Colima y los alrededores de los Volcanes en septiembre-diciembre de 1810
Décima tercera parte
Profr Abelardo Ahumada González
REBOTES DE LA DERROTA DE LOS REALISTAS EN LAS PLAYAS DE ZACOALCO.
Todas aquellas impactantes noticias se desparramaron rápidamente por todos los pueblos de la región y, dependiendo de la perspectiva que cada uno de nuestros antiguos paisanos tenía respecto al dominio que ejercía España, o se conmovían, o se amedrentaban o se entusiasmaban al escucharlas.
Por lo que, mientras unos se afanaron en buscar medios de protección, sobrevivencia o escape, otros tomaron la decisión de abandonar sus pueblos, pertenencias e incluso familias para sumarse al movimiento que eventualmente podría liberarlos del sometimiento y la servidumbre en que hasta entonces habían vivido.
Coincidiendo con esta interpretación de los hechos, un brillante y recientemente desaparecido historiador michoacano, afirmó que los sonados e inesperados triunfos de los insurgentes que acabamos de mencionar llevaron “a miles de indígenas y mestizos [de la Nueva Galicia] a sumarse a las fuerzas de Torres”. (Lameiras Olvera, José, El Tuxpan de Jalisco, Colegio de Michoacán, 1991, p. 111).
Y no fue por menos que otro historiador zapotlense (o zapotlanense) escribiera que “otros criollos de la región, facultados por Torres, pasaron por los pueblos del sur hasta Colima, organizando Compañías Insurgentes”, sin que se les dificultara tal organización, pues “respondieron a su llamado tanto españoles americanos, tanto como los naturales y los [miembros] de otras castas”. De tal manera que “la respuesta obtenida en los pueblos de Sayula, Zapotlán el Grande y la Villa de Colima les permitió ampliar [su fuerza] y defender el movimiento revolucionario”. (Jiménez Camberos, Isidoro, Gordiano Guzmán insurgente y federalista, Guadalajara, 2005, p. 19).
En ese mismo contexto muchos naturales colimotes decidieron participar también, y un ejemplo de ello lo refirió el mencionado Florentino Vázquez Lara, cuando, al revisar los archivos de San Francisco de Almoloyan, tomo nota de que durante la breve permanencia que tuvo el ejército independentista en Colima, el padre José Antonio Díaz se dedicó a recorrer varios de los antiguos pueblos indígenas de la parroquia de San Francisco para invitar a sus antiguos y queridos fieles a participar en el movimiento, teniendo tanto impacto entre ellos que “arrastró consigo a multitud de indios de Almoloyan, Comala, Suchitlán y Juluapan” (Comala, p. 44). Del mismo modo como, todavía en 1811, lo estuvo haciendo en las regiones del “Río del Oro”, jurisdicción del actual municipio de Pihuamo, Jalisco, y Cotija, Michoacán; según lo refirió a su vez el doctor Miguel Galindo Velasco, en el T. II, de su Historia de Colima, p. 85.
Colateralmente tenemos que, Carlos Martín Boyzo Nolasco, actual secretario de la Asociación de Cronistas del Estado de Jalisco, encontró otros documentos que le permitieron inferir que, habiendo penetrado Torres “a la región por Teocuitatlán, llegó (si no hasta el pueblo, sí a la jurisdicción de) Sayula, donde nombró autoridades americanas, embargó los bienes propiedad de los europeos y dio nombramiento a comisionados insurgentes para que levantaran a todos los pobladores contra los españoles”, convocando a la vez “a una gran cantidad de los naturales de los pueblos comarcanos, integrando un gran ejército de insurgentes dispuestos a presentar batalla a las fuerzas realistas, que para tal fin se habían alistado desde la capital de Guadalajara”.
Naturales entre los que se hallaba un grupo del pueblo de Atemajac de las Tablas, capitaneado por “su gobernador, Antonio de la Cruz”. (La Insurgencia en la antigua Atemajac de las Tablas, Guadalajara, 2010, p. 41 y 56). Pueblo que, al igual que sucedió en otras partes, terminó confrontado porque, así como algunos de sus habitantes se integraron al “Partido de la Iniquidad” (como también denominaron a los insurgentes), hubo otros realistas que se mantuvieron fieles “a la Causa Justa” y levantaron “compañías” para pelear en contra de aquéllos. (Ibidem, p. 32).
Sin cambiar de tema, quiero señalar que en ningún papel hemos vuelto a leer algo que nos indique qué fue lo que finalmente pasó con José Manuel Ruiz, el astuto líder de San Francisco de Almoloyan, con sus dos hijos y con el resto de los principales que participaron en las asambleas del 8 y del 9 de octubre anteriores; pero por lo que sucedió en Colima a raíz de que los insurgentes hicieron su entrada en la plaza y establecieron el primer (y único) “gobierno americano” que hubo en dicha subdelegación, es lógico suponer que muy pronto deben de haberse entrevistado con su querido vicario, don José Antonio Díaz, el que, según otra pista encontrada por el historiador Vázquez Lara, habría aprovechado aquellos días para “arengar también a los indios de Ixtlahuacán, sembrando [entre ellos] la semilla libertaria”. (Chamila e Ixtlahuacán, artículo publicado en la revista Histórica, de la Sociedad Colimense de Estudios Históricos, No. 5, correspondiente a los meses de octubre-diciembre de 1966, p. 17.
Por otra parte, y representando asimismo a un grupo de criollos que simpatizaban igualmente con la cauda independentista, tenemos noticia de que, no demasiado lejos de Zacoalco, vivía por aquel tiempo el padre José Ma. Mercado (nacido en Guadalajara en 1871), muy reconocido en el ámbito eclesiástico, quien se desempeñaba como “Cura Vicario y Juez Eclesiástico” de Ahualulco y la región adyacente, (Hernández Dávalos, T. I, p. 346). Mismo al que, habiéndole llegado la noticia de la derrota de los realistas, se reunió con un pequeño grupo de amigos y conocidos con los que ya desde antes había sostenido ciertas pláticas, y marchó rápidamente al escenario de los acontecimientos para tratar de entrevistarse con Torres y ponerse a sus órdenes:
“Cuando Mercado se entrevistó con Torres, le pidió que lo comisionara para perseguir a los 200 españoles que [desde Guadalajara] habían huido rumbo a San Blas, y para intentar posesionarse de ese puerto” (Muriá, José María y otros, Historia de Jalisco, T. II, 1981, p. 348).
Y, habiendo contado con el beneplácito de aquél, Mercado y su grupo se sumaron momentáneamente a sus fuerzas.
ALLENDE E HIDALGO PIERDEN BATALLAS Y SE CONFRONTAN ENTRE SÍ.
Durante los primeros diez días de noviembre de aquel año memorable las fuerzas independentistas se adjudicaron, pues, sonoros triunfos en las inmediaciones de Guadalajara. Pero si por aquellos rumbos les estaba yendo muy bien, a las tropas que Hidalgo y Allende habían logrado conducir casi a las orillas de la capital del virreinato, les había ido totalmente a la inversa, por no decir de lo peor:
El hecho que detonó este descalabro no fue que hayan perdido la famosa batalla del Monte de las Cruces, pues aun cuando el parte redactado por el general realista Torcuato Trujillo trató de dar a entender que la batalla quedó, dijéramos, “en tablas”, leyéndolo uno con mayor detenimiento entiende que si el ejército español tuvo que batirse en retirada, el ganador habría sido el insurgente; el cual, sin embargo, no continuó adelante, sino que, retrocedió también, tal vez por considerar sus jefes que ya no tendrían los medios para soportar un combate más. Pero como quiera que todo eso haya sido, veamos un poco de los reportes que ambos bandos emitieron, empezando por el de Torcuato Trujillo:
“Reunidos todos en las Cruces fuimos atacados a las 8 de la mañana del 30 [de octubre], empezando la acción por la gran guardia de la caballería del Camino Real”. Continuó el combate con muchas acciones hasta “las 5 y media de la tarde, hora en que las municiones estaban concluyendo, y en que los enemigos habían [vuelto a] salir por mi frente al Camino Real [ Así que …] reflexionando la mucha fatiga de mi tropa, la falta de víveres que tenía hacía dos días, en que se comió con la mayor escasez; la falta total de municiones y los enemigos que cada vez se reforzaban a mi espalda, ordené emprender la retirada”, disparando los cuatro o cinco cartuchos que a cada cual le quedaban, hasta que, con grandes dificultades “seguí la marcha con mi tropa hasta Santa Fe, donde pasé la noche”. (Hernández Dávalos, T. II, págs. 208-211).
Este reporte fue finalmente redactado y enviado al virrey el martes 6 de noviembre, y sólo fue hasta 7 días después cuando, fungiendo como secretario particular de don Miguel Hidalgo, el licenciado Ignacio López Rayón, tuvo tiempo para escribir el mensaje que sobre dicho asunto le dictó el cura en Celaya:
“El vivo fuego que por largo tiempo mantuvimos en el choque de las Cruces debilitó nuestras municiones [a tal grado de que aun cuando la situación estaba] convidándonos la entrada a México […] no resolvimos su ataque y sí retroceder para habilitar nuestra artillería” (Hernández Dávalos, T. II., p. 221).
Y aunque el parte de Hidalgo nada dice sobre sus muertos, hay otros testimonios que nos permiten saber que para ese momento ya habían perdido a muchísimos de sus seguidores, muertos sobre todo por los disparos a base de metralla, y varios cientos que, encorajinados porque no se les había permitido entrar a saquear la gran ciudad, se dispersaron en grupos para saquear siquiera los pueblos, las haciendas y los ranchos que estuvieron a sus alcances.
Otro asunto que se desató ahí y entonces, fue que los militares de carrera le reconvinieron Hidalgo por haber dado la orden de retroceder en vez de seguir adelante y aprovechar la masa de gente que todavía los acompañaba, para apoderarse de la ciudad. Y, por si eso fuera poco, durante la tarde del 6 de noviembre los restos del muy maltrecho ejército insurgente se detuvieron para acampar muy cerca del pueblo de San Gerónimo Aculco, sin saber, y sin poder imaginar, que un poco después haría lo mismo, pero del otro lado del pueblo, la muy disciplinada tropa realista que procedente de San Luis y Querétaro, y que precisamente iba caminando a marchas forzadas hacia la ciudad de México para brindar su apoyo al virrey.
Ese sitio, como tal vez los lectores recordarán, está ubicado poco más o menos a medio camino entre la capital y Querétaro. Y aquella inesperada circunstancia ocasionó que los vigías de uno y otro bandos descubrieran la presencia enemiga, por lo que desde la madrugada del miércoles 7 tanto las fuerzas de Hidalgo como las encabezadas por Félix María Calleja, Intendente de San Luis Potosí, se dispusieron para tener su primer enfrentamiento, mismo que, según el reporte que más tarde enviaría Calleja al virrey, fue desastroso para el bando rebelde:
“Excelentísimo Señor. – A las nueve de la mañana de este día ataqué al ejército de los insurgentes en posición tan ventajosa [… que] en poco más de una hora fue derrotado y puesto en fuga con pérdida de toda su artillería […] todas sus municiones […] 120 cajones de pólvora, sus equipajes que constan de 11 coches; porción de fusilería, un buen número de muertos y algunos prisioneros, sin más pérdida de nuestra parte que un muerto y dos heridos” (Hernández Dávalos, T. II, p. 213).
Por su lado, queriendo al parecer, de nuevo, minimizar los resultados de aquel encuentro, Hidalgo dictó a Rayón el siguiente párrafo:
“De regreso encontramos al ejército de Calleja y Flon, con quienes no pudimos entrar en combate por lo desprovisto de la artillería, [y] sólo se entretuvo un fuego lento y a mucha distancia entre tanto se daba lugar a que se retirara la gente sin experimentar quebranto como verifico”.
“[Tengo noticia de que] esta retirada necesaria por la circunstancia […] se ha interpretado por una total derrota; cosa que tal vez pueda desalentar a los pusilánimes [pero quiero aclarar que…] de la retirada mencionada no resultó más gravamen que la pérdida de algunos cañones y unos seis u ocho hombres que perecieron o se perdieron”. (Hernández Dávalos, T. II., p. 221).
Al observar y comparar todos estos reportes queda claro que cada uno de los protagonistas quiso, como comúnmente se dice, “dorar la píldora” o “llevar agua para su molino”. Pero por la secuencia de los acontecimientos que sobrevinieron a la batalla de Aculco, podemos muy bien inferir que mientras el ejército de Calleja se fortaleció, el inicial de Hidalgo no sólo se debilitó al haberse muerto o dispersado tantos, sino que asimismo se dividió, yéndose una parte con Allende hacia Guanajuato, y otra con Hidalgo a Valladolid, ya con ambos caudillos fuertemente confrontados.
LA IMPORTANTE TOMA DE GUADALAJARA.
Ya vimos que en cuanto llegaron a Guadalajara las noticias de las derrotas que sus milicias padecieron tanto en La Barca como en Zacoalco, “los principales” de la ciudad “agarraron aviada” por el camino a San Blas y que, en consecuencia con eso, las autoridades que allí quedaron nombraron una comisión que se fue a entrevistar con el brigadier José Antonio Torres para ofrecerle que ellos ya no pelearían en su contra, y para solicitarle que si entraba a Guadalajara con su gente lo hiciera de manera pacífica.
Y así tenemos que, incrementado su ejército con miles de individuos de muchos pueblos de aquella región, el día 9 de noviembre Torres ya se hallaba en Santa Ana Acatlán, dando órdenes precisas de que cuando entraran a la ciudad tendrían que hacerlo en paz y en orden, so pena de imponerles fuertes castigos a quienes desobedecieran sus instrucciones.
Haciendo eco de esa noticia, varios historiadores jaliscienses que no lograron ocultar cierto clasismo y desprecio al referir los hechos, coincidieron en expresar que “el 11 de noviembre por la mañana, hizo Torres su entrada triunfal al frente de un ‘flamante ejército’ constituido en gran parte por elementos del más bajo nivel socioeconómico, sorprendiendo a todos por la disciplina y austeridad de su proceder” (Muriá y otros, p. 347).
Ese mismo día, sin embargo, tal vez ya enterado de los acontecimientos de Las Cruces y Aculco, el brigadier Torres envió una carta al General Ignacio Allende, acantonado en esos momentos en Guanajuato, en la que, aparte de brindarle su versión de lo más sobresaliente de Zacoalco, Guadalajara y Colima, le solicitaba una opinión respecto a soltar o no a los casi 500 reos (algunos de ellos muy peligrosos) que estaban en ese momento en la cárcel de la ciudad. Carta que tendremos que revisar hasta el siguiente capítulo, puesto que hoy se me ha terminado el espacio.
1.- El 30 de octubre la ciudad de México estuvo a punto de ser tomada por los insurgentes, pero se ha creído que para evitar una matanza peor que la de Guanajuato, Hidalgo ordenó la retirada.
2.- La derrota de los realistas en Zacoalco provocó que miles de voluntarios de la región se sumaran al ejército del José Antonio Torres.
3.- El 10 de noviembre el ejército de Torres salió de Acatlán y entró triunfal a Guadalajara en la mañana del 11.
4.- Para ese momento muchos de los antes activísimos defensores tapatíos de Fernando VII se habían olvidado de él y estaban ya en San Blas, dispuestos a embarcarse en caso de necesidad.
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