Colima y los alrededores de los Volcanes en septiembre-diciembre de 1810
Séptima parte
Profr Abelardo Ahumada González
CURAS EN PRO, CURAS EN CONTRA.
En el Capítulo 16 comenté que el padre Miguel Hidalgo tenía un enemigo bastante tenaz y capaz en la parroquia de Colima, que se llamaba Felipe González de Islas, ¡su sucesor en el cargo! Un individuo que para 1810 ya se había convertido en la mano derecha del Obispo Cabañas en Colima y las demás parroquias del rumbo; en las que asimismo se desempeñaba como Juez Eclesiástico.
El padre González, nació en dicha villa en 1747, era seis años mayor que Hidalgo, y también estudió en el Colegio de San Nicolás, de Valladolid, por lo que con toda probabilidad conoció al joven estudiante penjamense desde que éste se inscribió en el plantel.
Pero la animadversión que tuvo por Hidalgo nació a raíz de que, habiendo recibido él (González) la responsabilidad de la parroquia colimota, se encontró con que su antecesor había hecho uso de un dinero perteneciente “a la Cofradía de la Soledad”, sin devolverlo jamás, y con que, antes de salir de la Villa de Colima e irse a la parroquia de San Felipe Torres Mochas, le había solicitado en préstamo una fuerte cantidad “a don Gregorio Iriarte”, vecino de la mencionada villa. Suma en la que Hidalgo literalmente se sentó, puesto que nunca le dio siquiera un abono, pese a las cartas que, a ruego del señor Iriarte, el padre González le mandó a Dolores, sin merecerle siquiera una respuesta.
Y si menciono nuevamente todo esto fue porque el padre González parece haber tomado como responsabilidad muy personal la de combatir a Hidalgo y al movimiento insurgente en el ámbito bajo su alcance, obligándose a predicar en su contra para mantener a su feligresía “libre del contagio de ideas independentistas”.
La primera de las actividades que parece haber realizado en esa línea de acción, se concretó en la escritura de una carta que el 3 de octubre de aquel año envió al Obispo Cabañas, señalando a su no grato colega como el instigador de la rebelión de Dolores, y como un individuo ambicioso y libertino.
Pero lo más notable de aquella carta no es tanto su contenido, sino la fecha en que se emitió, por cuanto que, si la revisamos y tomamos nota de que por entonces no había periódicos ni comunicaciones inmediatas, resulta que sólo habían transcurrido 18 días de iniciado el movimiento cuando, a diferencia de las autoridades civiles, militares y religiosas de Guadalajara, que seguían hablando de “los emisarios de Napoleón”, el padre González ya tenía muy claro que su principal cabecilla era su antecesor en Colima. Pero veamos lo que dice la parte medular de la carta:
“Ilustrísimo Señor […] Es preciso entrar en gran cuidado con las últimas ocurrencias de la revolución y alzamiento de plebeyos que se ha formado en el pueblo de Dolores, con general consternación y susto de casi todo el Reino; como se debe temer de las maquinaciones e insolencias que en semejantes lances pueden encender el fuego, cuyas llamas de ambición, libertinaje y otras sugestiones diabólicas son las más destructivas de la verdadera paz, y [de] la legítima sujeción de los pueblos a las justas leyes […]” (Hernández Dávalos. T. II, p. 134).
Al observar estos datos me pregunté ¿cómo pudo el padre González estar enterado de aquella circunstancia? Y supuse que, tal y como lo habrían de declarar Allende e Hidalgo en los juicios militares a que fueron sometidos al año siguiente en Chihuahua, fue porque el cura de Dolores se estuvo carteando con algunos de numerosos alumnos y compañeros del Colegio de San Nicolás, para invitarlos a formar parte del movimiento. Y que cuando menos a uno de los de Colima “se le soltó la lengua”, y llegó a González la información.
Por otra parte, y sólo para mostrar otro ejemplo de cómo se dividió el clero colimote en aquellos días, quiero mencionar que mi colega y amigo, José Manuel Mariscal Olivares, Cronista Municipal de Ixtlahuacán, Colima, se encontró en los viejos libros parroquiales unos interesantes datos sobre dos curas de allá mismo, que participaron en ambos bandos.
Al seguir esas pistas de aquellos curas, Mariscal tuvo que ir al Archivo de la Arquidiócesis de Guadalajara, en donde se encontró con una especie de “relación de méritos” que, aun cuando fue redactada el 15 de julio de 1812, en la capital de Nueva Galicia, nos da una prueba documental de lo que estamos comentando, puesto que dice:
“Los europeos que suscribimos la presente […] certificamos: que el bachiller, don José Felipe de Sierra, cura del pueblo de Ixtlahuacán de los Reyes, desde que tuvo noticia de la insurrección que levantó el rebelde Miguel Hidalgo y Costilla, se manifestó muy adicto a la justa causa, predicando a su favor e instruyendo a sus feligreses, para liberarlos del contagio y mantenerlos obedientes al legítimo gobierno; que habiendo llegado la revolución a su feligresía y a la Villa de Colima, levantó tropa para defender aquellos lugares y expeler (expulsar) a los perturbadores; que con las armas en la mano libertó las vidas y los intereses de los europeos que pudo; que su familia, corriendo peligros, libertó también en esta capital, más de treinta europeos; que ha servido voluntariamente como capellán del ejército del rey, y que su notorio patriotismo lo tiene acreditado no sólo con ese motivo, sino muy de antemano, pues cuando han llegado a la costa de Colima buques extranjeros, ha sido el primero que se ha presentado para defender a ese punto”. (Olveda, p. 153, y José Manuel Mariscal Olivares, en “Ixtlahuacán en el Bicentenario de la Independencia de México”, p. 76 y 77).
Un cura realista, pues, del que volveremos a comentar un poco más adelante.
LA “REBELION DE ALMOLOYAN”.
Pero la división de la que comento no se manifestó nada más en eso, puesto que cuando sólo había transcurrido una semana de que los milicianos de Colima partieron a Guadalajara, el domingo 8 de octubre se generó (apoyado por algunos presbíteros), en el pueblo vecino de Almoloyan, el primer movimiento local que originalmente se creyó en apoyo a la rebelión iniciada en Dolores. Movimiento, más bien conato, que aun cuando fue sofocado inmediatamente por el subdelegado Juan Linares, vale la pena conocer, por cuanto nos muestra el grado de inquietud que nuestros antiguos paisanos tenían en aquellos días:
De conformidad con el expediente que sobre ese caso publicó don José María Rodríguez Castellanos, el subdelegado actuó rapidísimo, y al iniciar la noche del lunes 9 ordenó a los integrantes de la ronda que se apresuraran a capturar a todos los individuos que, según los informes que recibió, habían participado en el evento del 8, dedicándose él mismo, durante la madrugada del 10 y parte de los días siguientes, a interrogar a todos los que finalmente lograron aprehender.
El documento se conformó a base de las declaraciones particulares de aquellos sujetos, y como son diferentes versiones, se dificulta la comprensión y la relación de los hechos, pero, luego de darme a la tarea de leerlo completo al menos tres veces, estoy en posibilidades de afirmar que la mayoría de los participantes fueron “indios principales de la República de Almoloyan” y que éstos estaban en contacto con cuatro sacerdotes que ahí se nombran, y que citaré en la parte correspondiente.
El asunto fue que, tal y como lo advirtió Rodríguez Castellanos al hacer la primera publicación sobre ese conato de revuelta, todo habría iniciado tras una información equívoca. Pero como quiera que haya sido, del interrogatorio en comento extraigo el resumen siguiente:
La tarde del sábado 7 de octubre de 1810, “un ministro del Juzgado” de la Villa de Colima se presentó en “la casa de la comunidad” del pueblo de Almoloyan para pedir prestado el tambor que solían utilizar para ir por los barrios difundiendo los pregones oficiales. Pero estando la casa vacía, el hombre tocó en la puerta de la casa de al lado, de donde salió una mujer que le preguntó al “ministro” para qué necesitaban dicho tambor, y éste le respondió: “[Porque] en esta villa iban a juntar gente, para que estuvieran en prevención porque ya se acercaba el enemigo”.
Recado que ella pasó esa noche, o al amanecer del domingo 8 a su marido, quien lo habría transmitido a su paisano “Pedro José Guzmán, alcalde de la República de Indios de Almoloyan”, preocupándolo.
En la tarde, viendo la gravedad que pudiera tener el asunto, Guzmán mandó llamar a su casa a los principales del pueblo, para comunicárselos de viva voz, y como sabían que desde una semana antes ellos y los habitantes de la villa se hallaban “solos y sin el resguardo de las armas, por haber salido para Guadalajara las Compañías de Milicias que aquí había”, se quedaron, según se lo comentó a Linares en el interrogatorio, “sobresaltados y sin saber qué hacer”. Pero que, al rato, “resolvieron irse al centro [del pueblo] para defender la iglesia en caso de algún [posible] asalto”. Y que, ya estando ellos ahí, por ser domingo y andar otra gente paseando, la noticia cundió en todo el vecindario, de tal manera que comenzaron a llegar más y más gentes, no sólo de la comunidad “de los naturales sino […] una multitud de los demás vecinos españoles y de otras castas, hasta que, viendo que no resultó cosa alguna de lo que se esperaban, se retiraron [ya noche] cada uno a sus casas”.
Por su parte, Juan de los Santos Cruz, “casado, labrador, operario y escribano de la República de su pueblo” añadió que, habiendo estado ese domingo enfermo de calentura, fue requerido dos veces [por mensajero] para reunirse con el alcalde y los demás principales, pero que como se sentía muy mal no quiso ir, hasta que “en nombre del Rey lo hicieron levantar de su cama y se lo llevaron [a fuerzas …]”. Habiendo notado que el asunto de gravedad que oyó decir a los principales era el de la sublevación de “otros pueblos allá arriba (sic) contra los Gachupines porque éstos eran en contra del Rey, y temían que sucediera aquí lo mismo, por haber muchos”.
Señaló también que, cuando ya se había dispersado la multitud, los principales se volvieron a reunir discretamente en la casa del alcalde para comentar el asunto y, para consultar con el presbítero, don José Antonio Díaz, a quien, al parecer, por conocerlo de muchos tiempo atrás, le tenían mucha confianza.
Continuó diciendo que como varios de ellos llegaron a considerar que la noticia de que los gachupines estuviesen en contra del rey pudiera ser cierta, decidieron prevenirse “para defenderse de ellos”, y con “este fin” emitieron una “convocatoria a los demás pueblos [indios] para” exponerles la situación, y tratar de organizar, junto “con ellos y con el auxiliar de justicia [correspondiente] la defensa de nuestro Rey”. Convocatoria que él mismo, cumpliendo con su función de escribano de la república, se vio obligado a redactar en dos tantos. Y de la cual, el lunes en la mañanita, se habían enviado, una directa a [Comala y] Suchitlán, y otra, “por cordillera”, a Juluapan, Zacualpan y Coquimatlán, así como a Tamala, Ixtlahuacán y Caután, aunque no era lo usual que se comunicaran con estos tres últimos tres pueblos.
Agregó también que cuando terminó su tarea y ya estaba por irse a su casa, un tal Ruiz le “encargó que guardara sigilo, de manera que ni a su mujer ni a ninguna otra persona comunicara el asunto, hasta que llegara el caso de hacerse público”. Manifestando que como el padre Díaz les había ampliado la información, en el sentido de que se habían sublevado otros pueblos, era aconsejable mantener la discreción, y que se reunieran todos los pueblos indios del área para estar prevenidos en caso de que hubiese necesidad de tener que pelear para defenderse.
Y señaló, asimismo, que el lunes 9 en la tarde, cuando regresó “de la labor donde estaba trabajando […] se halló con la novedad de que en el Cementerio” de Almoloyan “se habían [nuevamente] juntado el alcalde y todo el común [del pueblo] con bastante gente de razón (designación usual para los criollos) y otras castas”, porque, según habían oído decir, “el enemigo había llegado [incluso] al barrio del Manrique”. Barrio situado en el extremo oriental de la Villa de Colima.
Luego, cuando el subdelegado le preguntó quiénes más estaban “entre aquel pelotón de gentes”, Juan de los Santos respondió que todos los principales del pueblo, junto con “los presbíteros D. Francisco Cruz, D, José Antonio Valdovinos y D. José Antonio Díaz”.
Y al interrogarle sobre el papel que desempeñaron esos curas en la reunión, el escribano respondió que eran ellos los que “decían generalmente a todos los demás qué era lo que debían hacer, [para] juntarse y estar prevenidos para la defensa, hasta morir por Dios, por nuestra Santa Fe y por nuestro Rey”, y que esto último “se lo oyó decir [… también] a un hombre que no conoció, y que le dijo al padre Díaz que esa era muy poca gente para la defensa”. Respondiéndole el capellán de Almoloyan, que “ya estaban citados los demás pueblos”.
Otro de los declarante agregó que, en ese mismo momento, de manera coincidente, llegó al cementerio en su mula, el clérigo de mayor jerarquía en la parroquia de Almoloyan: se llamaba Isidoro Reinoso.
Por razones que no explicó, el padre Reinoso había permanecido durante un día o dos en la Villa de Colima, pero se regresó a Almoloyan cuando alguien le informó del alboroto que se había generado en su curato, informándoles a los ahí reunidos que el tambor que solicitó “el ministro del juzgado” no fue, como dijo la mujer, para pregonar la llegada del supuesto enemigo, sin para anunciarle a ciertos “indios y gente de razón” que habían quedado exentos del pago de equis tributo. Por lo que la gente, ya calmada, se volvió a retirar a sus viviendas.
Antes de terminar el interrogatorio a De los Santos, el subdelegado le preguntó quién o quiénes “de los naturales” estaban moviendo a toda esa gente, y aquél terminó diciendo, que era su paisano José Manuel Ruiz. Cuya interesante declaración tendremos oportunidad de conocer en el capítulo siguiente.
1.- Tras de saberse que la rebelión insurgente había estallado en Dolores, las idas y vueltas de los correos del Camino Real se incrementaron entre Guadalajara y Colima (y viceversa).
2.- En cuanto se enteró del asunto, el padre Felipe de Sierra, cura de Ixtlahuacán, “levantó tropa” y se alistó como “capellán del ejército del Rey”. (Foto reciente).
3.- El día 7 de octubre se comenzó a generar en Colima un alboroto porque supuestamente “el enemigo ya estaba cerca”.
4.- Éste es un croquis de 1814, en cuyo centro se ven el templo y los demás espacios de San Francisco de Almoloyan, en donde “los indios de la república” tomaron el acuerdo de defender al rey, a la religión y al “gobierno legítimo”.
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