LOS CRISTEROS DEL VOLCÁN DE COLIMA
LA VIDA RELIGIOSA EN EL CAMPO CRISTERO
Crónica del 27 de abril al 2 de agosto de 1927
Viene de la edición anterior
Con ocasión de la celebración de aquella primera Misa de campaña, el Padre Ochoa habló a los insurgentes cristeros, ofreciéndose a sus órdenes como capellán:
- No vengo -les dijo- con intenciones de ser un nuevo soldado, empuñando el arma en contra de los enemigos, así como vosotros, porque soy sacerdote y esto no iría de acuerdo con las leyes santas de la Iglesia, menos aún el ser jefe, ni siquiera intelectual, de este movimiento armado. Vengo a ser vuestro capellán.
Me sentiré dichoso al compartir con vosotros esta vuestra vida de trabajo, desvelos, pobreza, sufrimientos.
Muy justo es que, ya que por Cristo y su Iglesia habéis abrazado esta vida de tanto afán y pena, que tengáis un sacerdote amigo a vuestro lado, sobre todo en el trance de la muerte.
Bien sé que puedo correr la misma suerte de tantos de vosotros: ¡morir por Cristo! Dichoso aquel a quien el Señor escoja para que por El dé su vida.
Y siguieron los días de penosísima tribulación. Empezaron a caer las aguas bien nutridas, sin tener, las más veces, ni siquiera una cueva para resistir las continuas tormentas. Faltos de parque y perseguidos, casi a diario, por una multitud de enemigos, tenían el santo consuelo de verse acompañados en sus infortunios por un Sacerdote que quiso compartir sus penas. Y así nunca faltó a nuestros libertadores, en medio de sus tribulaciones sin cuento, la Santa Misa, los Sacramentos y las palabras de aliento y exhortaciones que casi a diario les dirigía.
VIDA RELIGIOSA EN EL CAMPO CRISTERO
¡Qué cuadros tan conmovedores eran aquéllos! A falta de templo, casa o rancho siquiera, tenían la sombra perfumada de los pinares, en lo alto de las sierras, o los bosques casi vírgenes de las faldas del Volcán, bajo sus laureles y jazmines, o el fondo umbrío de los barrancos: ahí se improvisaba en un momento una pequeña mesa con varas y ramas; tras de ella se colocaba un estandarte de la Reina de México, nuestra querida Madre de Guadalupe; se ponía sobre la mesa una diminuta ara, se extendían los manteles y quedaba así instalado el altar del Sacrificio.
Una piedra de la montaña servía de confesonario y luego, de rodillas, los heroicos y nunca bien alabados cristeros, oían la Santa Misa y recibían a su Rey Sacramentado, y con El nueva vida y valor.
Una piedra de la montaña servía de confesonario y luego, de rodillas, los heroicos y nunca bien alabados cristeros, oían la Santa Misa y recibían a su Rey Sacramentado, y con El nueva vida y valor.
LAS BENIGNISIMAS CONCESIONES DE LA SANTA SEDE
Ya en este tiempo estaban en vigor las magníficas concesiones que, en derroche de bondad, había hecho el Papa Pío XI en favor de México, a fin de que los fieles no careciesen de los Sacramentos, sobre todo en la hora de la muerte:
El sacerdote podía ser autorizado por su Obispo, para celebrar la Santa Misa, cuando hubiese necesidad de ella, aun sin los ornamentos sagrados litúrgicos, bastando solamente sobrepelliz, y estola, si podía tenerse cómodamente; aun sin el ara del altar y sin los manteles requeridos, con tal que se tuviese al menos un trozo de lino, un crucifijo y, si era posible, dos velas; sin necesidad siquiera de observar todas las partes rituales de la Misa, sino sólo las substanciales.
Además el que, a falta de sacerdote, la Sagrada Comunión del Viático pudiese ser llevada por un seglar.
Además el que, a falta de sacerdote, la Sagrada Comunión del Viático pudiese ser llevada por un seglar.
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