viernes, 14 de julio de 2023

Los Cristeros del Volcán de Colima Rabia anticlerical y la emboscada del Padre Capellán

LOS CRISTEROS DEL VOLCÁN DE COLIMA

Spectator LIBRO SÉPTIMO, Capítulo Octavo. La primavera del movimiento (1928 -mayo a diciembre).

 Rabia anticlerical. El padre capellán en una emboscada. 

Viene de la edición # 536. 

OJOS ABIERTOS ... QUE NO VEN
Cuando terminó el tiroteo, los perseguidores principiaron a descender de la parte superior de la hondonada, en larga columna, para buscar al sacerdote y sus familiares, pues tenían la certidumbre de que se habían ocultado por ahí, tras algunas hierbas del borde de la vereda.
De cuando se dió la amnistia y los grupos cristeros deponieron sus armas.
Eran como las diez de la mañana del 2 de octubre. Los Ángeles custodios cuya fiesta se celebra en ese día, debieron hacer sombra con sus alas y ocultar a los fugitivos, porque no puede haber otra explicación.
El cielo estaba espléndido en esos momentos, la luz del sol bañaba por completo a los tres perseguidos y las hierbas tras las cuales estaban, eran pocas y no formaban sino una angosta y pequeñá faja, contigua a la vereda; por lo cual no podían ocultarlos sino a las miradas de los que, desde lejos y en esa dirección paralela, los buscasen; mas de ninguna manera de quien se acercase a aquel lugar.
Cuando el Padre Capellán se dio cuenta de que los enemigos bajaban a buscarlos, lo advirtió a la tía Poli y a su hermana Consuelo, quienes, con toda resignación, principiaron a prepararse para la muerte. Recibieron ellas la absolución; repitieron los tres algunas jaculatorias, entre ellas el ¡Viva Cristo Rey! enriquecida con indulgencia plenaria en artículo de muerte, e hicieron el ofrecimiento de su vida.
Entretanto, el vocerío de la soldadesca se aproximaba. Como último acto de la vida, hicieron sobre sí la señal de la cruz con toda reverencia. Ellas se cubrieron la cara con las manos, hundiéndola cuanto pudieron entre las hierbas del suelo, porque no creyeron tener valor para ver a los que habían de matarlas. 
El Padre permaneció casi sentado, apretado contra sí mismo, por no haber ya lugar para tenderse en el suelo; mas con el rostro levantado en espera de lo que habría de pasar.
De cien probabilidades -decía él- yo no creía que hubiese siquiera una de vida; así es que ni siquiera abrigábamos la menor esperanza de salvarnos. Ni siquiera, ante lo imposible, en los primeros momentos, se lo pedíamos a Nuestro Señor. Nos resignamos, plenamente.
Y a menos de un metro de distancia los soldados callistas principiaron a pasar. Y siguieron pasando, unos a caballo y otros a pie. 
En voz alta conversaban proyectando las iniquidades que harían con el sacerdote y sus familiares al encontrarlos y proferían injurias y maldiciones contra ellas ... ¡Y quienes con tanto empeño buscaban, estaban a un paso de la vereda por donde todos pasaban, en camino llano, descubiertos y bañados con la plena luz del sol! 
¿Cómo aconteció que no los hubieran visto? 
Más aún, en el camino estaba fresca una gran mancha de sangre, y ni ésta fue advertida por ningún soldado enemigo. Y se anduvo tras las bestias que el sacerdote y sus familiares llevaban, las cuales fueron capturadas, con sus maletines y con todo lo que traían; pero con ellos no dieron. Continuará edición # 538
LA LIBERACIÓN.






















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