jueves, 30 de mayo de 2019

Los Cristeros del volcán de colima, Javier Heredia

LOS CRISTEROS DEL VOLCÁN DE COLIMA
“SPÈCTADOR”  LIBRO QUINTO, CAPITULO TERCERO;  (de agosto a diciembre de 1927)  
“FLORECEN Y SE MULTIPLICAN LOS MÁRTIRES”

JAVIER HEREDIA
Apenas llegados al campamento y después de una noche de descanso, el día 3 se emprendió el viaje, hasta entonces nunca hecho, hacia Ciudad Guzmán, atravesando por la cima del Nevado, sirviendo de guía el capitán cristero Ramón Cruz.
La travesía por la cima de la sierra del nevado es larga, difícil, pero hermosa. Había que hacerla a pie, indiscutiblemente. Subiendo, de la Mesa de la Yerbabuena, pronto se llega a los arenales del cono del Volcán de Fuego donde ya no hay vegetación. El paisaje se va haciendo cada vez más hosco y yermo.

Son majestuosas aquellas soledades. Se duerme en un barranco, ya sobre el Nevado, en donde hay, a derecha e izquierda, unas anchas oquedades abiertas sobre la roca. Son llamadas las Cuevas Pintas. Bajo unos altos pinabetes, entre una tupida maleza de carricillo, hay un venero de agua, helada y sabrosa para el jadeante viajero. Después se sigue subiendo hasta un cañón de la sierra, ya en la cima, denominado La Calle, en donde se principia a descender por el nordeste; se pasa por La Joya y, un par de horas más tarde, se está en La Mesa, donde termina el descenso de la montaña.
El domingo 4 por la noche Dionisio Eduardo Ochoa descansaba en Ciudad Guzmán, en la casa de unos familiares suyos. Al día siguiente, lunes, fue la entrevista esperada.
¿Quién era el jefe? Antonio Ruiz y Rueda, distinguido acejotaemero de la ciudad de México que aparecía con el seudónimo de Javier Heredia. Con un abrazo se inició la entrevista. Se habló largo de todo: cuadro de fuerzas, trabajos, luchas, dificultades, triunfos, derrotas, esperanzas y problemas; la vida heroica de fe de aquellos guerrilleros de Cristo, etc., y ahí, en esa entrevista, fue investido Dionisio Eduardo de un nuevo carácter: de Representante del Control Militar Cristero, en la región de Colima y suroeste de Jalisco, cargo que se le confirió por escrito, en nombre de lüs jefes supremos del Movimiento Nacional Libertador.
Recibió, además, nuevas órdenes y orientaciones, entre las cuales estuvo la de organizar las fuerzas libertadoras conforme a la ordenanza militar y, por lo tanto, la dé formar militarmente los núcleos, dar grados, etc.
Ya en este tiempo., eran cerca de mil los libertadores colimenses, repartidos en las cuatro principales zonas: el Volcán, Zapotitlán, Cerro Grande y el Naranjo; todos ellos, por lo general ya regularmente armados, montados y provistos de parque. Habían renacido el entusiasmo, el arrojo y la decisión.
Más aún: una doble ventaja había sobre los tiempos primeros: ya las familias de los libertadores no estaban en los cuarteles, como acontecía al principio, allá en Caucentla, sino que, aleccionadas por la experiencia, casi la totalidad de ellas se habían reconcentrado poco a poco en los pueblos, en donde vivían casi de caridad y entre infinitas privaciones y peligros. Con esto los luchadores, a costa de mayores renunciamientos, se encontraban más desembarazados para luchar y moverse según las circunstancias lo pidieran. Además, el Ejército de Cristo. Rey no contaba ya sino con soldados provistos de arma de fuego, propia para los combates. 
Aquella muchedumbre de temerarios, armados con sólo su cuchillo, no existía ya; porque habían conseguido su arma de fuego o habíanse vuelto a los pueblos y ciudades, al igual que las familias.
Con un nuevo abrazo de amigos, de hermanos en ideales, se rubricó aquella entrevista y, ¡hasta que Dios quiera que nos veamos de nuevo o hasta el cielo! Y todavía está pendiente esta nueva entrevista: ¡En el cielo!  Continuará




















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