LOS CRISTEROS DEL VOLCÁN DE COLIMA
Spectator LIBRO SÉPTIMO Capítulo Tercero. La primavera del movimiento (1928 -mayo
a diciembre). El Mayor PEDRO RADILLO y el Hospital Cristero. Viene de la edición # 512.
EL HOSPITAL DE LOS VOLCANES
Fue en este tiempo cuando se inauguró, en las faldas del Volcán de Fuego, el pequeño hospital de Cristo Rey. El lugar escogido fue una loma cortada casi a pico por ambos lados que se desprende de la montaña, por el poniente, entre El Borbollón y la Mesa de la Yerbabuena. Los rancheros de la región la llaman la Cuchilla de la Laguna Verde o simplemente Cuchilla Rabona, porque no tiene la longitud de El Borbollón y La Yerbabuena, sino que se corta y viene a ser como cuchilla O cuña entre ambos lugares. Los Cristeros le llamaron Santiago, porque se inauguró, propiamente, el 25 de julio, día del Apóstol Santiago.
Un grupo de heroínas y virtuosas señoritas de las Brigadas Femeninas de Colima se encargaron de este hospital. Al frente de ellas estuvo la señorita Amalia Castell Rodríguez, que perseveró en su puesto hasta que terminó el movimiento armado.
Fueron ellas verdaderas Madres de la Caridad, por su abnegación, espíritu de sacrificio y pureza de su vida. También supieron lo que era el frío, el hambre, y los sobresaltos, y las jupias. Vivieron generalmente en pequeñas casitas de zacate y varas.
También de zacate y varas, con techo de tableta de pino, era el hospital. A unos pasos de la galera en donde estaban los heridos, se construyó la Capilla, hecha también de varas y bejucos y tableta, en la cual estaba habitualmente el Santísimo Sacramento. Por turno se distribuían, heridos y sanos, aunque fuese de uno en uno, para estar siempre acompañándole y alabándole día y noche, sin cesar. Los jueves, a la media noche, todos se reunían, allí, ante el Santísimo Sacramento, para hacer su Hora Santa.
LA FUERZA DE LA GRACIA
Dos cosas admirables, hace notar el que esto escribe, como testigo presencial: la grande paciencia y resignación con que sufrían los heridos, y el milagroso modo con que eran curados.
Siempre se les veía inmensamente sufridos en sus dolores, sin desesperar jamás. Las medicinas eran escasas, escasísimas, por la grande dificultad para adquirirlas. Anestésicos, nunca se consiguieron, por lo cual tenían que soportar toda la fuerza del dolor en las curaciones, aun las más penosas. Muchas veces se les miraba, bañados de sudor helado y sus ojos anegados de lágrimas, bajo la garra de intensos sufrimientos, pero siempre pacientes, sin maldecir, sin desesperarse, soportando con virilidad no simplemente humana. Siempre los heridos de Cristo Rey, graves o no, recibían los Sacramentos en la primera oportunidad, y sus primeros pasos eran a la capillita de su Dios Sacramentado.
Continuará en la edición # 514
CURACIONES INCREIBLES
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