de las partes más altas de una pequeña serranía por la que forzosamente tendría que pasar aquella porción del ejército realista, y allí los esperó desde la jornada del 13.
De la Cruz pasó por Zamora temprano el 14, y tras caminar tres leguas más, no tardó mucho para toparse con las fuerzas de Mier, ubicadas en un punto que los cronistas de la época mencionan como “el Puerto de Urepetiro”. Donde sus primeros hombres fueron recibidos a cañonazos.
No tiene ningún caso describir cómo se desarrolló esta batalla, sino exponer en resumen que “todos los jefes [realistas…] cumplieron con las órdenes recibidas [y que …] después de hora y media de combate se adueñaron de las posiciones [defensivas] y de toda la artillería”, haciendo huir a los insurgentes que pudieron hacerlo, dejando, sin embargo aquéllos, alrededor de “500 cuerpos en el campo”.
También hubo de la parte realista un número no mencionado de muertos y heridos; por lo que se vieron en la necesidad de regresarse a Zamora para descansar, reponerse, curarse y hacer reparaciones a los equipos. (Ibidem, p. 195).
Y así, aunque con muy alto costo, el objetivo de Hidalgo se cumplió al demorar Mier el avance de la tropa procedente de Valladolid, pero no logró impedir que, por el camino de Lagos, Calleja continuara el suyo.
Unos veloces correos que el día 13 llegaron “a matacaballo” al cuartel insurgente de Guadalajara les notificaron las condiciones en que avanzaba Calleja y el número de soldados y la artillería con que contaba; por lo que hubo nuevas deliberaciones, en las que Allende propuso que no se saliera a combatir al campo raso, que se fortificaran con barricadas algunas calles y se dejaran expeditas otras, para dar pie a que, divididos, los realistas entraran a la ciudad y los pudiesen rodear con el gentío que tenían. Pero Hidalgo esgrimió algunos argumentos que parecían mejores, y la mayoría de los jefes lo apoyó para que, en total oposición a las ideas de Allende, salieran con todo su masivo “ejército”, para interceptar, según él al de Calleja, en el sitio que les pareció más apropiado: la barranquilla del Puente de Calderón.
Y con relación a esto último, viejos rumores que durante años corrieron de boca en boca, comentaban que aquel 14 de enero, cuando Hidalgo logró ese otro triunfo sobre el influjo de Allende, con un desplante bromista en el que se adivinaba cierta soberbia y una percepción poco realista, dijo: “Vamos a almorzar en Puente de Calderón, a comer en Querétaro y a cenar en México” (Alexanderson Joublanc, Luciano, Ignacio López Rayón, 1963, p. 47; Meyer, Jean, Hidalgo, 1996, p. 52).
De ser cierto que Su Alteza Serenísima actuó de esa manera, cabe señalar que ese desatino marcó el principio del fin, no sólo de su liderazgo, sino de la primera etapa de la Guerra de Independencia, porque tan sólo tres días más tarde, derrotados por Calleja, los principales cabecillas del movimiento insurgente iban escapando al galope del fuego que se levantó en las inmediaciones del mencionado puente, echándole la culpa de todo a las necedades del cura.
PUNTO DE QUIEBRE.
No tengo el propósito de machacar las acciones equívocas del padre Hidalgo, ni de echarle tierra y lodo a los cabecillas que lo acompañaron en ése y otros lances, sino decir que la ya muchas veces ampliamente descrita “batalla del Puente de Calderón” significó un fuerte punto de quiebre para el movimiento independentista, y que muchos de los insurgentes “de la masa”, cuyos nombres quedaron ocultos para los historiadores, en el afán de salvar sus vidas se vieron forzados a volver a sus lugares de origen sólo para encontrar la muerte, puesto que allá (donde hayan sido sus pueblos o ranchos) había gente del bando contrario que los había identificado desde antes, y los tenía en las listas locales de rebeldes y “traidores al Rey, a la religión y la Patria”.
En el caso concreto de Colima y la región aledaña a los volcanes, me siento obligado a mencionar algunos de los antiguos paisanos de los que tengo la certeza que participaron incluso en la Batalla de Calderón, bajo las órdenes de El Amo Torres: Calixto Martínez Cadenas, Ramón Brizuela, Pedro Regalado Llamas, Manuel Llamas y muy probablemente José Manuel Ruiz, líder indígena del pueblo de San Francisco de Almoloyan, y otros “principales” de allí mismo y de Ixtlahuacán, junto con Juan Miguel Gallaga, El Lego, quien aun cuando no era originario de Colima, estuvo fuertemente vinculado con guerrilleros colimotes asociados a su vez con el padre José Antonio Díaz. Individuos todos cuya filiación como insurgentes los condenó a ya no poder realizar la vida normal en sus pueblos y solares, debiendo de mantenerse activos en diferentes grupos rebeldes para defenderse y continuar la lucha hasta que les fuera posible hacerlo. Individuos, dije, cuyas principales acciones no se verificaron en los tiempos de Hidalgo, sino en las épocas sucesivas en que la jefatura del movimiento insurgente recayó, primero, en el licenciado Ignacio López Rayón, y luego en la del señor Cura José María Morelos, llegando incluso en unos pocos casos hasta la época de don Juan Álvarez, y al momento en que, once años después de iniciada la lucha, se dio por concluida con la participación de Agustín de Iturbide y Vicente Guerrero. Individuos, por último, de los que tal vez un día podamos hablar con mayor precisión y detalles en un libro posterior a éste.
Villa de Álvarez, Colima, a 13 de septiembre de 2022.
1.- “El Padre de la Patria” nació en el rancho de San Vicente, este solar en donde hoy se miran los puros cimientos; pegadito a la Sierra de Pénjamo.
2.- Ignacio Allende tiene su propio monumento ecuestre en el antiguo pueblo de San Miguel el Grande, que hoy lleva también su apellido.
3.- Gobierno del Estado de Jalisco convirtió en 2010, el escenario de la Batalla de Calderón en un bonito “parque temático” que vale la pena conocer.
4.- Varios de los amigos y compañeros de Hidalgo dijeron que dicha batalla se perdió por su culpa. Y tal vez por eso, al estar yo ahí, sentí que este monumento implicaba una enorme contradicción histórica.
5.- Y lo cierto es que, muy al margen de lo que sucedió en realidad, a los mexicanos se nos enseñó a participar en las “Fiestas Patrias” comprando rehiletes y banderitas.
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