domingo, 15 de noviembre de 2020

Vislumbres Preludio de la Conquista Capitulo 20; "Una coincidencia fundamental"

 Vislumbres: 
 PRELUDIOS DE LA CONQUISTA
 Capítulo 20
 Profr Abelardo Ahumada González

 UNA COINCIDENCIA FUNDAMENTAL.

En sus “Apuntes para la historia de Colima”, publicados en 1923, Galindo afirmó que, según algunos de los historiadores mexicanos que lo precedieron, los otomíes fueron, después de los hombres de la edad de piedra, "los primeros habitantes del territorio nacional", y que, habiéndose dispersado hacia diferentes partes, y llegado incluso hasta la Meseta Central, una de las tribus se topó con algunos salvajes y, viéndose en desventaja, decidieron buscar un lugar seguro para ellos, por lo que continuaron viajando, hasta que llegaron a “las llanas estribaciones de la vertiente occidental" del Volcán de Colima, en donde, durante años estuvieron "formando agrupaciones diversas, cuyos principales núcleos de población hicieron lo que después se llamó la provincia de Amula”. Punto desde el que, ya según sus propias deducciones, se habrían después desparramado hacia el Norte y hacia el Sur... Llevando como guía, los que se fueron al Sur, la corriente del Río Marabasco, hasta llegar, unos, “frente a las playas arenosas” del mar, y otros, cerca del Río Colima, en las inmediaciones de Almoloyan, donde fundaron el pueblo de Zacamachantla". Continuando su posterior y paulatina expansión siguiendo “los afluentes del Río Armería, en cuyas márgenes tuvieron poblaciones que alcanzaron grandes desarrollos”. 

Intencionalmente dejé en cursivas estas dos citas porque todo eso lo derivó Galindo de las observaciones que hizo durante las muchas caminatas que realizó por diferentes partes de nuestra entidad con la intención de desentrañar estos misterios, y porque, como lo comenté (y documenté en el Capítulo 9), la doctora Isabel Kelly llegó a una conclusión muy similar cuando, después de haber realizado estudios de tipo arqueológico en la zona de Tuxcacuesco, Tolimán y Zapotitlán, que corresponden exactamente a la muy antigua “Provincia de Amula”, ella se encontró con que, la mayoría de los pueblos de esa región del Sur de Jalisco, estuvieron directa o indirectamente vinculados con la cuenca del Río Armería, conformando un “gran sistema [arqueológico y por ende poblacional]” que, siguiendo los cauces de otros afluentes del río (como los ríos Tuxcacuesco, Ayuquila y Tonayan, agregó yo), se expandió tanto a otras zonas de Jalisco como por las orillas de mismo Armería hacia Colima. Señalando que “el Armería entra (a este otro estado)… por el norte, y sigue su curso norte-sur al mar”, atravesando, “poco más o menos por el centro” de su territorio y, “coincidiendo con el corazón arqueológico del Colima Central”. 

Grandísimas y muy notorias coincidencias que presento juntas y resalto hoy, no sin precisar que, cuando la doctora Kelly empezó a realizar los estudios en comento, ya habían transcurrido unos 17 años de que Galindo publicó su libro, y que ella nunca se metió en el brete de tratar de averiguar quiénes habían sido, en términos tribales, los aborígenes que habitaron toda esta zona, como sí lo hizo el doctor.

Pero, vuelvo a preguntar, ¿tenía Galindo razón cuando afirmó que los otomíes fueron los primeros habitantes de la vertiente occidental del Volcán y del territorio colimeca?

NOVEDOSAS PISTAS DE UN CAMINO ANCESTRAL.

Ya casi para finalizar el capítulo anterior dije que el también médico, Jesús Figueroa Torres, sostuvo una tesis idéntica, y que, para documentarla, citó la “Crónica Miscelánea de la Sancta Provincia de Xalisco”, de fray Antonio Tello, un clérigo del que en 1994, cuando inicié mis propios estudios, yo no tenía ni una sola referencia. Siendo ése un motivo suficiente para ir a entrevistar al padre Florentino Vázquez Lara, gran historiador colimote, quien, cuando le pregunté por Tello, me explicó que éste no sólo había sido un eminente y reconocido cronista de su orden religiosa, sino que había sido “guardián y predicador” del Convento de San Francisco de Colima en algún momento del siglo XVI. 

Y, cuando le pregunté cómo había logrado enterarse de eso, me dijo que durante varios años, en los muy escasos tiempos libres que le quedaban de su función como sacerdote, rector y catedrático en el Seminario Conciliar de Colima, él se había dedicado a estudiar casi todos los archivos parroquiales del Obispado de Colima (cuyo territorio original abarcaba por cierto una gran porción del noroeste del estado de Michoacán y otra, más grande, del Sur de Jalisco, en la que aún están los mencionados pueblos de la Provincia de Amula), dedicándole muy especial atención al archivo de la parroquia de San Francisco de Asís, de Villa de Álvarez, por ser éste donde se resguardan los datos más abundantes y antiguos de todo lo que hoy abarcan todas las parroquias de Comala, Coquimatlán, Minatitlán y Villa de Álvarez. Y cuyos territorios constituyeron el ámbito al que, durante los primeros dos siglos de la época virreinal, atendieron los misioneros asentados en el Convento de San Francisco. Señalando igualmente que, un día de principios de 1984, se acercó a él su colega y amigo, el padre Antonio Flores Galicia, párroco en ese tiempo de Comala, para solicitarle que, como el 29 de septiembre de ese mismo año se cumpliría un siglo de la erección de la Parroquia de San Miguel Comala”, le hiciera el favor de redactar aunque fuera un folleto que contuviera la historia resumida de dicha parroquia.

“Yo estaba – comentó- muy ocupado y la verdad no tenía tiempo para dedicarme a trabajar en eso, pero como tuve la costumbre de tomar notas en cada una de mis visitas a los archivos parroquiales, y de hacer un fichero con ellas, saqué las que correspondían a Comala y, sabiendo, además, que la capilla original de San Miguel Comala, y las de Suchitlán y Nogueras habían sido fundadas por los franciscanos, le propuse a mi compañero que él, con las notas que yo le proporcionaría, redactara un escrito muy específico de los cien años de su parroquia, mientras que yo me pondría a trabajar en todo lo demás, abarcando desde los inicios de la evangelización de nuestra tierra. Y así fue como nació el librito que de común acuerdo titulamos “Comala”, que se publicó en diciembre de ese mismo año y del que creo que todavía hay algunos ejemplares en la pequeña librería que está adentro de las oficinas del Obispado”. 

Así que, a los poquitos días de esa entrevista, me fui a buscar el libro, encontrándome con que, en la muy escueta Introducción que el mismo padre Vázquez Lara redactó, dice que, “ante la insistencia del amigo, y tratando de colaborar con esa noble causa”, no pudo negarse, pero que, sintiéndose agobiado de antemano por lo que significaba dedicarse a esa tarea, dadas sus múltiples otras ocupaciones, decidió dejar “a un lado la interesantísima etapa prehispánica”, para dedicarse a referir todo lo que había logrado escudriñar sobre las acciones de los franciscanos y lo que sucedió en el área de Almoloyan y Comala durante los siglos XVI, XVII y XVIII.

Sentí alguna desilusión cuando leí que el padre Vázquez Lara había decidido dejar lado esa época tan interesante, pero, al ponerme a leer “Comala”, me sorprendió la gran cantidad de datos que brinda sobre la época virreinal, y de los que, relacionados con el tema que hoy nos ocupa, entresaco solamente dos: el primero es una larga lista que abarca cuatro páginas completas, y en la que aparecen todos los “Curas del Primitivo Colima, los religiosos franciscanos, doctrineros de San Francisco Coliman, los párrocos de San Francisco de Almoloyan y los vicarios de San Miguel Comala”, comenzando por el bachiller Francisco de Morales, quien habría sido el primer párroco de Colima, desde una fecha no conocida de 1533 hasta diciembre de 1536, y terminando con el Padre Miguel Fuentes, primer párroco de Comala en 1884, y su ayudante Ignacio Virgen. Nombrando asimismo a los tres venerables frailes que fundaron el convento en febrero de 1554, y a ¡fray Antonio Tello! Quien aparece como “padre guardián y doctrinero, desde octubre de 1634 hasta diciembre de 1536”.

El segundo de los datos de los que quiero hacer mención dice muy concretamente lo siguiente: “Las viejas crónicas (franciscanas) refieren que en 1531, fray Martín de Jesús Chávez (conocido asimismo como fray Martín de la Coruña), de la Villa de Coliman pasó a Comala, de donde seguiría para Amulan” y otras partes, recorriendo “el camino tradicional prehispánico que, por la vertiente occidental y a través de la llanura transvolcánica, unía a los pueblos nahuatlacos de la región: colimotes, amultecos, zapotlecos y zayultecos”.

Párrafo en el que los lectores que hayan leído esta serie hasta aquí, habrán de notar varias otras coincidencias más con lo que tan largamente he venido refiriendo. Todo ello junto con la noticia de que, todavía muy avanzado el siglo XVI, seguía existiendo un antiguo camino prehispánico entre Colima y Amula. Pero ¿a qué “viejas crónicas franciscanas” se estaba refiriendo el padre Vázquez Lara?

UN TESTIGO CASI PRESENCIAL. –

En diversos momentos, durante varios años, he tratado de atar algunos cabos sueltos sobre el tema principal que he venido desarrollando en este trabajo y, por lo que corresponde a nuestra región, hubo un momento en el que no me quedó más que creer que, las antiguas crónicas a las que se refiere el padre Vázquez Lara, y a las que en otro libro alude también su colega Roberto Urzúa Orozco, no son otras más las que redactó el padre Tello, a quien no pocos historiadores de la región consideran “el primer historiador de Jalisco”, y de cuya obra algunos investigadores afirman que la empezó a escribir en 1637 (¡unos meses después de que se había ido de Colima!), ocupándose en su corrección y desarrollo “hasta los últimos momentos de su vida”. Que finalizó en junio de 1553, cuando moraba en el convento franciscano de Guadalajara.

No quiero fatigar a los lectores aportando lo que he podido indagar sobre la vida y la obra de ese “doctísimo varón”, como lo calificaban su hermanos de orden, pero me parece muy justo y obligado señalar que su esfuerzo fue enorme, y que es en el Tomo II, de los seis que contiene toda su obra, en el que el religioso se dedicó a comentar todo lo que pudo saber sobre el “origen que tuvieron y de dónde vinieron los indios que poblaron las tierras de Nueva Galicia (y Colima)”.

El tema, por sí solo, tal vez pudiera parecer poco relevante, pero para enfocarlo de mejor manera, y para valorar la información que ofrece, quiero que los lectores sepan que Tello no sólo estuvo trabajando en su obra alrededor de 16 años; sino que lo hizo al promediar apenas el siglo XVII, cuando todavía algunos aspectos de la Conquista estaban en curso. Y que, por lo mismo, lo que escribió, aún si contiene errores, se basó en testimonios, hechos y documentos que sólo a él, como cronista, le tocó escuchar, saber o leer en su época. Habiendo entre todos esos eventos, algunos de los que nadie se hubiera podido enterar después, de no ser porque él mismo se dedicó a ponerlos por escrito. 

Por otra parte, me parece muy bueno también, que los lectores se enteren que el religioso nació en algún momento de la última década del siglo XVI (entre 1590 y 1593), en la provincia de Santiago de Compostela, España; que se formó en el Convento y/o en la Universidad de Salamanca; que profesó como franciscano en 1611, y que llegó a Veracruz en 1619, justo cuando él apenas tenía entre 26 y 29 años de vida, y cuando se estaban cumpliendo 100 del desembarco de Hernán Cortés allí mismo.

Colateralmente a esto, debe saberse que no se detuvo gran cosa en su paso por la ciudad de México, y que, como queriendo llegar muy rápidamente a la tierra en que le tocaría ser misionero, se trasladó muy pronto al convento principal que su orden tenía en Guadalajara, en donde a los pocos días de su arribo recibió la comisión, para trasladarse al cercano pueblo de Zacoalco, en donde inició el profundo y humanitario contacto que tuvo con los ya muy lastimados indígenas de toda esta región, y que de diferentes modos seguían padeciendo los muy malos tratos que los descendientes de los primeros colonos y encomenderos les daban.

Por aquellos mismos años, los frailes franciscanos en particular, se habían echado como quien dice a cuestas, la tarea de defender a los nativos de la explotación española, y de ayudarles, desde su perspectiva cristiana, a mejorar en lo posible su calidad de vida y la educación que debían recibir. Así que no nos debe causar ninguna dificultad imaginar a este joven fraile trabajando en bien de los indios de la jurisdicción de su pequeño convento. Jurisdicción que abarcaba las inmediaciones de la laguna de Zacoalco, y una buena parte de las estribaciones de la sierra que hoy conocemos como Sierra de Tapalpa.

Ninguno de los pocos biógrafos que el padre Tello tiene, dice nada de lo que hizo como misionero en ése su primer centro de trabajo, salvo que “realizó obras en la iglesia y en su torre, que amenazaban ruina”.

Y todos ellos (como copiando a la misma fuente) comentan que en el año inmediato (1620), fue asignado al convento de Amatlán (Amatlán de las Cañas, situado actualmente en los linderos de Nayarit y Jalisco), en donde permaneció varios años, y tuvo, por necesidad, un mayor y más profundo contacto con los pueblos indios de esa región situada al norte de Huachinango y al sur de Tequila.

Aparte, tanto sus biógrafos españoles como sus biógrafos jaliscienses parecen desconocer que, “desde octubre de 1534 hasta diciembre de 1536”, estuvo radicado, “como guardián y doctrinero” en el Convento de San Francisco de Almoloyan, Colima, cuya jurisdicción abarcaba, entre varios otros, los pueblos de Nahualapan, Quizalapan, San Pedro Coquimatlan, Juluapan, Zacualpan, Xochitlan y San Miguel Comalan, y sólo añaden que “en 1641 fue guardián del Convento de Tecolotlán y en 1648, del de Cocula, donde terminó de construir la iglesia y restauró y ornamentó su interior”, hasta ser “finalmente enviado al Convento de Guadalajara, donde murió en 1653”.

Entre dichos historiadores, sin embargo, destaca José María Muriá, gran historiador tapatío, que menciona un dato que al parecer obtuvo de otra biografía que de Tello redactó otro franciscano del convento de Zapopan, y que va en el sentido de que fray Antonio fue algo así como “secretario del padre provincial” de la orden durante algunos meses de 1636 y 1637. Tiempo en el que, según lo advirtió Muriá al estar leyendo el Tomo IV de la “Crónica Miscelánea”, Tello se dedicó a visitar “todas y cada una de las fundaciones franciscanas” realizadas desde 1532 "hasta 1629”. Experiencia que, de ser cierta, indudablemente le dio al fraile una muy amplia y certera visión de la geografía de Nueva Galicia, y de la situación en que se hallaban los pueblos por él visitados, y de los que por entonces, la mayoría seguían estando habitados por indios.

Continuará. –

1.- Miguel Galindo Velasco, Aniceto Castellano y Jesús Figueroa Torres coincidieron en afirmar que los primeros pobladores que, después de los hombres de la edad de piedra vivieron en la región situada alrededor de los volcanes fueron otomíes.
2.- A esa afirmación agregan que llegaron, o debieron de llegar primero, a “las llanas estribaciones de la vertiente occidental" del Volcán de Colima. Donde después fue “la Provincia de Amula”, y hoy están Zapotitlán, Tolimán y Tuxcacuesco.

3.- Figueroa Torres llegó a ser un hombre prominente en Sayula, Jalisco, donde tenía su consultorio. Y, siendo reconocido como investigador, muy bien pudo tener acceso a los archivos del Convento Franciscano que aún existe allí. 
4.- Se afirma que fray Antonio Tello, cronista, guardián y doctrinero del convento de San Francisco ,de Colima, vistió, como secretario del padre provincial, todos los conventos franciscanos de la muy amplia región de Nueva Galicia. 

PD.- FE DE HERRATAS: Hola, hay adentro dos errores "de dedo", en donde dice que el fraile vivió en el convento de San Francisco de Almoloyan entre 1534 y 1536, debe leerse que entre 1634 1636.
Lo mismo vale para su muerte, que no fue en 1553 sino 1653. Favor de disculpar.

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