LOS CRISTEROS DEL VOLCÁN DE COLIMA
"3 FEDERALES VS MARQUITOS TORRES VIRGEN
“SPÈCTADOR” LIBRO QUINTO, CAPITULO CUARTO; CONCLUYE (de agosto a diciembre de 1927)
Viene de la edición anterior.
El capitán Andrés Navarro era un joven valiente del vecino pueblo de Tonila, Jal., trabajador disciplinado y leal a carta cabal. Veía a sus superiores con mucho respeto y cariño.
Era de cuerpo delgado, no alto, color claro, pelo castaño, ágil, astuto y de espíritu piadoso, abnegado y sufrido: érase tan indiferente dormir bajo un árbol, en medio de la lluvia, como en lugar seco, bajo algún paredón o alguna cueva; con sus soldados era consecuente y bueno, casi más de lo conveniente, y éstos lo querían en extremo.
No tuvo campamento fijo, mas generalmente se encontraba a inmediaciones del pueblo de Tonila, Jal. Todos le llamaban, cuando de él se hablaba, con el apodo de el Pajarito.
El segundo grupo lo comandaba el capitán Ramón Cruz, valeroso y abnegado guerrillero cuyas acciones empezaron desde el principio de la lucha, muchas de las cuales son conocidas por nuestros lectores; puso su campamento en la Mesa de la Yerbabuena.
El tercero estaba bajo el mando del capitán Plutarco Ramírez, que estableció su cuartel en El Cedillo, a no mucha distancia del pueblo de San Jerónimo, Col.
TRES CONTRA MARQUITOS
En una noche de tantas entraba el Capitán cristero Marcos Torres sin compañía ninguna a la ciudad de Colima, con objeto de entrevistar a algunas personas que le ayudaban a proveerse de vestuario y elementos de guerra.
En esta ocasión, entraba, no por Guadalajarita, sino por la calle de la garita llamada vulgarmente de El Salatón, porque ahí está un salate que los juaristas veneran, pues bajo su sombra -dicen- estuvo don Benito Juárez por dos o tres minutos, cuando llegaba huyendo a Colima.
Tres gendarmes callistas, cuando vieron al guerrillero cristero, lo detuvieron e intentaron registrarlo por considerarlo sospechoso. De aquí que, en un momento, se vio Marcos Torres con dos pistolas frente al pecho; mas él, con singular arrojo, sujetó las manos de los enemigos que intentaban matarlo, cogiendo fuertemente la del uno, con la derecha y la del otro con la izquierda.
Las pistolas de los agresores se cruzaron y las balas de sus armas pasaron silbando a uno y otro lado.
Aquello se desarrolló en un instante; luego, abrazándose Marcos con uno de los atacantes, derribados ambos al suelo, comenzó a luchar con denodado esfuerzo, en tanto que el segundo de los callistas, soltado de la mano de nuestro héroe, le descargaba la pistola, a sólo medio metro de distancia, sin poder hacer blanco por temor de herir al compañero que con él luchaba.
Entre tanto el tercer gendarme corría a pedir auxilio. Cuando después de haber estado luchando en el suelo, rendidos ambos de cansancio, el gendarme logró soltarse, éste, sin su arma, que había tirado en la lucha, en unión de su compañero emprendió la huida.
También Marcos escapó luego, temeroso de que más elementos de la policía o del ejército, viniesen a querer capturarlo.
Aquella noche salvó Dios milagrosamente a su heroico cristero.
Cubierto de tierra, despedazada la ropa y bañado en sangre por un golpe que recibió en la cabeza, llegó Marcos Torres esa noche al lugar en donde lo esperaban sus compañeros de hazañas, quienes, como de ordinario, habían acampado a corta distancia de la ciudad.
Continuará...
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