miércoles, 30 de agosto de 2017

Los Cristeros del Volcán de Colima, La Muerte del Hacendado

LOS CRISTEROS DEL VOLCAN DE COLIMAViene de la edición anteriorLA MUERTE DEL HACENDADO ALEMÁN

Querían ver, además, si era posible algún donativo en dinero para el movimiento, pues se tenía el gravísimo problema, no únicamente de la miseria espantosa en que estaban los libertadores cristeros y sus familias, sino, de una manera muy principal, la falta de parque. Y este parque era necesario conseguirlo con dinero. Los soldados de la columna del Gral. Ochoa quedaron fuera, como de costumbre.
No hubo ningún altercado; pero inmediatamente Dionisio Eduardo Ochoa notó que algo grave ocurría. Ochoa era listo y muy atento; no sólo no era altanero, sino que, aun en situaciones difíciles, sabía abrirse paso y conquistarse las voluntades.
El Sr. Schonduve principió a dar sus quejas y sentimientos. Ochoa le concedió razón -la tenía en verdad-; pero explicando y razonando, fue haciendo entrar en razón al hacendado; los cristeros no eran culpables del destrozo de los bosques y de la hermosa quinta de El Fresnal. Pero quedaba el resentimiento contra Ramírez y contra Facio.
A este desgraciado -textual de la boca de don Enrique Schonduve- lo mato yo, personalmente, en cuanto lo vea, con la misma arma con que peleó mi hijo -excombatiente de la guerra mundial- en el combate de Verdun.
El jefe Ochoa le explicó que Facio ya no estaba ahí en esa zona del volcán; que estaba por la región de El Naranjo y que había sido castigado.
Don Enrique el hacendado, al fin se calmó y terminó con la cordialidad antigua.
LA MUERTE DEL HACENDADO
Pero a la mañana siguiente, como verdadera desgracia, sin conexión ninguna con la columna. del Gral. cristero Dionisio Eduardo Ochoa y sin que éste tuviese el menor conocimiento, enviado por su jefe inmediato Andrés Salazar, se presentó en la hacienda de La Esperanza el oficial cristero J. Félix Ramírez para pedir a don Enrique Schonduve les facilitase un explosor, o aparato para hacer explotar la dinamita a distancia.
Ver a J. Félix Ramírez con su grupo de cristeros en el patio de su hacienda, oír su petición y montar él en cólera, fue cuestión de un segundo. Profirió dos o tres palabras de amenaza para Ramírez a quien dijo que habría de matar, dio media vuelta, entró a su cuarto y salió al momento con el arma en las manos.
Ramírez -el cristero-, al ver que el hacendado cortaba cartucho para disparar contra él, cortó él con más rapidez y, sin dar tiempo a que el hacendado disparase, le derribó de un balazo que le perforó el estómago. De un salto subió Ramírez al corredor de la hacienda y recogió el arma de manos del Sr. Schonduve, para que le fuera testimonio de que había obrado en legítima defensa.
Próxima edición .... J. FELIX. RAMIREZ, DETENIDO

















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