Vislumbres
PRELUDIOS DE LA CONQUISTA
Capítulo 18
Profr. Abelardo Ahumada González
EL “LENGUAJE DEL BARRO”.
Muy a pesar de todo lo que he venido informando y comentando sobre La Campana y Tóchpan, creo que es obligado reconocer que lo más cierto es que NO SABEMOS REALMENTE quiénes vivieron en ellas, qué hacían para sostenerse, con quiénes se relacionaban, qué producían, vendían o compraban, ni nada por el estilo.
Pero los vestigios arqueológicos que se han podido encontrar ya nos dicen algo y, en este sentido, aunque sea muy vagamente sabemos, por ejemplo, que los primeros adoraban a Tláloc, dios de la lluvia, y a Huehuetéotl, “el dios viejo”; al que al parecer también identificaban como el “dios del fuego” cuya morada ubicaban en el Volcán que veían al norte de su verde valle.
Por lo que podemos asimismo inferir que los tochpanecos (por identificarlos ya con un gentilicio), es probable que los adoraran también, si no cuando se asentaron allí, sí con el paso de los años, bajo la influencia de los moradores de Almoloyan (o como haya sido su nombre original).
Pero si hablamos de dioses, es de suponer que tenían un culto y sacerdotes que lo conducían, adoratorios en que lo llevaban a cabo y algunos elementos más que, como ha ocurrido con muchos otros pueblos del mundo, son concurrentes a la existencia de un culto y de una casta sacerdotal.
Por otro lado, tras de observar numerosas estatuillas que se exhiben en los museos locales y en el Museo Nacional de Antropología e Historia, o las imágenes que de ellas aparecen en las revistas y los libros especializados que desde hace algunos años se han venido publicando a color, o las que más recientemente han comenzado a aparecer mediante fotos y videos en la Internet, se puede deducir que nuestros antiguos ancestros indígenas tenían muy diferentes clases sociales y una organización del trabajo que se manifestaba en muy diversas ocupaciones y oficios, desde los señores (o hueytlatoanis) que ejercían el mando, hasta los más pobres integrantes de la sociedad; pasando, por supuesto, por los sacerdotes y los chamanes; los jefes guerreros y sus subordinados, así como los comerciantes, las hilanderas, las tejedoras, las comadronas, las curanderas, los cazadores, los pescadores, los leñadores, los campesinos, en fin, nada que no hubiese en cualquier otro pueblo medianamente desarrollado.
Resaltando en este caso particular los alfareros que, no habiendo entonces otra manera para registrar su historia, se valieron de sus hábiles manos para “contarnos” o “describirnos” una buena parte de lo que les tocaba ver en su vida cotidiana. Tal y como si, a falta de más medios para trascender e informar, hubieran decidido “darle voz al barro”. Asignándole, por decirlo así, un “lenguaje figurativo” que fuera perfectamente entendible por quienes tuvieran acceso a las piezas modeladas por ellos.
Todo esto sin mencionar aún otras piezas que de tanto en tanto han ido apareciendo, y que no son otra cosa más que los utensilios con que realizaban las labores hogareñas, sus herramientas de trabajo y labranza, sus instrumentos musicales, etc. Señales todas de una sociedad ya muy organizada que, como quiera que finalmente haya sido, debió de tener también relaciones políticas, comerciales y de otros tipos con sus vecinos cercanos y, según se mira también, con otros que vivían más lejos.
Ancestros de los cuales, sin embargo, no podemos expresar mucho más porque, pese a lo dicho, es más lo que se desconoce que lo que se sabe de ellos.
En este contexto, y sin ir más lejos, cabe señalar que si, como los arqueólogos sugieren, hubo una separación de poco más de dos siglos entre que se despobló Almoloyan y se comenzó a poblar El Chanal, ya tendríamos allí un muy notable “vacío temporal” entre dos ciudades que, curiosa y coincidentemente, se desarrollaron en el mismo ámbito y saciaron su sed en las aguas del mismo arroyo, al que hoy, pese a ser una corriente de corto caudal, cariñosamente llamamos Río Colima.
Complementario a eso, quiero señalar también que, aun si lográramos integrar toda la información que la Dra. Isabel Kelly registró durante las casi tres décadas que estuvo explorando los cementerios prehispánicos de Colima, con las “novedades” que ha ido arrojando el estudio de las estructuras ya descubiertas en la antigua Almoloyan, tendríamos que admitir, igual, la existencia de un enorme vacío informativo que sólo nos posibilita para hablar de generalidades y muy poco nos muestra sobre los detalles de la vida de todos esos ancestros, Por lo que, si queremos saber más (y llenar de algún modo los vacíos de los que estamos hablando) debemos obligarnos a tratar de…
“VER MÁS ALLÁ DE LO EVIDENTE”.
Frase que aun cuando pudiera parecer contradictoria o tautológica no lo es, porque si lo evidente es lo que “salta a la vista”, lo no evidente es lo que queda oculto a ella, y es lo que nosotros trataríamos de buscar y ver, para tener una noción más completa de lo que sucedió.
Contra la temporalidad fugaz de las cosas que ya pasaron, tenemos, sin embargo, un aliado muy poderoso que nos puede ayudar en nuestras indagaciones: me refiero al espacio en el que, en distintas épocas, surgieron, se desarrollaron y se despoblaron Almoloyan y El Chanal. Espacio que si superficialmente pudo haber cambiado mucho, bajo la primera capa de suelo no parece haber cambiado tanto.
Como afortunadamente lo pudieron observar también algunos paisanos nacidos a finales del siglo XIX, quienes, habiendo tomado nota de la existencia de no pocos petroglifos en la región, y de las múltiples “figurillas” de barro que los campesinos y los albañiles se hallaban al arar en sus potreros o al cavar las zanjas para los cimientos para alguna casa, empezaron a preguntarse cuál podría ser el origen de todas esas “antiguallas”.
Una vez formulada esa pregunta, la curiosidad hizo su labor en sus cerebros y, para tratar de hallar la respuesta, comenzaron a mirar en los alrededores, habiendo llegado a la conclusión de que (como ya se explicó en algún capítulo precedente) en lo que parecían ser puros potreros y tierras de cultivo de la ranchería de El Chanal, estaban los restos de una antigua población prehispánica. A cuya exploración y excavaciones dedicaron la mayor parte de sus esfuerzos; descuidando, sin embargo, otros sitios que también tenían evidencia arqueológica.
UNA “INFLUENCIA MICHOACANA”.
Comentamos también que, con excepción de la mencionada Dra. Kelly, lo mismo hicieron los dos o tres arqueólogos que envió el INAH a Colima hasta antes de la década de los 90as. Así que por más científicos, profundos y bien llevados que pudiesen haber sido los estudios que se realizaron entonces en El Chanal, y por más sugerentes que fueran los que por su parte realizó la arqueóloga estadounidense en otras partes del territorio colimote, a todos les hacía falta el importantísimo antecedente histórico del que ahora nosotros estamos apenas comenzando a saber, tras el hallazgo de las estructuras de La Campana.
Pero como los primeros estudios que se hicieron en El Chanal no fueron ni tan científicos, ni tan profundos como se pudiera desear, sino precarios y superficiales, lo más que se llegó a entrever respecto a su origen fue que -según opinión del arqueólogo Vladimiro Rosado Ojeda- ahí había cierta “influencia michoacana”.
Al comentar esto último, hasta ternura me da con dicho arqueólogo (que fue el primero que visitó y estudió el sitio), pues a diferencia de la Dra. Kelly, que traía buenos dólares que le aportaban algunas fundaciones y universidades de su país, este pobre hombre en cuanto nomás traía para irla pasando, según se deduce de uno de los párrafos que anotó en su informe, en donde dice que tuvo muy “serios problemas para conseguir el mínimo y la calidad de albañiles y peones” que requería como indispensable apoyo para realizar sus trabajos de excavación y rescate, no nada más porque no les podía pagar muy bien que digamos, sino porque los que finalmente aceptaban ir con él hasta El Chanal, tenían que ir y volver (desde y hacia Colima) “a pie”, sumando unos 14 kilómetros de recorrido en cada jornada, “pues los fondos económicos que me dieron no permitían costear un camión diario” para transportarlos.
Volviendo, sin embargo, al asunto de la “influencia michoacana” que Rosado Ojeda percibió al analizar el sitio y las imágenes grabadas en las 38 losas de piedra que cubrían las partes verticales de los escalones de la pirámide principal de El Chanal, conviene precisar que ÉSTA ES LA PRIMERA REFERENCIA DE TIPO ARQUEOLÓGICO que en Colima se tuvo respecto a la presunta influencia de los antiguos michoacanos en nuestra región.
Tema sobre el que más adelante será necesario profundizar.
Pero como quiera que dicha influencia se haya podido producir, es claro que Vladimiro Ojeda sabía de esas cosas, que no estaba inventando nada y que, al hacer un análisis comparativo de los tepalcates, las piezas completas y las piedras labradas que fueron mirando sus ojos y tocando sus manos, encontró suficientes indicios como para atreverse a afirmar que el espacio arqueológico que le tocó explorar por primera vez, tenía todas las trazas de ser “un complejo tarasco” dedicado a Curicuveri, dios purépecha del fuego; aunque “el monumento” (la pirámide), le pareció ser “un santuario [dedicado] a Tláloc”. Señalando que “varios motivos” de las lápidas de la escalinata “se revela la influencia o semejanza con los estilos toltecas y aztecas”.
Información que aun cuando a primera vista pudiese parece confusa o contradictoria, es valedera y aceptable si se considera que, siendo los pobladores de El Chanal, contemporáneos de los purépecha y de los aztecas, muy bien pudieron haber recibido las influencias de quienes habitaron en Tenochtitlan y en Tzintzuntzan, dos pueblos más poderosos y sofisticados.
En este mismo tenor, quiero ser muy respetuoso al señalar que, al rendir su informe oficial en 1945, Rosado Ojeda le sugirió a sus jefes que, mientras no hubiera más gente con experiencia para continuar los estudios en El Chanal, se quedaran, como vigilantes de la zona excavada los miembros “de la Sociedad de Exploraciones y Estudios Arqueológicos” que presidía el ya varias veces mencionado Aniceto Castellanos. Profesor y periodista que, muy entusiasmado por el hallazgo, y tal vez sin haber estado físicamente en nunca ninguna otra ciudad prehispánica, en uno de los artículos que publicó en el periódico “Ecos de la Costa” (que él dirigía en esa época), se atrevió a decir que aquél era un “sensacional descubrimiento”, y que bajo el más alto de los montículos que ahí estaban, permanecía oculto “un magnífico templo”.
Llegando a suponer que, cuando ya se destapara todo lo que aún permanecía cubierto, aparecerían los edificios de una ciudad que sería “digno rival […] de Palenque y Copan”., etc.
Recomendación de Rosado y entusiasmo de Castellanos que no pudieron contener el desvergonzado saqueo de piezas arqueológicas no sólo de las partes menos visibles de El Chanal, sino de una gran cantidad de cementerios prehispánicos, como más tarde daría fe la Dra. Kelly, en las visitas que realizó en diferentes años de las décadas de los 60as y los 70as.
Por otra parte, si tomamos en cuenta que la datación que logró encontrar la arqueóloga estadounidense para el sitio que estamos comentando iba desde el 1290 hasta el 1460 d. C., resulta que las pistas que Rosado, Castellanos y sus ayudantes lograron encontrar en El Chanal no fueron lo suficientemente claras como para que se pudiera entender cómo pudiesen existir en esa ciudad influencias tan antiguas como la de los toltecas, siendo que los chanaltecas (por mencionarlos con su posible gentilicio) fueron contemporáneos de los purépechas y los aztecas.
Pero, como quiera que todo eso fuera, y dada la ausencia de mejores y más precisos datos, aquéllas parecían ser unas buenas pistas para iniciar una investigación y, dado que algunos de esos paisanos (y otros de Michoacán y Jalisco) ya tenían cierto conocimiento de algunas importantes fuentes documentales que pudieran dar luz al respecto, volvieron a revisarlas en busca de alguna confirmación sobre lo que acabamos de decir y, para fortuna nuestra, ¡la encontraron!
UNA COINCIDENCIA QUE ES PERTINENTE SEÑALAR.
Antes, sin embargo, de enfocarnos en este otro interesante asunto, quiero señalar que cuando la doctora María de los Ángeles Olay Barrientos ya estaba realizando sus propios análisis en El Chanal, parece haberse planteado la misma interrogante respecto a las posibles influencias tolteca y azteca en el sitio, porque en uno de párrafos que escribió en su libro: “El Chanal, Colima, lugar que habitan los custodios del agua”, comentó que “la irrupción de elementos procedentes del interior de la meseta central” en lo que hoy es el Valle de Colima “probablemente se relacione con la primera de las grandes migraciones”, conocida como “tolteca-chichimeca” que “según Jiménez Moreno procedían del norte de México”. Pueblos todos ellos “nahuat – sin tl al final- que llegaron a los valles de México y Morelos siguiendo el curso del río Balsas” … “procedentes de una zona localizada entre Michoacán y Jalisco… hacia los años 500-600 de nuestra era”; que antecedió a la sucedida entre 900 y 1000 d. C. “llevada a cabo por los mexicas”.
Yo no conocía a este autor, pero ahora que sé que Wigberto Jiménez Moreno (nacido en León en 1909 y muerto en México en 1985) “fue uno de los iniciadores del estudio de la historia antigua de México con base en fuentes prehispánicas y coloniales, códices e investigaciones modernas y contemporáneas”; que “en sus escritos planteó nuevas hipótesis acerca de lo que descubrió e interpretó en documentos y fuentes históricos”, y al que “se le recuerda como un excepcional investigador, erudito y mentor que sembró entre sus discípulos las semillas del conocimiento y el amor por las investigaciones antropológicas e históricas”, no dejo de mirar la coincidencia entre lo que él escribió a finales de la década de los 50as del siglo pasado, y lo que he venido diciendo sobre el mencionado asunto. Asunto sobre el que sólo quiero puntualizar un par de interesantes “detallitos”: que río Balsas que él menciona es el mismo junto al que, como lo demostramos en el capítulo anterior, aún persiste Zacatula, y que, el único sitio que existe “entre Michoacán y Jalisco”, y que él ubica sin nombrar, se llama Colima.
Continuará.
1.- Tanto las piezas arqueológicas que se conservan en Colima, como las imágenes de las que fueron sacadas del estado, nos muestran que los antiguos colimecas integraron una sociedad compleja y estratificada.
2.- Utilizando el barro como un medio para “retratar” lo que ellos veían, hoy es posible que nosotros podamos saber un poco de cómo eran ellos.
3.- Las piedras que los arqueólogos y sus ayudantes manuales lograron “rescatar del olvido” nos dicen también que, en El Chanal, por ejemplo, había ya todas las trazas de ser un sitio con características urbanas.
4.- Otro personaje muy importante en todas esas labores de rescate y análisis de lo encontrado es, sin duda, la doctora María de los Ángeles Olay Barrientos, quien durante años trabajó en El Chanal.
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