VISLUMBRES
PRELUDIOS DE LA CONQUISTA
Capítulo 40
Profr. Abelardo Ahumada González
“TODOS ERAN UNOS”.
En el capítulo anterior transcribí con acotaciones la frase que, según la “Crónica Mexicáyotl”, utilizó Axayácatl para explicar a sus aliados porqué quería ir a “probarse contra de los michoaques”.
La frase acotada es: Tanto “los mexitin (sic), (como los) mexicanos, (y los) chichimecas (…) eran todos unos”. Pero la original dice: “eran todos unos, los mexitin, mexicanos, chichimecas”.
Y recalco este asunto porque, tras haber analizado el contexto en que se produjo esta expresión, todo parece indicar que cuando Axayácatl se estaba refiriendo a los “mexitin”, se estaba refiriendo a los “mexicas”, y que cuando él, o uno de sus copistas escribió “mexicanos”, en realidad había querido decir los “mechuacanos”, para que su frase hubiese quedado así: “Eran todos unos, los mexitin, (los) mechuacanos, (y los) chichimecas”.
Todo eso porque estando Axayácatl delante del Cihuacóatl Tlacaélel, él mismo les habría dicho a los reyes presentes en la asamblea, que por tradición sabía que cuando sus ancestros iban (en la peregrinación) “a poblar a Tenuchtitlan, se había quedado gran parte de ellos con sus mujeres en la parte que llaman Pátzcuaro, que es ahora Mechoacan, y son llamados tarascos”.
Colateralmente, me permito recordar a los lectores que cuando hicimos referencia al origen del pueblo tarasco, constatamos que en “La Relación de Michoacan”, a los mexicanos que llegaron a las orillas del lago de Pátzcuaro y se casaron después con mujeres isleñas, los nativos de esa región los llamaban “chichimecas uacúsecha”, y que siempre que iniciaban una ceremonia religiosa o algún preparativo de la guerra, a los primeros que invariablemente mencionaban eran a los chichimecas que incluso antes de Tariácuri, habían contribuido a fundar la dinastía gobernante de Tzintzúntzan.
Información que, asociada con otros datos sueltos que aparecen en diversos códices y crónicas ya mencionados aquí, me llevaron a establecer la diferenciación de que así como hubo unos “aztecas que fundaron Tenochtitlan”, hubo “otros aztecas que nunca llegaron al lago de Texcoco”. Siendo a varios de esos pueblos a los que los michoaques denominaban indistintamente como “téquecha” o tecos.
CUANDO LOS TECOS SE REBELARON.
En el capítulo anterior comentamos que un poquito tiempo después de que Harame (o Zuangua) regresó triunfante a Tzintzúntzan, luego de propinar una terrible y humillante derrota al ejército de la Triple Alianza, “llegaron varios correos del rumbo de Jacona, participándole una nueva sublevación de los tecos”. Y que como él todavía no liberaba al ejército de sus obligaciones, aprovechó que todavía estaba reunido para enviar una parte al menos de ese gran contingente a combatir esta “nueva sublevación”.
Y ahora digo esto porque infiero que con todo y lo fuertes y organizados que hayan podido ser los tecos, Zuangua sabía muy bien que de ningún modo se podía comparar el poderío de éstos con el de los guerreros de la Triple Alianza, y deduzco también que sólo envió a una parte de su ejército, dejando otra en reserva por lo que se pudiera ofrecer.
UNA GRAN PARADOJA HISTÓRICO-RELIGIOSA.
Por otra parte, en ese mismo contexto, hubo un “detallito” sobre el que les pido a los lectores que enfoquen sus miradas: Éste se ubica en el punto en que los viejos de Pátzcuaro le informaron a fray Gerónimo de Alcalá que una de las principales acciones que sus antepasados solían realizar cuando iban a sus guerras, era la de llevar “todos los cautivos (que hubiesen podido capturar) a la ciudad de Mechuacan” (es decir Tzintzuntzan), para sacrificarlos “en los cúes (templos) de Curícaveri y Xaratanga”, con el sagrado propósito de “darle de comer al sol, a los dioses del quinto cielo y de las cuatro partes del mundo”, y con la muy utilitaria idea de “comulgar” como quien dice con ellos, puesto que posteriormente cocinaban “aquellas carnes” para comérselas.
Costumbre que según el padre Tello, no habían tenido los pueblos que vivían en las islas y en las orillas del lago de Páztcuaro hasta antes de que llegaran allí “los mexicanos”, quienes sí la tenían desde que iban en su peregrinaje. Siendo por eso que cuando Tello escribió de este asunto en su “Crónica Miscelánea”, dijo que a los isleños de Pátzcuaro “se les pegó la idolatría que hasta allí (hasta entonces) no habían usado”. Tomándola, o copiándola, por decirlo así, de los chichimecas mexicanos que fundaron Mechuacan y que llevaban consigo esa deidad solar (Huitzilopochtli), a la que, con el tiempo, los tarascos nombraban Curícaveri.
Y con esto quiero indicar lo paradójico que resultó el hecho de que los mexicanos hayan inculcado esa práctica a los tarascos, puesto que una buena parte de los varios miles de los guerreros cautivos que los michoaques y los matlazincas sacrificaron en 1479 en Tzintzúntzan, eran descendientes de aquéllos que los indujeron a realizar tan sanguinarios ritos.
A esas grandes comilonas de carne humana tanto los primeros como los segundos las llamaban “fiestas”, y aunque a nosotros todo eso nos pueda parecer abominable, a muchos de ellos, dentro de su contexto sociocultural y religioso, les parecía lo más natural, teniendo muy en claro, además, que así como cuando triunfaban les tocaba comer a sus prisioneros, así también un día (¡por designio de los dioses!) les podría tocar ser ellos los capturados y comidos.
Y si me detuve en estos detalles necrológicos fue porque entendí que, si Harame no había aún “licenciado” a su ejército cuando los “correos del rumbo de Jacona” le llevaron la noticia de que los tecos se habían sublevado de nuevo, fue porque él y sus soldados estaban, como quien dice, ¡en plena fiesta!
Él, actuando en este caso también como sacrificador, y sus soldados bebiendo pulque y comiendo de “aquellas carnes”, eufóricos todavía por el sonado triunfo que habían logrado al vencer al otrora imbatible ejército de la Triple Alianza.
UNA ANTIGUA RIVALIDAD.
Otro asunto que debo resaltar aquí es el de que si la noticia que Zuangua recibió hablaba del surgimiento de una nueva rebelión teca, esa misma nota nos debería llevar a entender que hubo otra u otras viejas insurrecciones. Pero ¿Cuándo fueron, o pudieron haber sido una u otras?
La más nueva, estaba siendo poco después de que se confrontaron en Taximaroa el ejército de Axayácatl contra el ejército de Zuangua, y eso nos da, de conformidad a cronologías ya referidas, el año de 1479.
Mientras la que parece haber sido la primera de ellas, habría ocurrido (como lo comentamos en el Capítulo 30), “alrededor de 1450”, luego de que el rey “Tangáxoan y un hijo de su hermano Hirepan y otros generales” decidieron consolidar y ensanchar sus dominios a costa de los territorios tecos. Habiendo atacado y sometido en primera instancia a los tecos (o téquecha), de Zacapu, y enseguida a todos los demás que de esa misma denominación “tribal” existían hacia el poniente, llegando incluso, y al parecer por primera ocasión también hasta los pueblos situados en los alrededores del lago de Chapalac y de las lagunas de Tzacoalco, Tzayolan y Tzapotlan.
Y la segunda rebelión habría ocurrido (tal y como se refirió también en el Capítulo 36) hacia 1470, cuando, luego de haber sido coronado Tzitzicpandácuare, y estando precisamente en Zacapu, de visita “oficial” con el Sacerdote Mayor, o Petámuti, que ahí habitaba, llegaron dos mensajeros distintos para anunciarle, por una parte, que su tío Hirepan estaba agonizando y, por otra, que “los tecos que habitaban en el Poniente del imperio” acababan de promover “una nueva y general insurrección” en contra del dominio tarasco.
Así, pues, estamos hablando de que la insubordinación teca de 1479 era la tercera. Por lo que podemos muy bien tener la seguridad de que entre los tecos y los michoaques había una muy vieja rivalidad, no obstante que tiempo atrás habían sido no nada más amigos y aliados, sino que se reconocían como parientes, y practicaban un culto religioso similar. Tanto que, como lo refieren también otras fuentes michoacanas, en Zacapu, antigua capital de los tecos, estaba la gran piedra de obsidiana que para ellos representaba al dios Curícaveri, y ahí radicaba en tiempos de Tzitzicpandácuare el sumo sacerdote de ese culto.
VAGAS NOTICIAS DE UNA NUEVA CONQUISTA.
En dos o tres momentos anteriores (y muy concretamente en el Capítulo 29, publicado el 13 de enero pasado) cité este confuso pero sugerente párrafo de “La Relación de Michoacán”: “Tzitzicpandácuare hizo algunas entradas hacia Toluca y Xocotitlan, y le mataron en dos veces diez y seis mil hombres… Otras veces traía cautivos… Otra vez vinieron los mexicanos a Taximaroa y la destruyeron en tiempo del padre de Motezuma… y Tzitzicpandácuare la tornó a poblar… Y tuvo sus conquistas hacia Colima y Zacatula y otros pueblos, y fue gran señor, y después dél (sic) su hijo Zuangua ensanchó mucho su señorío”.
Y, a partir de ese capítulo, ya referimos todo lo que pudimos averiguar sobre la guerra que tuvieron los mexicanos contra los michoaques (y los matlazincas) tanto en Toluca como en Taximaroa y lugares aledaños, por lo que ahora nos toca fijar la atención en la parte que dice: “(…) Y tuvo sus conquistas hacia Colima y Zacatula y otros pueblos…”
Pero cuando traté de hallar algunas fuentes documentales que me pudieran ilustrar sobre dichas conquistas, me topé con el hecho de que, exceptuando unos párrafos que publicó Eduardo Ruiz en 1891 (y que más adelante les presentaré), no he podido encontrar, ni en Colima, ni en Jalisco, ni en Michoacán, ningún otro testimonio escrito que diga más que la muy escueta “Relación”.
El otro problema es que los párrafos que publicó el señor Ruiz tampoco fueron referenciados, aunque él afirma que para redactarlos se basó en una larga tradición oral y en ciertos documentos michoacanos que da la impresión de haber tenido a la vista, pero que tampoco mencionó.
No obstante lo anterior, la narración que él presenta no sólo es consecuente con lo indicado por “La Relación”, sino que ilustra muy bien el espacio geográfico y la ruta más lógica que podría haber seguido el ejército michoaque, y tampoco se opone a la dinámica de los hechos que estaban aconteciendo en aquellos tiempos en nuestra región, aparte de que coincide con los que se registraron ya en pleno siglo XVI, cuando los michoaques convinieron una inesperada alianza con los españoles para participar, de manera conjunta, en la conquista de los territorios donde mandaban “los señores de Colima” y de otros pueblos a los que aquéllos consideraban sus enemigos, y que ahora pertenecen al estado de Jalisco.
Los acontecimientos que ahí se describen fueron calendarizados por Ruiz durante el mandato de Tzitzicpandácuare, pero como “La Relación” en la que fundamentalmente se basan no nos presenta ningún referente cronológico que nos pudiera servir para precisar el año en que se llevaron a cabo, yo los ubico un poco después (o inmediatamente después) de que los mexicas, capitaneados por el muy joven Axayácatl se enfrentaron por primera ocasión en Toluca contra los matlazincas que luego le fueron a pedir asilo al “Caczoltzin” Tzitzicpandácuare, quien como ya dijimos, se los concedió en Charo, con la condición de que más tarde, cuando se necesitara, lo apoyaran a él “con gente de guerra”. De tal modo que si mis cálculos son exactos, estaríamos hablando de algún momento de 1476 y tal vez de algunos meses de 1477, porque lo que se afirma que realizaron no se pudo llevar a cabo en unos cuantos días, ni siquiera en unas pocas semanas.
Aparte, por ciertos detalles que dichos párrafos contienen, uno puede muy bien conjeturar que Tzitzicpandácuare tenía pleno conocimiento de que “el reino de Zacatula” no sólo había sido fundado por un antiguo grupo de familias de habla nahua, sino de que en aquellos precisos momentos su cabecera, ubicada justo al cauce del caudaloso Río Balsas, era un verdadero puerto de río, ¡una guarnición azteca!, un bastión mexicano que le había impedido hasta entonces al pueblo michoaque tener su libre acceso al mar.
LA GUERRA CONTRA ZACATULA Y COLIMA.
Ya he dicho que don Eduardo Ruiz tenía estilo muy parecido al que casi como una moda tuvieron varios de los redactores románticos del siglo XIX, pero independientemente de ello creo que debemos consignar su escrito por la valiosa información que aporta, y quedarnos nada más con eso.
Los hechos resumidos hablarían de que Tzitzicpandácuare primero emprendió la guerra contra de la guarnición azteca acantonada en la cabecera del “reino de Zacatula”, y luego, tras de avasallar a todos los pueblos de la costa, se ocuparía después en someter a los de Colima, Zapotlán y otros más, situados en los alrededores de los Volcanes.
Y la información previa que manejan es que dicho rey habría convocado a su gente de guerra en Tzintzúntzan, desde donde, tras realizar las consabidas ceremonias para que sus dioses les fueran propicios en las batallas, saldrían todos hacia la región conocida como “Tierra Caliente”, para reunirse en Huetamo con otra fracción del ejército. Punto desde el que, siguiendo: “su camino por las márgenes del caudaloso Río de las Balsas”, tenían la intención de caer “sin ser esperados, en las poblaciones del reino de Zacatollan”, cuya capital, sorprendida por el numeroso ejército atacante, se rindió prácticamente sin pelear. Quedando obligado su cacique a pagar un “tributo en maderas preciosas, polvo de oro, algodón y conchas”.
Todo ello además de que “en lo de adelante – escribió Ruiz con un muy mal manejo de los tiempos verbales- Michoacan no sólo tendrá dominio en los lagos: (sino que) su soberanía alcanza hasta donde las olas de un mar tumultuoso se deshacen en tumbos de blanquísima espuma o penetran con furor y horrísono estruendo en la inmensa oquedad de la gigante roca llamada Tlacoyunque”.
Con tales palabras el historiador michoacano nos estaba diciendo que el pueblo tarasco tenía ya, expedito, su camino al mar; que sus dominios se acababan de extender hasta la desembocadura del Balsas y que se dirigían ya hacia Colima, puesto que llegaron a una remota playa (que hoy pertenece al municipio de Coahuayana), en cuyos acantilados existió, hasta hace muy poco, una cueva con “boca” al nivel del mar, y en la que cuando olas muy altas entraban a ella violentamente, se producía un estampido con resonancias de bajo profundo al que los lugareños mencionaban como el “Trueno de San Telmo”, trueno cuyo eco a mí me tocó escuchar varias veces, de niño, cuando vivía con mis padres en el otrora diminuto y silencioso pueblo salinero de Cuyutlán.
Continuará.
1. Si Zacatula fue fundada en por los toltecas y fue paso casi obligado para las posteriores “peregrinaciones nahuatlacas”, no es extraño que en 1476 haya sido una guarnición azteca.
2. No debe haber sido fácil para el ejército tarasco trasladarse (evidentemente a pie) por unas costas tan llenas de cerros, acantilados y desembocaduras de ríos. 3. Varias veces me ha tocado estar en la Playa de San Telmo, Michoacán, en donde Eduardo Ruiz situó con gran precisión “la oquedad de la gigante roca llamada Tlacoyunque”. 4. Desde los acantilados de San Telmo se alcanzan a ver, no demasiados lejos, las playas colimotas.
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