LOS CRISTEROS DEL VOLCÁN DE COLIMA
Spectador Libro Cinco Capitulo 7
Los horripilantes dramas de Ejutla. El agonizante párroco Rodrigo Aguilar.
!VIVA CRISTO REY Y SANTA MARÍA DE GUADALUPE¡
CRÓNICA DE AGOSTO A DICIEMBRE DE 1927.
LA FIESTA DE CRISTO REY
En la parte superior de la mesa, bajo unos grandes fresnos que forman espeso y fresco bosque, en donde cantaban sin cesar los mirlos, bandadas de canarios y otras diversas clases de pájaros silvestres formando un casi no interrumpido concierto, se levantó una pobrísima y pequeña capilla.
Su techo estaba formado por pencas de maguey, a modo de tejado; por detrás y los lados estaba abrigada con delgadas varas y hojas; su frente, completamente descubierto, dejaba ver el altar colmado de flores silvestres, adornado con lámparas y ostentando a Jesús Sacramentado en un diminuto y artístico Sagrario que había sido regalado a los libertadores, precisamente en esos últimos días de octubre.
Estaban presentes, si no la totalidad de los libertadores del Volcán, sí la mayoría: Marcos Torres con los suyos, el mayor Calvario, el coronel Salazar. y como en Zapotitlán y el Cedillo, las alabanzas no dejaron de resonar ni un momento, desde la víspera de la festividad, ante el sagrario del Divino Rey, ni de día, ni de noche.
Fue celebrada la Misa el lunes 31 muy en la madrugada, porque había precisión de salir y, a la hora de la Comunión, se acercaron todos a recibir al Señor Sacramentado. El mismo piadoso general Ochoa ayudó la Santa Misa y dirigió la acción de gracias.
De nuevo se escucharon los cánticos piadosos y, como sello magnífico de aquella gran fiesta, se recitó en coro el solemne juramento que todos habían hecho al ingresar a las filas libertadoras, de trabajar con valor y entusiasmo y hasta vencer o morir por la santa Causa de Dios.
El campamento estaba todavía cubierto por las sombras de la noche y un viento helado azotaba los encinares cuando los ecos de la montaña recogieron la voz vibrante y resuelta de los cristeros que renovaban su juramento. El Sagrario estaba ya vacío; la solemnidad del Rey Divino terminaba. Los ojos estaban aún húmedos, y en los corazones se sentía agigantarse el espíritu de lucha y sacrificio. En cada palabra del juramento se había puesto toda el alma y un alma hecha
fuego que encendía en nuevo ardor a aquellos luchadores. Todos estaban aún ante la pequeña capillita; era preciso separarse y que cada quien volviese a sus respectivos campamentos. Mas antes de dejar aquel lugar santificado con la presencia de Cristo, había que dar rienda suelta al entusiasmo, y entonces, con toda la fuerza de sus viriles pechos, iniciando el general Dionisio Eduardo Ochoa, vitorearon jubilosamente a Cristo Rey.....
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