LOS CRISTEROS DEL VOLCÁN DE COLIMA
Spectator. LIBRO SÉPTIMO Capítulo Cuarto
La primavera del movimiento (1928 -mayo a diciembre)
Luchar, sufrir y morir por Cristo.
Viene de la edición 517
EL TENIENTE J. REFUGIO SOTO
En este ataque murió el teniente libertador J. Refugio Soto. Había sido, en los últimos meses de la vida del general Dionisio Eduardo Ochoa, asistente de él, quien mucho lo quería por su singular honradez, serenidad en los peligros, lealtad y valentía. Era originario del pueblo de San Jerónimo, Col., en donde vivía su esposa; siempre en las circunstancias de mayor responsabilidad, en los pasos de mayor esfuerzo y peligro, Ochoa le llevaba consigo. Pocos meses después de la muerte de Dionisio Eduardo, el teniente J. Refugio Soto fue el jefe de la escolta de la Jefatura, en donde siguió distinguiéndose como digno soldado de Cristo.
No se supo en qué momento murió. Uno de los libertadores dijo haberlo visto subir, muy cansado, la empinada cuesta de la loma árida de Huerta de las Haciendas en aquellos difíciles momentos, y haberle oído repetir esta jaculatoria: Sagrado Corazón de Jesús, ayúdame a morir bien; pero no imaginó que estuviese ya herido.
Por parte de los callistas, hubo seis muertos y algunos heridos.
LOS CRISTEROS NO TEMIAN A LA MUERTE
Pocos días después de esta acción, fue de nuevo atacada la región del Cerro del Cacao. En estos . tiempos el cuartel principal de esa zona se encontraba en el Vallecito de Cristo Rey (Cerro de las Higuerillas), en donde estaba, desde hacía algunos meses, el ilustre general don Fermín Gutiérrez (Luis Navarro Origel), en unión de su Estado Mayor.
Era el 9 de ese mismo mes de agosto cuando se acercó el enemigo y se trabó el primer tiroteo; nueve soldados cristeros contra ciento cincuenta de Calles. Estos no avanzaron luego y determinaron esperar al día 10 para desarrollar el ataque formal. La noche del día 9, mientras cenaban juntos el general don Fermín Gutiérrez, el Padre Marín, Capellán de aquellos grupos libertadores, el coronel don Teódulo Gutiérrez, hermano del general, y los oficiales del Estado Mayor; como el coronel dijese al general su hermano, que en el combate fuese más precavido, que no había que permanecer en la trinchera cuando ya los demás no podían resistir y tenían que retirarse, contestó el general que él no era soldado de Cristo para cuidarse, sino para pelear por El en contra del enemigo. - Más aún: Yo le he ofrecido mi vida -dice- y hace tiempo que le pido la acepte; él no ha querido recibirla; pero, a fuerza de suplicarle diariamente, me concederá la gracia de morir por El.
Esta declaración fue muy semejante a otra que pocos días antes había hecho. Subían en esa ocasión a pie y con el calor del sol, la larga cuesta que lleva al campamento de El Vallecito. Iba el general lleno de fatiga, y un soldado que le acompañaba le dijo: - Ahora vamos muy cansados, mi General; pero cuando en el día del triunfo vayamos en un coche, por la calle de Plateros, allá en la ciudad de México! ... - Nunca he soñado llegar al triunfo -replicó el general Gutiérrez-, mucho menos gozar de él en la ciudad de México. Lo que sí he soñado es estar en el cielo.
Continuará
COMBATE DEL PUERTO DE LOS ENCINOS
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