miércoles, 18 de noviembre de 2020

Vislumbres Preludio de la Conquista Capitulo 21; "Aquí estuvo el convento de San Francisco"

VISLUMBRES
PRELUDIOS DE LA CONQUISTA
Capítulo 21
Profr. Abelardo Ahumada González
“AQUÍ ESTUVO”.

En un pequeño rincón del jardín que está en lo que fue el atrio del templo de San Francisco, en Guadalajara, existe un gran cubo de cantera toscamente labrado, que sirve como pedestal de un busto de bronce en el que aparece la cabeza de un individuo calvo vestido como sacerdote que, visto desde lejos, parecería ser el padre Hidalgo, pero que no lo es porque, cuando se acerca uno, mira una loseta cerámica, de las que son muy diestros para trabajar los alfareros de Tonalá y Tlaquepaque, en la que muy bellamente enmarcadas por una guirnalda de margaritas, aparece el siguiente letrero: “Aquí estuvo el convento de San Francisco, donde Fray Antonio Tello escribiera su Crónica Miscelánea de la Santa Provincia de Xalisco”. 
A pocos metros del cubo, justo en la parte oriental del templo, hay unos hermosos arcos que son (o representan) los que originalmente tuvo el claustro del convento que, durante más de dos siglos fue un importantísimo espacio socio-cultural y religioso que se dedicó a velar por el bien de los pocos pueblos indios que quedaron con posterioridad a la conquista y a la violenta “pacificación” que los conquistadores hispanos les impusieron.
Recalco esto porque, como lo recordarán quienes hayan leído el capítulo anterior, resulta que el mencionado Fray Antonio Tello, miembro de la Provincia Franciscana de Xalisco, erigida en 1606, no sólo estuvo viviendo y trabajando en el Convento de Guadalajara, sino en el de Almoloyan, Colima, “desde octubre de 1634 hasta diciembre de 1636”… Como “guardián y doctrinero”. 
Según lo descubrió el presbítero e historiador colimense Florentino Vázquez Lara Centeno, al revisar los muy antiguos legajos que hoy forman parte del Archivo Parroquial de Villa de Álvarez, y que antes fueron del convento colimote.
En abono a lo expuesto, y para enriquecer las biografías que sobre Tello se han escrito en España y en Jalisco, el muy metódico, pero nada estridente padre Vázquez Lara, descubrió también otros documentos de la época que nos dan muy clara luz sobre la gran despoblación de indios que desde poco más de un siglo atrás, se había producido en el territorio que atendían asimismo estos religiosos, señalando, por ejemplo, que de los miles de naturales que existían en el Valle de Colima cuando los europeos irrumpieron en el sitio, en Almoloyan sólo había, según un padrón levantado por los frailes en 1634: “40 indios tributarios” (equivalente a jefes de familia); en Coquimatlan 30, en Nahualapan 50, en Queztalapan 25, en Zacualpan 20, en Comalan 20, y “por “primera vez” en la documentación parroquial, en Xochitlan o Suchitlan, 12. 
Colateralmente, Vázquez Lara afirma haber tenido en sus manos una  muy “interesante carta” escrita por el franciscano, fechada “el 18 de enero de 1636 (cuando ya había conocido toda nuestra región), en la que dice que los indios de acá son recios, fuertes, gordos”, y que no estaban afectados por la epidemia de “cocolixtle”. 
Años después, cuando ya estaba escribiendo el Tomo IV de su “Crónica Miscelánea”, el padre Tello recordó su estancia en los diferentes conventos que estuvo y, para mejor comprensión de los posibles lectores de los apuntes que estaba redactando, dice Vázquez Lara, que “hablando en general, el mismo Tello relató cómo los franciscanos solían llevar a cabo” su trabajo con los indios, señalando, por ejemplo, que “la enseñanza de la doctrina cristiana corre (o corría) por cuenta del padre guardián, aunque haya de ordinario otros religiosos” en cada convento. 
Lo que equivale a decir que cuando él estuvo en Almoloyan, precisamente como padre guardián (o párroco), fue el responsable de que a los almoloyenses se les siguiera enseñando el catecismo, y “a leer y escribir” en castellano. Apoyándose para todo eso en “un indio ladino” (que hablaba muy bien el náhuatl y el castellano), y en algunos muchachos y muchachas de mayor edad, que ya estuvieran más avanzados en tales conocimientos. Trabajando durante dos horarios al día: “En la hora prima” (6 a. m.) para los adultos, “y por la tarde”, en la hora de “las vísperas (6 p. m.), a muchachos y muchachas”. Debiendo todos asistir “por la noche a rezar” al templo.

GRANDES INFORMANTES, NUTRITIVAS INFORMACIONES.

No crean, lectores, que al referirme en forma tan detallada a la vida y obra de Fray Antonio Tello he perdido la brújula y que ya no sé qué hacer o decir sobre el tema fundamental que he venido desarrollando; sino que, por el contrario, me detuve en esto con toda intención, tras considerar que, siendo el padre Tello un hombre tan lleno de curiosidad por saber todo lo que pudiera acerca de la vida y los orígenes de sus feligreses indígenas, DEBIÓ DE HABER INDAGADO ENTRE LOS QUE CONVIVIÓ (como también lo hicieron otros religiosos de su orden), las particularidades concernientes a sus propios pueblos.
Al llegar a este punto quiero mencionar que este “debió de haber” no es una mera suposición u ocurrencia mía, sino una inferencia basada en lo que algunos de los investigadores que más han estudiado la obra de Tello afirman. Señalando, por ejemplo, que antes de ponerse él mismo a escribir, leyó a “Fray Bartolomé de las Casas, a los cronistas Juan de Torquemada, Francisco López de Gómara y Antonio de Herrera”, y que, igual, RECOGIÓ “MULTITUD DE ANÉCDOTAS TRANSMITIDAS POR TRADICIÓN ORAL”. 
A lo anterior, basándome en mis propias investigaciones, añado que el padre Tello parece haber leído también algunos de los apuntes que de fray Bernardino de Sahagún estaban resguardados en el Convento de San Francisco, de México, y conocido algunos códices, porque según lo que Figueroa Torres leyó, fray Antonio mencionó  haber “visto unos Anales que tenían los indios”. 
Y todo esto lo re-afirmo porque al revisar el capítulo III del Tomo Segundo, advertí que al menos dos de esas importantes fuentes están detrás de lo que allí escribió, o que, en su caso, una gran parte de las anotaciones que en ese capítulo hizo, estaban basadas en una muy añeja tradición oral que todavía corría de voz en voz entre los indígenas de los pueblos que él mismo trató a partir de 1619. 
Tradición que, junto con la “multitud de anécdotas” que recopiló, tuvo que haber recogido de los tecles o tatamandantes (señores de mayor edad y conocimiento) que había en los alrededores de los conventos en que le tocó trabajar desde que llegó a Zacoalco. 
Todo ello sin mencionar aún que, habiendo él vivido durante 34 años seguidos en las Provincias de Nueva Galicia y  Colima, debió de sostener, también, inquisitivo como era, larguísimas conversaciones con sus compañeros (frailes) más viejos, y con los criollos y los españoles que habitaban en todas esas partes. Como se deduce con sólo mirar el índice de los cinco tomos que se conservan de su gigantesca obra.

DOS SIGLOS PERDIDA.

Así, pues, y pese a lo que se ha dicho de él, en el sentido de que con alguna frecuencia no supo “discernir entre lo que podía ser verdadero o falso de las informaciones que fue obteniendo”, y de que su obra está “salpicada y sembrada de absurdos e incongruencias”, lo cierto es que nos estamos enfrentando a UN TESTIGO DE ALTÍSIMA CALIDAD QUE VIO, OYÓ Y PUSO POR ESCRITO IMPORTANTÍSIMOS DETALLES QUE NADIE MÁS TUVO EL TINO DE REGISTRAR. Todo esto a tal grado que, sobre lo que sucedió en algunos asuntos muy específicos, la única fuente de que se dispone son sus apuntes.
Pero ¿Qué más aparte de lo citado por Figueroa Torres, había escrito el padre Tello sobre el tema que nos ocupa?
Cuando me decidí a buscar un ejemplar de Tomo II de la obra de Tello, me enteré de que, cuando fray Antonio finalmente falleció “su crónica quedó guardada en el archivo del Convento de Guadalajara” y que después, simplemente, desapareció. 
Hablando sobre esto último, y basándose en algunas pistas que logró seguir, la investigadora Cristina González Hernández, de la Universidad Complutense de Madrid, afirma que la obra “volvió a aparecer” (no dice dónde) “en 1859”. Siendo publicada por primera ocasión “en 1871”, por un señor que se llamaba “Eufemio Mendoza en su Colección de Documentos para la Historia de México”. Dato que, de ser cierto, nos estaría indicando que ¡durante poco más de dos siglos, la obra del padre Tello habría quedado oculta a los ojos de cualquier gente! Aunque, por otra parte, el doctor José María Muriá, se animó a decir que no es que hubiera quedado oculta o perdida, sino que fue leída, pero no citada por al menos dos muy notables historiadores de los siglos XVII y XVIII, como el tapatío “Matías de la Mota Padilla” (1688-1766), quien, según eso, “copió de él (de Tello) a su antojo, para la elaboración de su Historia de la Nueva Galicia en la América Septentrional, concluida en 1742”. Y como lo hizo, “en menor grado, el franciscano madrileño Pablo Beaumont (nacido en Madrid, hacia 1700, y muerto en Valladolid, hoy Morelia, alrededor de 1778), para su “Crónica de Michoacán”.
Pero como quiera que todo esto haya sucedido, lo cierto es que la obra de fray Antonio Tello sólo se empezó a conocer en nuestra región hasta que don José López Portillo y Rojas, tapatío también, y abuelo del que, con el mismo nombre, después sería presidente de México, la mandó editar otra vez en 1891. Siendo, a la fecha, una obra muy rara, que yo vanamente intenté conseguir.
Con el tiempo, sin embargo, me enteré también de que en 1968 el gobierno del Estado de Jalisco mandó hacer una edición más moderna de dicha obra y, motivado por eso, hace como 20 años hice viaje especial  a Guadalajara, para conseguir un ejemplar del mencionado Tomo II, pero no lo hallé suelto en ninguna librería del centro, y como en la única en donde estaba la colección completa me la quisieron vender en varios miles de pesos, me quedé sin poder abrevar en tal documento. Hasta que, hace apenas unos poquitos días, y gracias a la Internet, me encontré una página de la “Biblioteca Digital AECID”, en la que aparecen novecientas y tantas fotografías en formato jpg, correspondientes a cada una de las páginas del Tomo II de la “Crónica Miscelánea” editada en 1891. 

“NADA NUEVO HAY BAJO EL SOL”.

Páginas de las que muy dificultosamente rescaté las correspondiente al Capítulo III, encontrándome con que, como decía el sabio judío que escribió el libro del “Eclesiastés”: 
“Nada nuevo hay bajo el sol”, porque CONTRA LO QUE CUALQUIER HISTORIADOR MODERNO PODRÍA TAL VEZ CREER, el adelantado fraile ya estaba mencionando, ¡en la primera mitad del siglo XVII!, que la primera raza que habitó el ámbito que hoy abarcan los territorios de Jalisco, Colima, Aguascalientes, Nayarit y buena parte de Zacatecas “era gente más bárbara que la mexicana”. Y que a “los mexicanos”, que habitaban “en las partes del Norte o Septentrión, les sacó de su patria no sólo el apetito de aumentar sus términos”, o dominios, “sino la destemplanza de aquellas regiones de tierras estériles”, obligándolos a salir a buscar “la comodidad que se seguía” de encontrar un sitio en el que pudieran “pasar la vida sin desnudez ni hambre”.
No conforme con eso, el padre Tello agrega que, estando aquellas gentes con “esos pensamientos, se les apareció el demonio en Aztatlán, que era la tierra que habitaban… a dos indios principales, llamados Tecpatzin y Huitziton, y les mandó saliesen de aquella tierra estéril y desabrida”.
Si nos detenemos un poco a revisar este párrafo, habremos de notar que el padre Tello menciona expresamente al demonio. Siendo ésta una de las causas por las que se le ha acusado a Tello de no saber “discernir entre lo que podía ser verdadero o falso de las informaciones que fue obteniendo”. Aparte de que, – según afirma un tal Cándido Pérez, citado por Muriá-, el fraile trató de trasplantar y adaptar “mitos del Viejo Mundo” a “la tradición aborigen” del “Nuevo”. 
En este sentido, y basándome en los renglones a los que he tenido acceso, yo mismo vi que cuando el franciscano estuvo trabajando en el capítulo III del Tomo Segundo, muy claro dio a entender que todo cuanto le aconteció a los mexicanos era obra “del demonio”. 
Añadiendo en otro párrafo, que Lucifer se habría atribuido ante ellos de “todo aquello que cuenta la Sagrada Escritura de Dios”.
Pero si asumimos y entendemos que siendo él un fraile español no pudo sustraerse a sus creencias, pienso que nosotros sí podemos diferenciar lo que él creyó de lo que le dijeron los indios; y que, si nos ponemos a mirar con atención, muy claramente podremos percibir que, aun mezclada con los mitos que los propios indios le iban contando, en su libro hay una valiosísima información histórica que, acaso sin ellos saberlo, sirvió de base y trasfondo incluso, para las investigaciones que han emprendido arqueólogos e historiadores de nuestra misma época. 
Otro de los supuestos desatinos que se le han achacado injustamente al fraile, es que éste menciona que todos los indígenas que habitaron en nuestra región, vinieron a ella “después del Diluvio”, minimizando sin embargo el hecho de haber sido él “el primer historiador” de todo lo que hoy es el occidente de México; el primero que aquí habló sobre el posible origen de los indios de las provincias de Nueva Galicia y (por extensión) de Colima, y el primero de la región también que describió la ruta migratoria seguida por “los mexicanos”. 
Así que, una vez hecha esta pertinente y muy justa reivindicación de la tarea de Tello, sólo les voy a dar ahora una probadita de lo que en su libro empezó a explicar sobre tan interesante tema. Pero comprometiéndome a resumir posteriormente para ustedes todo lo que anotó al respecto.
He aquí, pues, la “probadita”: 
Después de mencionar que los mexicanos salieron de Aztatlán, añade que durante su muy largo peregrinaje, “hicieron alto en un lugar al que llamaron Hueyculhuacan, donde estuvieron tres años”, y en donde “Lucifer” –dice- se les volvió a aparecer y “les mandó que hiciesen unas andas y una silla en que llevasen su imagen y ídolo á quien puso por nombre Huitzilopuchtli”… “Mandándoles que cada capitán juntase a los de su (barrio o) familia, sin mezclarse unos con otros, para que caminasen con comodidad”... Ordenándoles que “le ofrecieran de sacrificio a sus hijos pequeños” para demostrar  que estaban agradecidos con él. Quien se comprometió a convertirlos en bravos guerreros, a los que apoyaría siempre.
Continuará.

1. Placa cerámica que aún se halla junto a la esquina noreste del antiguo templo del convento de San Francisco, en Guadalajara.
2. Lamentablemente la luz de la mañana no me ayudó a resaltar las facciones del busto dedicado a perpetuar la memoria de fray Antonio Tello.
3. Entiendo que es muy significativo que el gran cronista franciscano haya vivido también poco más de dos años en el convento de San Francisco de Almoloyan, Colima.
4. La relación que los indios le dieron al Padre Tello, coincide con la “Tira de la peregrinación”, en donde dice: “les mandó que hiciesen unas andas y una silla en que llevasen su imagen”. Andas e imagen que aquí aparecen a la derecha. 
5. Tras más de dos siglos de haber permanecido oculta, en 1891, don José López Portillo y Rojas acometió la muy encomiable tarea de publicar la  “Crónica Miscelánea” del insigne franciscano.










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