VISLUMBRES
PRELUDIOS DE LA CONQUISTA
Capítulo 19
Profr. Abelardo Ahumada González
“Y QUE SE ROBAN LAS PIEDRAS LABRADAS DE EL CHANAL”.
A no pocos paisanos de los que en 1945 inteligentemente leyeron o escucharon la noticia de que El Chanal había sido un enclave tarasco y que su principal pirámide fue un templo dedicado a Tláloc, la idea les pareció difícil de asimilar, y no faltaron quienes manifestaron su incredulidad al respecto.
Pero como que a don Vladimiro Rosado Ojeda (quien fue el arqueólogo que difundió la tesis), no le interesó discutir el punto, ni defenderla delante de los colimotes, puesto que se volvió a México y se concretó a entregar el informe de su trabajo. Mientras que, en Colima, habiendo “calibrado” las reacciones de quienes dudaban de la información vertida, y de quienes incluso se manifestaron hasta cierto punto “ofendidos” porque se hablara de que los michoaques habían invadido el supuesto “Reino de Coliman” (del que ya tenían un buen rato hablando algunos historiadores de Jalisco, Colima y Michoacán), el inquieto profesor Castellanos quiso matizar el asunto, e intentó presentar una especie de “solución salomónica”, publicando un artículo en el “Ecos de la Costa” (periódico semanal que en aquellos años él mismo dirigía), en el que anotó lo siguiente: “La civilización a que perteneció tan original estructura parece Tarasca con influencia Nahoa, pero un Tarasco tan original que bien se puede decir que constituyó un tipo especial colimote”.
Y, con su ánimo muy exaltado por el hallazgo en que había tenido una participación directa, echó a volar su imaginación, diciendo que: “El Chanal fue una opulenta ciudad india constituida por innumerables monumentos (tumbas, palacios, templos, fortificaciones) que hoy yacen enterrados entre multitud de montículos de todos tamaños que se extienden a lo largo de las dos márgenes del Río Colima, siendo muy probable que se trate de la Capital tan discutida del famoso reino de Coliman”.
Mas, al escribir todo esto, el profesor Castellanos no sólo no estaba dando la explicación que los lectores incrédulos esperaban, sino que les dio cuerda a quienes, imaginativos también, se sintieron sumamente contentos al saber que la presunta capital del mencionado “reino” había sido una “ciudad opulenta”.
Al año siguiente, sin embargo, don Vladimiro Rosado ya no volvió a Colima y los estudios profesionales iniciados en El Chanal quedaron en suspenso, pero no así los trabajos emprendidos por los integrantes de la mencionada Sociedad de Exploraciones y Estudios Arqueológicos. A cuyo tesón se debe que tres años después se fundara en la entidad el primer y muy modesto Museo Regional, con el apoyo y la guía del antropólogo José Corona Núñez.
Todo esto a la par que el ya varias veces mencionado saqueo de piezas arqueológicas continuaba de manera tan descarada que, varios años después, las 38 piedras labradas de la escalinata de la pirámide de El Chanal ¡desaparecieron como en un acto de prestidigitación!
Para ese tiempo el profesor Castellanos ya había “pasado a mejor vida” y, el robo de las piedras, que logró encorajinar a muchos, no llegó, sin embargo, a convertirse en escándalo, no sólo porque era otro caso más del contrabando de piezas que por aquellos días estaba en auge, sino porque, la versión pública que corrió, y de la que yo no podría asegurar si fue oficial o no, fue la de que “el retiro” de las piezas se realizó “por órdenes superiores”, para, dizque precisamente evitar que los “moneros” se apoderaran de ellas y se las llevaran a vender fuera del estado.
Pero, muy al margen de lo que los periodiquitos de aquel entonces hayan podido publicar al respecto, más tarde se supo que algunas de aquellas piedras estaban formando parte de una colección particular de una persona “muy reconocida” de la ciudad de Colima. Un sujeto, sin embargo, del que por “las malas lenguas” se sabía también que no perdía la oportunidad de comprar, vender, e incluso contrabandear otras piezas arqueológicas.
Entre los rumores que años después me tocó escuchar cuando mi papá solía platicar con algunos tíos y otras personas, oí una versión de los hechos a la que entonces no le puse atención, pero que volví a escuchar cuando, ya dedicado al periodismo, me tocó entrevistar a algunos señores de mucha mayor edad que la mía, y que iba en el sentido de que cuando doña María Ahumada de Gómez supo que en que en la colección de cierto señor estaban las piezas sustraídas de la pirámide de la escalinata de El Chanal, tuvo el valor de ir a hablar con él, o de enviarle un discreto mensaje, logrando que, con la misma discreción del caso, éste le entregara a ella una parte de las piezas, porque, según le dijo, las otras se las había enviado a regalar, como cosa suya, al gobernador Francisco Velasco Curiel, quien, como no sabía del origen de aquellas piezas, agradeció el regalo y las puso de adorno en el patio de su casa, hasta que, ya casi para terminar su sexenio, habiéndose enterado del verdadero origen de las piedras, se las entregó a doña María Ahumada para que las integrara al pequeño museo que con su propia colección se inauguró en 1963.
Hay otras versiones que corrieron en ese mismo sentido. Pero ésta es la que más a mí me convence y, por lo que a las piezas toca, la Dra. María de los Ángeles Olay dice que ya nunca volvieron a estar todas juntas y menos completas, porque, según supo “diversos coleccionistas afirman tener entre sus reliquias algunos de los famosos relieves”.
LAS DUDAS (Y UNA PEQUEÑA LUZ) QUE SURGIERON MÁS ALLÁ DEL ENTUSIASMO.
Con el tiempo, en esa misma la década de los 60as, y luego de haber trabajado en otros diversos lugares, como con los totonacas aún vivos de Veracruz, y en la zona arqueológica de El Tajín, la Dra. Isabel Kelly volvió a Colima y, un día, tras de haber retomado los estudios inconclusos en El Chanal, y tal vez dando respuesta a una pregunta muy específica, escribió algo que, de haberlo sabido en su momento los más entusiastas discípulos o seguidores de Galindo y Castellanos les hubiera caído como un balde de agua helada, puesto que desde su perspectiva, en el aspecto arquitectónico, El Chanal no había pasado de ser un sitio más bien “rústico”, en el que, si bien se detectaba la existencia de algunas “pirámides de albañilería”, éstas daban la impresión de ser muy “modestas”. Un sitio, además, en el que ella no había visto nada que fuera perceptible sobre la mencionada “influencia michoacana” que dicho espacio habría recibido, afirmando que: “En los puntos de vínculos externos, no hay indicación en Colima – ni en El Chanal, ni en otra asociación- de un encuentro cultural en general, asociado con la última ocupación tarasca”.
Así que, de ser cierto lo que afirmaba Kelly, la tesis de Vladimiro Ojeda, en el sentido de aquél había sido un enclave o “complejo tarasco” no se podía sostener, y menos la idea de que bajo las ruinas del sitio yaciera una “ciudad opulenta”, como lo suponía el maestro Castellanos.
El tema, pues, se hubiera prestado a debate, pero como la doctora Kelly no expuso esto en Colima, sino que lo anotó en el informe de trabajo que presentó a su universidad, nadie lo supo entonces aquí, y la creencia de que El Chanal habría podido ser “la capital”, como quien dice, del “antiguo reino de Coliman”, siguió más o menos vigente, hasta 1973, cuando ocurrieron otros acontecimientos a los que con algún detalle me referiré en un capítulo posterior.
Pero en el ínterin de todo eso, durante la década de los 60as hicieron su aparición en el pequeño círculo intelectual de Colima un par de paisanos que demostraron tener un interés muy especial en tan antiguos temas. Y me refiero al presbítero Roberto Urzúa Orozco, quien radicaba entonces en la pequeña ciudad de Tecomán, y al médico Jesús Figueroa Torres, quien, habiendo nacido en Colima, tenía su domicilio y consultorio en Sayula, Jal.
Roberto Urzúa no enfocó su mirada en el tema específico de El Chanal pero, motivado por una información que hasta entonces había quedado como quien dice oculta en el más añejo de los libros del archivo parroquial de Tecomán, y que él mismo descubrió “casi por accidente”, dedicó algunos años de esa década a indagar todo lo que le fue posible sobre la procedencia y la vida de uno de los grupos indígenas que todavía estaban actuando cuando los primeros caballos europeos pisaron por primera vez los arenosos suelos de las llanuras costeras de nuestro actual estado. Y, por eso, a él y a sus escritos le dedicaremos algunos párrafos más adelante. Debiendo ahora concentrarme en el algo que expuso Jesús Figueroa Torres.
Este hombre (nacido en Colima en 1917 y muerto en Sayula en 1983) había conocido personalmente tanto al “El Maestro Cheto” como al Dr. Galindo, y había leído, si no todos, si muchos de los escritos que aquéllos habían publicado. Así que, entre 1971 y 1973, cuando estaba redactando los capítulos que contiene su libro “El remoto pasado del reino de Coliman”, recordó, un tanto vaga y equívocamente, que cuando los dos maestros “hicieron las primeras exploraciones arqueológicas en El Chanal, encontraron una piedra enorme con una rana esculpida ‘como símbolo de la tierra’”, muy similar a la “que los otomís, pames o chichimecas veneraban, y a la que los aztecas le dieron el nombre de Llancuey, creyendo en su leyenda mítica, que era la madre de tales pueblos, fecundada por Ixtamixcóatl”.
Agregando que, como era una piedra de gran peso y volumen, Galindo y Castellanos llegaron a creer que “fue labrada en ese mismo lugar”, y manejaron también la hipótesis de que El Chanal pudo haber sido asimismo fundado por otomíes o chichimecas.
Figueroa escribió esto en 1973 y yo lo leí por primera vez 1994, sin conocer otro libro de Galindo que no fuera su “Historia pintoresca de Colima”, así que, picado por la curiosidad, me fui al Archivo Histórico del Municipio de Colima, para tratar de conseguir un escrito que según Figueroa Torres, Galindo habría publicado en 1923, encontrándome con la sorpresa que ahí estaba el Tomo I, de sus “Apuntes para la historia de Colima”, editado e impreso por una imprenta (El Dragón) que él mismo había montado, con ayuda económica de algunos amigos. Una obra en la que, sobre el dato concreto que estamos revisando, hay un par de interesantes párrafos que nos quitan de la cabeza la participación del profesor Castellanos en esas indagaciones, y en los que, adelantándose con mucho a lo que cualquier otro arqueólogo y/o historiador haya dicho, Galindo expresó lo siguiente:
“Los otomíes creían que el origen de su raza estaba en la tierra, a quien representaban por una rana vieja, Llancuey, la cual había sido fecundada por esa nube maravillosa que es la Vía Láctea, a la que daban el nombre de Ixcacmixcóatl”, y tal vez lo más importante: “Cerca de la ciudad de Colima, al Norte, y en terrenos de El Chanal, se encuentran dos pequeños montículos que parecen haber sido construidos con objetos religiosos o funerarios, y al pie del más austral (el del sur) … se encontró una gran rana de piedra, condensación petrificada de la creencia principal de LOS MÁS ANTIGUOS HABITANTES DE ESTE TERRITORIO”.
Pero ¿hubo alguna vez otomís u otomíes en Colima y sus alrededores? O ¿fue ésa sólo una ocurrencia más de un aficionado a la historia que no desdeñaba la posibilidad de llenar los huecos informativos con la imaginación?
De momento me quedó muy claro que una cosa es el origen de un pueblo, y otra su desarrollo. Así que si el origen de El Chanal pudo ser otomí, muy bien pudo, a lo largo del tiempo, haber recibido no sólo influencias aztecas, sino michoaques también, aunque de modo fugaz. Pero ¿realmente hubo otomíes en Colima?
En la fecha que ahora estoy redactando este texto (3 de noviembre de 2020) ya sé que sí los hubo, pero en 1994, cuando esbocé la pregunta, no tenía la más mínima idea de cuál pudiera ser la respuesta, así que seguí leyendo tanto a Figueroa Torres como a Galindo Velasco, para ver si daban entonces otras pistas más, Porque, para decirlo de algún modo, yo estaba sintiendo que, en mi cabeza, nuestra muy enmarañada historia se estaba “enmarañando” aún más.
Así que, obligado desenmarañarla, Figueroa Torres, me vino a dar una enorme ayuda, cuando, queriendo él mismo iluminar esa parte tan oscura de nuestro pasado, en un capítulo posterior hizo alusión a fray Antonio Tello, un muy antiguo cronista franciscano del que yo no tenía, tampoco, ni una sola referencia.
Pero Figueroa afirmaba que el padre Tello decía haber visto unos "Anales" que tenían algunos indios de un antiguo pueblo de la vertiente occidental del volcán que se llamaba Amole o Amula, y en los que el religioso leyó que los “primeros habitantes” de los actuales rumbos de Tolimán y Zapotitlán, “habían llegado conducidos por tres indios principales, procedentes de un pueblo llamado Oztoc”. De los cuales “uno (de los principales) se llamaba Otomin Tlatolli, el otro Tzomiltoc, el otro Tlayómich; los cuales tenían dos hermanos, el uno llamado Mitl y el otro Chinalquetzal; éstos, como muchos otros indios, salieron del pueblo de Oztoc a poblar dicha provincia de Amole, y los cuales, habiendo muerto casi todos con sus mujeres, los que quedaron eligieron por cacique a Tzomiltloc, el cual gobernó muchos años y, después de su muerte, Miraxhiquipe, luego Parahumu Hupe", etc. Según se puede todavía leer en la “Crónica Miscelánea de la Sancta Provincia de Xalisco”, que habría escrito dicho franciscano.
Al ver y leer todo eso no pude menos que relacionarlo con la famosa “leyenda” de las “peregrinaciones de las tribus nahuatlacas”, por cuanto que se pueden advertir ciertas concordancias con los relatos nahuas. Como la de que ellos también habían salido de "las siete cuevas" de Chicom...oztoc, etc.
El asunto, sin embargo, es que hay otros capítulos del libro de Figueroa Torres que me parecieron no muy fundamentados que digamos, y me pregunté si no estaría él fantaseando. Por lo que, habiendo tenido después, oportunidad de conversar al respecto con el padre Florentino Vázquez Lara, él me comentó que fray Antonio Tello, nacido en Santiago, España, hacia 1590, y muerto en nuestra Guadalajara, en junio de 1653, no sólo había sido un hombre de carne y hueso, sino un “gran cronista franciscano … guardián y predicador” del Convento de San Francisco de Colima, desde octubre de 1634 hasta diciembre de 1536.
Así que ya se imaginarán mi emoción.
Continuará.
1.- Estas son algunas de las 38 lápidas grabadas que se robaron de la escalinata de la pirámide. Foto tomada del libro “El Chanal, Colima”, de María de los Ángeles Olay Barrientos.
2.- El saqueo de miles de piezas arqueológicas sirvió, según me han comentado algunas personas mayores de las cuales no tengo por qué dudar, para enriquecer a más de tres “honorables” personajes de la ciudad de Colima.
3.- Se cuenta que, presionado por los rumores sociales y algún discreto mensaje que le hizo llegar Doña María Ahumada de Gómez, el autor intelectual del hurto de las 38 piedras labradas le devolvió algunas que quedaron en su museo.
4.- Y la más grande novedad que yo tuve en aquellos años, fue que el autor de este libro, fue “guardián y predicador” del Convento de San Francisco de Almoloyan, Colima.
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